Autor: Mario Germán Gil Claros
Titulo: Consideraciones en torno a la actitud filosófica en el sujeto moderno
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INTRODUCCIÓN
“El discurso filosófico se origina
por tanto en una
elección de vida y en una opción
existencial y no
a la inversa”.
(…)
“…la filosofía es en efecto, ante
todo, una manera de
vivir, pero que se vincula
estrictamente con el discurso
filosófico”.
Pierre Hadot: ¿Qué es la filosofía
antigua?
Se entiende por actitud filosófica
una toma de postura frente al mundo,
al saber, a la sociedad y a sí mismo.
Es la actitud que asume quien busca
“pensar por sí mismo”, al ser
crítico frente a los supuestos que
fundamentan a las sociedades y al
sujeto. Formar la actitud filosófica
es formar el hábito de “pensar por
sí mismo”, tal como lo reza
modernamente el lema kantiano; es
fomentar el placer por el saber (del
latín sabor), por la investigación
al avivar el asombro (Aristóteles).
En síntesis, es cultivar desde la
actitud filosófica una vida práctica,
que en el mundo antiguo se
caracterizaba por unas tecnologías
propias para su consecución,
reflejadas en el arte de vivir en un
ser que se gobierna a sí mismo, en
un estilo de vida único, como llegó
a formular Foucault en sus últimos
escritos. Es decir, una ética y una
estética de la existencia. En
palabras de Werner Jaeger, Paideia
(1997, p. 1031): “La obediencia del
alma al logos es lo que llamamos
dominio de sí mismo”.
Formar la actitud filosófica
significa colocar como objetos de
reflexión e investigación los
supuestos con que trabajan las
disciplinas y los participantes en
el proceso educativo, estableciendo
un puente entre el saber cotidiano y
el saber de las disciplinas para que
el proceso educativo sea vital y
responda al contexto en el cual se
desenvuelve en un saber-hacer. En
otras palabras, es hacer del
conocimiento y del proceso de
enseñanza y aprendizaje un asunto de
investigación constante en
permanente cambio y actualización,
en el cual el sujeto asuma por sí
mismo los procesos que ameritan su
transformación, en un mundo inmerso
en procesos de globalización que
exige de él desde principios
autónomos, conocerse, cuidarse y
gobernarse a sí mismo, en la
constitución de una democracia que
ha de tener al otro como referente
de vida, de cooperación y de
construcción de sociedades justas,
disensuales y plurales.
¿Cuándo y por qué la actitud
filosófica debe estar presente en el
proceso educativo, ético y político?
¿Cuáles son las condiciones para su
desarrollo? ¿Hasta dónde, en el
impulso de la cultura en la cual se
encuentra inscrito el sujeto, el
ethos, la moral, la política, la
libertad, la ciencia y la vida misma,
esta presente la actitud filosófica?
Son en esencia estos interrogantes,
la preocupación y el derrotero sobre
el cual gira este trabajo y de hecho
conducen a revisar la filosofía de
la práctica educativa, y por lo
tanto reivindicar una nueva actitud
reflexiva y crítica de la educación
y del sujeto contemporáneo. Es decir,
hoy la solución a los graves
problemas que aquejan a la humanidad
pasa por la mirada que se tiene del
sujeto.
En el campo de la filosofía, la
actitud filosófica aparece en la
antigua Grecia, con sus más notables
pensadores; y entre ellos se destaca
Sócrates que ironizando la sabiduría
de sus coetáneos les responde con
una célebre frase, “Yo sólo sé que
nada sé”, para conducir
inductivamente su reflexión en la
búsqueda del conocimiento de sí
mismo. Encontrarse a sí mismo se
logra a través del continuo indagar
a sus semejantes, enfrentándose a
otras opiniones para construir su
propia visión del mundo: la verdad;
desde luego, sin estar al margen de
la ley, respetando las tradiciones y
costumbres. En Sócrates el indagar
concreta su actitud filosófica en la
necesidad de educar a los jóvenes en
el arte del diálogo y la capacidad
de interrogar y reflexionar en la
búsqueda de la verdad. Es, en
esencia, la figura del filósofo
maestro.
Siguiendo los caminos de su maestro,
Platón fue otro notable de los
antiguos que en el orden del
conocimiento, orienta el indagar del
individuo para deducir la verdad
sobre el mundo de las ideas. Gesta
ese gran instrumento metodológico:
la dialéctica, con la cual recuerda
la verdad. Indagar precede a todo
tipo de actividad humana, pues para
Platón, si bien es cierto el
conocimiento está en el interior del
hombre, éste pregunta porque no
conoce y es menester encontrar la
verdad con una actitud crítica
frente a la opinión (doxa).
En este sentido, para Aristóteles la
actitud filosófica como verdad es
fruto del alma y de los hábitos como
virtud; esta última la divide en
arte, ciencia, prudencia, intuición
y sabiduría. Las cuatro primeras son
de orden práctico y la quinta es la
excelencia, que se caracteriza por
ser rigurosa y por tener
experiencia, porque va más allá de
los meros bienes humanos, va hacia
el sentido y la verdad de todo
principio, “pues así también la
sabiduría produce la felicidad,
porque siendo una parte de la virtud
total, hace al hombre dichoso por su
hábito y por su acto”, que se
consuma en la obra que es la vida
misma. La sabiduría es el fin y la
ética el medio. La actitud
filosófica vendría a ser una virtud
o una disposición, que es un hábito
acompañado de razón cuando se lleva
a cabo. Todo esto nos permite decir
que la actitud filosófica es la
mejor manera de conducirse en la
vida, que da un temple al estado de
ánimo, una continencia que evita
desfallecer, es fruto de una
elección que es la norma recta en la
vida, que está sujeta a reflexión en
aspectos concernientes al saber y al
vivir en comunidad.
La actitud filosófica se encuentra
en hombres que:
1. Viven de acuerdo consigo mismos.
Es la vida como obra.
2. Se afanan por hacer el bien en su
vida práctica.
3. Quieren vivir y conservarse a
ellos mismos. Es seguir siendo lo
que se es.
4. Aman el saber.
5. Vuelven su vida un arte, son sus
propios artesanos.
6. Reflejan en su vida el obrar y el
pensar.
La obra, que es la vida modelada
como acto, es amada y apreciada por
el artista, pues lo más deleitoso y
bien hecho es el acto mismo, es la
amistad que se lleva a cabo con el
saber, en nuestro caso la
disposición de actitud hacia la
filosofía, ya que todo hombre revela
lo que él es por medio de la
disposición que le permite asumir la
vida como riesgo, pensarla distinto
a como se la piensa y llegar a ser
un creador. Es decir, rompe con la
reproducción del vivir y del pensar
como mera repetición.
En suma, la actitud filosófica es
pensarse a sí mismo; esto lo hace la
filosofía: piensa el pensar. La
filosofía es objeto de sí misma, su
mirada se vuelve íntima, para luego
desplegarse en el mundo. Es decir,
cómo desde la subsistencia, en
nuestro caso el pensamiento
filosófico, se asume la existencia
filosófica, a partir de una actitud
como ethos en cualquier momento de
la vida humana. La actitud
filosófica es una mirada (noeîn)
espiritual, que es la actividad de
la razón (noûs), órgano del cual se
vale la filosofía para ver su propio
pensar, sus ideas, su ser (Platón).
Tal como lo destaca Danilo cruz
Vélez Filosofía sin supuestos
(2001).
Es pues, la actitud filosófica, un
estado de existencia que nos convida
a filosofar en la elaboración de un
modo o estilo de vida propio
(Foucault), en la que el sujeto
juega un papel protagónico en su
constitución por medio de unas
técnicas pedagógicas y éticas, entre
otras.
La presente reflexión, procura entre
otras razones restablecer un
verdadero diálogo entre la filosofía
y el público, en lo que sería una
filosofía práctica, como fue el
esfuerzo realizado por Montaigne,
que gozó de amplia receptividad en
su tiempo. Además, se irá explorando
qué es eso de la actitud filosófica
y cuál es su importancia para
nuestra actualidad, cómo ha incidido
en la modernidad, qué papel juega en
la educación, cómo el ethos es parte
clave de ella, ante todo en la
constitución de una voluntad dueña
de sí misma, capaz de decidir a
partir de sí misma, en lo que sería
un verdadero sujeto autónomo de
carne y hueso, no un sujeto formal
que ha causado profundos
desgarramientos en sí mismo, que
Hegel había visualizado en su
filosofía.
El texto se encuentra dividido en
dos partes fundamentales: la primera
titulada Filosofía y ética, la cual
comprende un capítulo titulado: ¿Qué
es la filosofía?, explorará desde
una problematización contemporánea
qué es eso de la filosofía hoy, qué
nos puede decir y cuál es su
estrecha relación con la ética,
asumida a partir del ethos, que nos
invita a tomar una posición ante sí
mismo y ante el mundo en la
elaboración de una actitud
filosófica para el sujeto. La
segunda, con el título: La actitud
filosófica en el mundo moderno como
forma de pensarse a sí mismo
comprende los siguientes capítulos:
el primero La moral kantiana y el
principio de autonomía. Tal como lo
señala el filósofo colombiano Danilo
Cruz Vélez (2001), hablar de actitud
filosófica en el mundo moderno es
radicalmente distinto a como se
asumía y se entendía en el mundo
antiguo. El pensar filosófico
inaugurado por Descartes nos conduce
a un sujeto centrado en la razón, en
el yo. En esta dirección, Kant va a
jugar un papel clave en lo que sería
la constitución del principio de
autonomía moral y de libertad
subjetiva para la modernidad, en la
formulación de un pensamiento
reflexivo y crítico, magistralmente
condensado en su pregunta: ¿Qué es
la Ilustración? que invita al género
humano a atreverse a pensar por sí
mismo, a ser el dueño de su propio
pensamiento, principio de libertad
reflejado en el imperativo
categórico cuyo fin último es la
humanidad. En esta dirección
podríamos hablar de una actitud
filosófica del hombre moderno, quien
formula una postura de vida desde su
pensamiento como sujeto autónomo y
responsable de sí mismo. Es así como
este capítulo pretende rastrear y
fortalecer la formulación y
fundamentación de esta actitud
filosófica en el sujeto autónomo
kantiano. El segundo: La ética de
Kierkegaard. Entre Sócrates y Dios,
destaca la importancia de la
existencia y no del sistema en el
pensamiento de todo sujeto, a partir
de una decisión ética, en un diálogo
interno, en el conocimiento de sí
mismo (Sócrates), en el cual la
filosofía se ha de convertir en la
mediadora dialógica en el
conocimiento del otro (Dios);
permitiendo consolidar una actitud
filosófica ante el mundo desde la
existencia humana. El tercero: De la
actitud natural a la actitud
filosófica en el mundo de la
fenomenología, pretende rastrear lo
que es la actitud natural en la vida
de los seres humanos y la actitud
filosófica como algo que trasciende
la mera posición de la actitud
natural, en la búsqueda de sentido y
significado en un sujeto con
conciencia de mundo a partir de la
fenomenología hursseliana. El
capítulo está dividido en cinco
grandes subtemas. El primero es un
ejercicio de acercamiento de lo que
es la actitud natural y filosófica.
El segundo lo que es una
fenomenología pura en la
consolidación de una actitud
fenomenológica. El tercero el papel
que desempeña la fenomenología en
las relaciones intersubjetivas. El
cuarto destaca la importancia de la
cultura en su transformación a
través del ejercicio fenomenológico.
El quinto aborda algunas
consideraciones generales en torno a
la fenomenología. El cuarto: El otro
en mi horizonte de vida. Retomando
la reflexión fenomenológica, la
mirada y la intención que tenemos
hacia el otro, implica una actitud
de vida que va a generar múltiples
consecuencias, no sólo para quien
asume dicha intención sino para el
otro. Es aquí donde entran en escena
dos filósofos: Sartre y su postura
fenomenológica del ser en el mundo y
la idea del proyecto de vida para
consigo mismo, en un ser condenado a
su propia libertad a través del
compromiso social. Lévinas, quien
nos dice que el otro es un ejercicio
de responsabilidad que asumo para
conmigo mismo, una vez se cruce en
mi horizonte de vida. El quinto: La
actitud comunicativa en Habermas.El
capítulo centra su atención en
destacar la relación y el papel de
la actitud comunicativa en la teoría
dialógica de Jürgen Habermas. Para
este propósito el escrito se ha
dividido en dos subtemas, a partir
de una mirada didáctica de lo que se
pretende, centrado en el texto de
Habermas: Teoría de la Acción
Comunicativa.2 tomos (1999).
Asimismo, un último subtema que
recoge algunas consideraciones
respecto a la teoría de la acción
dialógica. El sexto: Ética y
estética de la existencia.
Fotografía de un artista, parte de
ver los últimos planteamientos de
Michel Foucault al abordar la vida
como una obra de arte, mediada por
el ethos en el dominio y gobierno de
sí mismo, en el que la libertad se
convierte en la garante de dicha
vida. El séptimo: Palabras finales:
por una ética de la resistencia,
recoge una breve postura final para
nuestra época: ¿Cómo mantener
nuestra libertad en la
transformación de sí mismo por medio
de una ética de la resistencia?
Por otra parte, es de destacar que
el presente escrito descansa en su
argumentación en una metodología que
busca el ejercicio de una filosofía
práctica, su estilo rompe en gran
medida con la manera de abordar
ciertas temáticas, es un diálogo
vivenciado entre quien escribe y los
filósofos con los cuales se
involucra en torno a la problemática
específica: la actitud filosófica y
el sujeto moderno.
Por último, deseo agradecer a los
distintos docentes de la Atlantic
International University por sus
observaciones y contribuciones sobre
estos tópicos, al grupo Educar para
Pensar, del grupo de Filosofía y
Pedagogía del Instituto de Educación
y Pedagogía de la Universidad del
Valle, con los cuales vengo
profundizando e intercambiando sobre
esta temática y a los estudiantes de
la primera promoción de la
Especialización en Humanidades
Contemporáneas de la Universidad
Autónoma de Occidente de Santiago de
Cali, por sus aportes a esta
reflexión. No sin antes agradecer
con todo mi afecto a mi esposa Ana
Bolena Salamanca por su infinito
amor y apoyo, a mis hijas Laura
Fernanda y Ana Sofía pues a pesar de
sus cortas edades supieron
comprender este esfuerzo. A mi
padres y hermanos por su apoyo
incondicional.
PRIMERA PARTE
FILOSOFÍA Y ÉTICA
CAPÍTULO I
¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
“Así, pues, no fue primordialmente
el filósofo
y el mudo pasmo filosófico los que
moldearon
el concepto y práctica de la
contemplación y la
vita activa, sino más bien el homo
faber disfrazado;
el hombre hacedor y fabricante, cuya
tarea es violentar
a la naturaleza con el fin de
construir un permanente hogar
para sí, fue persuadido a renunciar
a la violencia y a toda actividad,
a dejar las cosas como son, y a
buscar su hogar en la morada
contemplativa situada en la vecindad
de lo imperecedero y eterno”.
Hannah Arendt. La condición humana
(1993, p.329).
A. Existencia y filosofía
Según Deleuze-Guattari (1991), la
filosofía es creación de conceptos.
El filósofo los crea, no repite, no
es un mero erudito, tantos hay en el
mundo. Surgen dos preguntas a esta
afirmación en relación con la
actitud filosófica: ¿Cómo inicia la
filosofía su recorrido en el mundo?
¿Cuál es su papel práctico? Cuando
hablamos del filosofar, debemos
expresar su importancia para la
existencia humana, pues la filosofía
nace como una necesidad del
preguntar humano para sí mismo, no
para otro contexto, es decir, es muy
claro que la vitalidad de la
filosofía obedece a las
preocupaciones e inquisiciones que
el hombre se ha planteado para sí
mismo, para el mundo que ha
construido y para la naturaleza que
le rodea. ¿Cómo abordar estas
preguntas desde otro ámbito? La
filosofía irrumpe con su novedad y
su carga conceptual, ella nace no
sólo del asombro ante el orbe, ante
el ecosistema, sino también desde
otra mirada, la del filósofo, quien
va más allá de la cotidianidad e
invita a vivir de otra manera la
existencia. Al respecto Danilo Cruz
Vélez Filosofía sin supuestos (2001,
p. 259), nos dice: “El campo que
ellos eligen para comenzar a
filosofar es casi siempre el que
debe ser superado mediante la
actitud filosófica”. Hablamos de
actitud filosófica, cuando nos
referimos a la disposición para el
pensar desde la existencia humana
hacia el filosofar. O sea, esta
actitud filosófica, facilita
filosofar la existencia y permite
ver las cosas de otra forma, cuando
superamos nuestra condición natural
de estar en el mundo. Es decir,
dirige su mirada hacia las cosas que
ha de superar por medio del
filosofar. O, como diría Werner
Jaeger (1997, p.153), a través de
una actitud espiritual que, para
Platón, es el ejemplo de la
verdadera praxis del filósofo.
Todo filosofar comienza su incierta
y titánica labor preguntando por el
hombre, por la vida, por las
relaciones que los seres - humanos
construyen entre sí. En este
sentido, la pregunta filosófica es
una pregunta terrenal y práctica,
pero su desarrollo como respuesta -
pregunta, descansa en otra mirada,
la del filósofo, quien juzga (razona
verdades) de manera novedosa lo que
mira (ve) y conoce. Aristóteles en
su Metafísica (1975, p.11), destaca
la vista como el sentido
privilegiado para conocer, pues el
ver atentamente nos permite fijar la
mirada en lo que vemos o intuimos,
que viene de intueri y significa
ver. Cruz Vélez (2001, p. 261).
Ahora bien, ver, mirar y contemplar,
a partir de una intuición sensible
(aisthetá), se emprende desde el
pensamiento la cosa pensada (noetá),
develando en ella lo oculto, va más
allá de lo inmediato, provoca una
conmoción en el pensar y la cosa ya
no es como se le veía antes. En este
sentido, la existencia humana toma
un nuevo rumbo, hay un cambio de
actitud en el pensamiento, aspiramos
a otra manera de ser y pensar. En el
caso de Cruz Vélez (2001, p.267), de
relación pragmática, de acción, de
prãxis, de existencia filosófica.
Cruz Vélez (2001, p.267)
“Primariamente, lo que se da no es
lo aísthetón – lo intuido -, ni lo
noetón- lo pensado -, sino como dice
Aristóteles, lo praktón – lo que hay
que hacer. Sólo dentro del horizonte
que abre lo praktón se hacen
posibles la intuición y el
pensamiento”. El filósofo se
enfrenta ante aquello que cuestiona,
trata de resolverlo, de ir allende
lo evidente. Cruz Vélez (2001, pp.
267-268): “Lo anterior quiere decir
que el hombre es originariamente un
ser pragmático. Y, en realidad,
dentro de este horizonte plantea
Aristóteles el problema del hombre
en la Ética Nicomaquea, que no es
una ética en el sentido moderno del
vocablo, sino una ontología de la
existencia humana”. De la cual somos
nuestros propios escultores o
artistas.
El núcleo de la existencia
filosófica o de la actitud
filosófica es la acción, la prãxis,
reflejadas en un estilo de vida
propio. Me atrevo a decir que así
nace la filosofía, en la búsqueda
del sentido del ser-humano para con
su existencia (ser arrojado al
mundo), delimitada en un ámbito
concreto. Una vida filosófica
implica la máxima aspiración de la
existencia: ser dueña de sí misma.,
cuyo fin es el bien supremo,
regulado por principios éticos, que
se constituyen a sí mismos
(autárquicos).
En síntesis, la contemplación
filosófica, está íntimamente ligada
a un modo de vida, transformada en
ética y estética de la existencia.
Cruz Vélez (2001, p. 272). “¿Qué es
lo que ha ocurrido aquí? Pues
simplemente que un modo de la
existencia humana se ha destacado
sobre las demás como el más elevado
y valioso”. El filósofo aspira a un
modo de vida que va adelante de lo
cotidiano; para ello precisa ver y
contemplar (theooría) su propia
existencia, para crear conceptos,
pensamientos, que implican nuevos
modos de vida en el quehacer
(prágmata) humano. Es decir, poder
proyectarnos en nuestro
devenir-siendo. Esto último nos dice
de manera directa lo siguiente:
mientras más tengamos una existencia
filosófica (actitud filosófica), más
originaria será la relación de la
filosofía en la vida de todo
ser-humano, más utilidad (utensilio,
si se quiere, como dice Cruz Vélez)
le encontramos a la mano. En
últimas, invitar hoy la filosofía a
la calle.
B. La pregunta por la filosofía.
¿Es posible hablar hoy de filosofía?
¿Cuál es el papel que ha de asumir
el filósofo en nuestro presente?
¿Hoy qué significa filosofar? ¿Qué
le puede decir al transeúnte?
Theodor Adorno Dialéctica negativa
(1984, p.11) “¿Es aún posible la
filosofía?” Cualquier empresa
humana, comienza siempre por la
pregunta. Aquella que nos formula el
problema, a la vez nos abre la
posibilidad de caminar y de
construir lo que nos proponemos en
la existencia. A veces la pregunta
surge al principio, sin anuncio, a
mitad de camino, cuando nos
extraviamos en muchas ocasiones o,
al final de todo recorrido
reflexivo. La pregunta nos invita
entrar o recibir lo otro, abre la
puerta al mundo, objeto de nuestro
preguntar, de nuestra intención, de
nuestro deseo o saber (gusto). Es lo
que hace el ejercicio del pensar
filosófico. De hecho la pregunta nos
sorprende al declinar la existencia,
dejándola como legado que ha de ser
tomada por aquel o aquellos
interesados.
La pregunta se va gestando
tempranamente en el devenir – siendo
en lo humano, para ser concepto, es
trajinada durante la vida y se
convierte en el centro vital de
nuestras preocupaciones, en el
intento de querer ser lo que
deseamos ser; es única,
inconfundible, plasmada en el
quehacer, en el comportamiento
filosófico. Deleuze – Guattari ¿Qué
es la filosofía?(1993, p.8) “La
filosofía es el arte de formar, de
inventar, de fabricar conceptos”. En
este sentido, la obra filosófica en
su intención, no deja de tener una
pretensión de universalidad, el
concepto es un fiel ejemplo de ello.
El filósofo imprime voluntad y
potencia para pensar el nacimiento
del concepto, cual obra de arte,
obligándolo a pensarse a sí mismo en
la creación filosófica. Deleuze –
Guattari (1993, p.13) “Conocerse a
sí mismo – aprender a pensar - hacer
como si nada se diese por descontado
– asombrarse,<<asombrarse de que el
ente sea>>…, estas determinaciones
de la filosofía y muchas más
componen actitudes interesantes,
aunque resulten fatigosas a la
larga, pero no constituyen una
ocupación bien definida, una
actividad precisa, ni siquiera desde
una perspectiva pedagógica. Cabe
considerar decisiva, por el
contrario, esta definición de la
filosofía: conocimiento mediante
puros conceptos”.
Crear conceptos filosóficos
significa saberlos construir en un
plano o suelo que le dé firmeza y
“existencia autónoma”. Deleuze –
Guattari (1993, p.17). El “concepto
no viene dado, es creado, hay que
crearlo; no está formado, se plantea
a sí mismo en sí mismo,
autoposición”. Es autopoyético. Su
riqueza radica en sus componentes,
que le dan estructura y definición,
lugar e importancia en el
pensamiento, en el lenguaje como en
su explicación. Es aquí que el
concepto surge como una necesidad
pedagógica para la pregunta en su
comprensión y resolución. Al
respecto nos dice Deleuze – Guattari
(1993, p.22): “Pero incluso en
filosofía sólo se crean conceptos en
función de los problemas que se
consideran mal vistos o mal
planteados (pedagogía del
concepto)”. La pedagogía entra a
pensar el problema en sí, desde el
concepto mismo, le da una salida
comprensible y aterrizada en un
modelo de pensamiento.
Veamos algunas características del
concepto. Deleuze - Guattari (1993,
pp.25-27):
1. Cada concepto se remite a otro en
su historia y devenir actual.
2. Cada concepto está conformado por
componentes, que son a su vez
conceptos. Su estructura es una
historia de conceptos.
3. El concepto no se crea a partir
de la nada. Es fruto de múltiples
encuentros de pensamientos.
4. Los componentes se vuelven
inseparables y le dan consistencia
al concepto.
5. El concepto expresa
acontecimientos.
6. El concepto es un acto de
pensamiento.
El concepto filosófico recoge el
ambiente de la época, juega con
ella, la diagnostica, la reactiva,
asume la manera de orientarnos en el
mundo. Deleuze – Guattari (1993,
p.37) “El concepto es evidentemente
conocimiento, pero conocimiento de
uno mismo, y lo que conoce, es el
acontecimiento puro, que no se
confunde con el estado de cosas en
el que se encarna. Deslindar siempre
un acontecimiento de las cosas y de
los seres es la tarea de la
filosofía cuando crea conceptos,
entidades”. Es una actitud
filosófica.
La pregunta filosófica nace del
acontecimiento y del deseo: ¿Qué
tiene que ver el deseo con el amor
al saber? El deseo es el acto
filosófico en alcanzar lo fallido,
lo perdido, lo que hace falta: la
sabiduría, que no logra ser
consumada. Filosofar tiene que ver
con un acto vital, en relación con
el saber, que es el amor, el deseo
como movimiento hacia lo otro,
presente y ausente en quien desea.
Jean Francois Lyotard. ¿Por qué
filosofar? (1996, p.81) “Quien desea
ya tiene lo que le falta, de otro
modo no lo desearía, y no lo tiene,
no lo conoce, puesto que de otro
modo lo desearía”. El ejercicio del
filósofo consiste en develar en el
presente aquello objeto de deseo o
de gusto (saber) en el espíritu de
una época. Es así que el deseo por
el preguntar nos mueve hacia lo
incierto del pensar, en lo que esta
presente y ausente en el ahora.
La filosofía aún es vital, porque
hay preguntas que siguen desgarrando
la existencia humana en el mundo,
porque seguimos preguntando por el
sentido y significado de las viejas
preguntas no resueltas por la
humanidad, contrariamente de sufrir
diversas matizaciones en el
transcurrir de la historia.
Preguntas acerca de la vida y de la
muerte, hoy son el centro
fundamental de todas las
preocupaciones del hombre
contemporáneo, a pesar de los
desarrollos tecnológicos. Una sola
epidemia de una enfermedad extraña,
causa pánico al interior de las
sociedades de comunicación. Los
trabajos de Foucault, ilustran este
desvelo de la cultura occidental
(1981, 1985). El filósofo entra en
escena ante el público que reclama
lo ausente, a mi modo de ver ético –
espiritual, cuando hay vacío,
cansancio cultural y desorientación
en un mundo cada vez más complejo y
acelerado. La mejor forma de
entablar la relación entre el
filósofo y el público es por medio
del lenguaje, la palabra, el
diálogo, en la mejor disposición de
ser escuchado. Si se escucha al
filósofo, es porque se aspira a algo
radicalmente nuevo para la vida, que
busca transformarse a sí misma. El
filósofo lo que hace es descubrir y
liberar lo ausente, lo marginado, lo
que ha estado ahí y no lo vemos y se
constituye en acontecimiento cuando
entra en nuestro pensamiento.
C. El pensar como un problema de
aprendizaje filosófico
Surge la pregunta de Martín
Heidegger para la filosofía y para
el hombre contemporáneo: (1964)
“¿Qué significa pensar?” A esta
pregunta saltan otras en el camino:
¿Cómo nos orientamos en el pensar?
¿Qué sentido se desprende del
pensar? Heidegger nos responde al
inicio de la primera lección de su
libro ¿Qué significa pensar? Nos
dice que pensar es un asunto que
tiene que ver con la actitud, como
disposición. Heidegger (1964. p.9)
“Para que nuestro intento sea
coronado por el éxito, es menester
que estemos dispuestos a aprender a
pensar”. Una disposición abierta al
mundo, al otro, manifestada a través
de una toma de posición, facilita
los procesos de aprendizaje, de
pensamiento, de cultura. En Platón
es constante en la educación del
joven como futuro filósofo.
La disposición al pensar evita el
olvido que hoy recorre a las
sociedades de comunicación, afianza
el recuerdo para evitar el error,
fortalece la memoria que se piensa a
sí misma. Pensar está mediado por el
interés, que es lo interesante, el
acontecimiento, el asombro y su
gravedad que nos fuerza a filosofar.
No sin antes mencionar lo que
Heidegger nos dice acerca del pensar
mismo y de la filosofía: Heidegger
(1964, p. 11) “El que se dé muestras
de interés por la filosofía no
atestigua todavía nuestra
disposición para pensar”. En la
gravedad del interés, de aquello que
nos afecta y transforma nuestra
condición de ser, descansa la
invitación al pensar, convertido en
asunto de vida. Lo más complejo y
difícil frente a lo grave, es saber
cómo pensarlo o, lo que es mucho más
preocupante, que todavía no lo
pensemos, lo ignoremos u olvidemos.
De ahí que el aprendizaje evita el
olvido, afianza la memoria y nos
prepara hacia lo incierto con
relativa seguridad. Heidegger (1964,
p.13) “Aprender significa: ajustar
nuestro obrar y no-obrar a lo que se
nos atribuye en cada caso como
esencial”. Construyendo así un
camino, una senda, un sentido, un
significado, un signo, que nos
orienta, se pronuncia y se descubre
ante nuestra mirada humana.
Heidegger (1964, p. 18) “El asunto
del pensar no es nunca otra cosa
sino esto: desconcertante y tanto
más desconcertante cuanto más libres
de prejuicios estemos de salir a su
encuentro”. Esto precisa de un
cambio radical en la existencia, tal
como se señaló al principio; es el
cambio hacia la existencia
filosófica para pensar libremente y
exige una pre y disposición para lo
oculto, lo que está ahí, lo otro y
que afecta por su gravedad el
pensar.
La actitud de pensar perturba la
condición del ser-humano en el
mundo, es su esencia. Heidegger
(1995, p.37) “Lo que es algo, como
es, lo llamamos esencia. El origen
de algo es la fuente de su esencia”.
La necesidad de pensar la esencia
del ser-humano, exige de un aprender
y un caminar, ejercitado,
familiarizado y estilizado en una
actitud filosófica. En este sentido,
la única forma de llegar a lo
deseado es por medio del
aprendizaje. Heidegger (1964, p.20)
“Enseñar significa: dejar aprender”.
Es una ascesis que el sujeto se da a
sí mismo, piensa lo que perturba su
aprendizaje y provoca en él una
disposición, una inclinación hacia
un gusto (saber) por aquello que lo
perturba. El aprendizaje del pensar,
se orienta al significado que da a
entender tal cosa, como signo que
recorre el pensamiento, designa y
denomina. El significado es el
devenir-siendo, el poner en camino
el sentido del mundo, en busca de un
habitar o morada ética. En el
significar está el camino ético, la
seguridad del saber - conocer,
animado por el lenguaje, compartido
por todos.
Ahora bien, pensar nuestra condición
de ser-humano en el mundo, es pensar
nuestra actualidad o presente, tema
que han trajinado filósofos como
Kant en su pregunta a la modernidad
o a la Ilustración, bajo la mirada
del signo que recorre una época.
Hegel, con su implacable frase
lapidaria de ser los hijos de un
presente, del cual no podemos
escapar. Marx, quien argumenta que
la importancia de la filosofía
consiste en transformar la realidad
y no en especular acerca de ella.
Nietzsche, quien nos dice que el
filósofo es el que diagnostica
nuestro momento como buen médico o,
en el caso de Foucault, aquel que
desde la filosofía hurga su
presente. Es decir, la tarea del
filósofo es pensar su realidad, su
actualidad de manera radicalmente
novedosa. En esto radica su
importancia para el momento.
Heidegger (1964, p.30) “A la
pregunta qué es aquello gravísimo,
respondemos con la afirmación: lo
gravísimo en nuestra época grave es
que todavía no pensamos”. La
gravedad del mundo de las
comunicaciones y en gran medida de
la educación, radica en dos aspectos
fundamentales: el primero, una
excesiva infantilización de lo que
se piensa y el segundo, una
saturación de conocimiento de orden
comunicativo, mas no de pensamiento,
de reflexión y creatividad. Es
decir, asistimos a una monótona idea
racionalista de la repetición, que
viene afectando el pensar no sólo de
los filósofos sino de los otros
saberes específicos, como las
humanidades. Vale la pena citar las
palabras de Cornelius Castoriadis al
respecto Figuras de lo pensable:
(2002, p.105) “Existe, pues, este
agotamiento de la imaginación y del
imaginario en los dominios de la
filosofía y de la ciencia, y de un
modo manifiesto existe el
agotamiento de la imaginación y del
imaginario político”. Es pues, que,
pensar nuestra época es repensarla,
en el sentido de hacer emerger lo
velado que pensamos y poder así
pensarlo. Como dice Foucault: pensar
lo impensable y no lo evidente. La
gravedad del pensar radica en no
pensar lo otro como posibilidad.
Pues representar lo que está delante
de sí, precisa percibirse a sí
mismo, explicarse, conocerse,
desplegar una disposición hacia lo
que está delante de sí, que me
afecta y afecto. Por lo tanto,
pensar es estar abiertos para sí
mismos y para el mundo, para lo
indeterminado y para lo que está
delante de sí, muchas veces ignorado
a pesar de convivir a nuestro lado.
Finalmente, la fuerza del pensar
radica en su propia verdad develada
y puesta en público, gracias al amor
que se le profesa como saber, como
sabiduría, que se pretende alcanzar
en su significación a través del
acto de la existencia-humana como
praxis, despertando el ánimo y la
disposición para aprender, escuchar,
estar atentos y alerta en lo humano.
Heidegger (1964, p.30) “El aprender
a escuchar es un asunto en común
entre el que aprende y el que
enseña”. Es una cuestión de vida
práctica, de comunidad, de
hospitalidad, en la cual la mirada
se desplaza hacia quien enseña, a la
vez que hacia quien es educado. Es
hablar de la ética en una existencia
filosófica, entendida como actitud o
disposición; es el ethos, la morada,
el hogar, el refugio, el cual
hacemos acogedor, hospitalario y
placentero para el otro, hay gusto
(saber) en recibir y ser recibido,
cuando desplazamos la mirada y
escuchamos atentamente al otro. Es
una razón para incluirlo
responsablemente en mi horizonte de
vida cuando entablamos una sincera
amistad, objeto de preocupación de
filósofos como Aranguren.
D. Filosofía y ética: una mirada
desde José Luis Aranguren
La ética es la morada, el hogar
donde nos albergamos y afirmamos
como lo que somos, o lo que el ser
es como verdad, que se piensa a sí
mismo. Si se quiere, el lugar en el
que nos gobernamos, somos dueños de
nuestro destino. Modernamente el
sujeto autónomo con un radical
proyecto de vida, transformado en un
estilo de vida propio, llevado a
cabo por medio de una actitud, como
disposición o estado de ánimo para
pensarse a sí mismo en una época
determinada.
Todo acto de pensamiento se
encuentra antecedido por una postura
ética que nos permite dar vía libre
al deseo de pensar. En nuestro caso,
amar el saber. Este deseo, como
actitud, vendría a ser un ethos, del
cual brotan las maneras de ser, los
actos humanos. La ética es la moral
pensada, el suelo o fundamento de lo
que somos, reflejado en un carácter
que va dejando un talante
particular, manifestado en un estilo
de vida cultivado a lo largo de la
existencia. Aristóteles (1987). Esto
significa, una posición de vida como
modo de ser, el cual modificamos
constantemente, pues somos los
escultores, la afirmamos
continuamente desde los
sentimientos, el carácter, los
hábitos, las costumbres, que nos
diferencian de los otros. En
síntesis, el ethos de cada ser-
humano. Tenemos así, un ser – humano
que vive de acuerdo consigo sí
mismo, de conformidad a su ethos
como disposición o actitud de vida.
Si miramos nuestro interior y
realizamos un ejercicio arqueológico
del ethos, nos encontramos con una
visión de vida particular que busca
realizarse y proyectarse en el orbe
del otro, previo reconocimiento, es
decir, darnos a conocer como seres
existentes en el mundo. Esta
interioridad construye una ética que
se piensa a sí misma, en consonancia
con una ethica utens (moral vivida),
Aranguren (1994). En esencia, revela
la manera de ser de quienes, a
través de sus diversas acciones,
demuestran ciertos comportamientos o
conductas ante los demás. O sea,
revela unas intenciones que destacan
el sentido moral de la vida de un
determinado sujeto. En consecuencia,
aspiramos a ser en el mundo,
inscritos en grupos con intereses
específicos, en comunidades, en
sociedades; única forma de ser
valorado ante la mirada del otro. No
sin antes mencionar que este afán de
proyección y realización no borra el
principio de libertad del sujeto,
dado en una actitud o postura ética;
conservando la libertad de
pensamiento, de dominio y gobierno
de sí mismo, que no queda reducido a
un simple conflictivo deber- ser o
contrato social.
La ética es asunto de la condición
humana; concretamente vivir en el
mundo en la constitución de un
entorno seguro, de una morada
confiable. Implica habituarse a unas
reglas, a unos compromisos, a unas
responsabilidades, a unas
elecciones, a unas decisiones sobre
aspectos primordiales que inciden en
los comportamientos. Esto último
permite justificar los actos. Al
preferir, se genera una disposición
actitudinal en las razones de
aquello que se prefiere libremente.
Lo preferido, situado en el mundo,
es lo bueno, fin último de todo
actuar. En cierta forma permite al
ser-humano conducirse y hacer lo
correcto como virtud, como bien,
como justo. Esta manera de ser
justo, influye poderosamente en la
disposición, según la vitalidad y
temple, que permiten decidir sobre
determinado aspecto del quehacer
humano, en el cual se despliega la
condición de ser en el mundo desde
una postura ética. En esta
dirección, el ethos como actitud
tiene su asiento en la naturaleza
humana, se piensa a sí misma, se
configura y reafirma en su praxis,
configurada en un estilo de vida.
Aranguren Ética (1994, p.55) “Toda
teoría envuelve una toma de posición
y está sustentada por un êthos y,
recíprocamente, a través de la
ocupación teorética se define y
traza una personalidad”.
Pensarse a sí mismo, ser su propio
autolegislador, define una actitud
ética de vida. Aranguren (1994,
p.56) “La filosofía, en su vertiente
ética, realiza la síntesis de
conocimiento y existencia, tiende
constitutivamente a la realización”.
No hay duda de que estamos hablando
de una actitud filosófica, tal como
se expresó al inicio de este
escrito, marcando un estilo propio
de vivir en nuestra época
contemporánea, caracterizada por una
profunda sensibilidad hacia lo otro,
mirado desde el acto de injusticia
que se comete hacia él, en la manera
de convivir, ante todo en el respeto
que despierta nuestro entorno
natural, entendido como nuestro
hogar (ethos). Aranguren (1994, p.
56) “La moral consiste no sólo en el
ser haciendo mi vida, sino también –
y esta es la vertiente que ahora
estamos examinando – en la vida tal
como queda hecha: en la
incorporación o apropiación de la
posibilidades realizadas. La moral
resulta ser así algo físicamente
real o, como decía Aristóteles, una
segunda naturaleza. Tal es el
sentido fuerte, el sentido pleno de
los vocablos que clásicamente ha
empleado la ética; êthos, mos,
héxis, habitus y habitudo, areté,
virtus, vitium”. En el estilo de
vida, se da lo que uno es y ante sí
mismo y ante los demás como
diferencia. La ética piensa lo que
soy en estrecha relación con lo que
hago. En palabras muy de moda: un
saber-hacer. En el ethos el sujeto
se pinta a sí mismo, es el maestro
de su condición humana, en un plano
estético en el que lo político juega
un papel central entre hombres
verdaderamente libres.
En la actitud filosófica nos
encontramos con un sujeto que se
inventa permanentemente en la
constitución de su sentido de vida,
reflejado en un diario vivir. Es así
como la ética piensa la verdad del
sujeto en el mundo, en su condición
de existencia particular, en la
búsqueda de perfección, en un
contexto real de vida, de cultura,
de sociedad, entre otras. Única
forma de poner en evidencia todos
los fines e intenciones ante el
mundo, de aquel implicado moralmente
ante situaciones concretas que van a
definir su talante particular a
través de una actitud ética.
Aranguren (1994, p. 89) “El
descubrimiento de la verdad está
condicionado por nuestra actitud
moral como lo está asimismo, según
he demostrado en otro lugar, por
nuestra disposición psicológica y
antropológica, por nuestro
<<talante>>”. De nuevo Aranguren
(1994, p.104) “Entendemos por
actitud ética el esfuerzo activo del
hombre por ser justo, por implantar
justicia”. Esto último en relación
con la verdad, exige un compromiso
de sí mismo para su efectiva
realización, en aquel que se basta a
sí mismo, en su propia autoridad y
rinde cuentas ante sí mismo. Por
otra parte, conocerse, cuidarse y
gobernarse a sí mismo es en
definitiva, en correspondencia a la
verdad y al creer, parte de la
naturaleza humana, pues la creencia
de que somos, es mucho más
consistente que la elaboración de
una idea puesta en entredicho por
todos en momentos de crisis o de
confrontación racional. El creer que
somos, nos permite transitar con
cierta calma en el mundo. El ethos
accede a esta facilidad de aflorar
nuestro creer y desplegarnos en el
devenir-siendo con los demás. Un
ethos sin una firme creencia en sí,
entendida como estado disposicional
aprehendido, no podríamos
constituirlo y diferenciarlo de
otros saberes que estimulan a actuar
en una realidad concreta. En
palabras de Victoria Camps Paradojas
del individualismo (1999, pp.72-73)
“Puesto que, por otra parte, la
moral no parece ser una y la misma
para todos, sino distinta en cada
caso, es complicado demostrar su
racionalidad. La respuesta al primer
problema –la incoherencia entre la
teoría y la práctica- sólo es viable
si atendemos al hecho de que la
creencia no es más que un <<estado
disposicional>>, teniendo en cuenta,
además, que <<el paso de la
disposición a la acción requiere de
factores suplementarios>>, como son
la intención y las emociones, o, en
suma, la voluntad de hacer lo que se
debe hacer: el problema eterno de la
moral. En cuanto al segundo problema
habría que volver a la tesis de
Wittgenstein: entre la razones que
suelen darse para justificar las
creencias debe haber unas <<razones
básicas>> en las cuales se detiene
el proceso de buscar razones que, de
lo contrario, sería interminable”.
Es lo que nos hace moralmente
humanos.
La actitud ética aboca un ser-humano
ordenado en su existencia, llevada a
cabo como proyecto de vida, requiere
de una auténtica transformación para
transformar lo otro. En nuestro caso
lo público, permitiendo así un
sentido, un significado y
realización en el mundo. Es así como
la ética concentra su interés en
examinar los actos morales que lleva
a cabo todo ser - humano, sus reglas
de vida, de costumbre. En esta
dirección, el ethos se adquiere
gracias al carácter, dado por
hábito, en un ser posesionado de su
segunda naturaleza. En el ethos se
da la disposición, la actitud de
constituirse a sí mismo en la
formulación de una postura o toma de
posición, no sólo para consigo
mismo, sino para con los demás, en
lo que sería el logro de una
voluntad justa. En consecuencia, la
disposición circula en función del
acto, en nuestro caso, del carácter
que poseemos, del modo o manera de
ser de instalarnos en una realidad
concreta. Aranguren (1994, p.140)
“El êthos o carácter moral, consiste
en todo aquello que hemos retenido y
nos hemos apropiado en cuanto a
nuestro modo de ser toca, viviendo”.
Dándole forma a nuestra manera de
ser, nos impulsa a una elaboración
más refinada de la existencia en el
marco de la estética, invita a
asumir actos libres en la manera de
obrar sobre sí mismo.
El ethos da el rasgo particular de
cada quien, principio de morada
única, es el taller del cual
utilizamos diversas herramientas en
procura de un mejor vivir, evitando
la atomización en el transcurso del
existir, proporciona unidad a la
vida, ayuda a elegir el sentido y
significado de los propósitos que
anhelamos, a través de los hábitos
que nos develan ante la mirada del
otro tal cual somos, nos prepara en
las intenciones para forjar un
proyecto de vida abierto, en un
tiempo limitado. En este tiempo, nos
realizamos como seres-humanos, no
sólo biológicos, sino en el amplio
sentido que merece la palabra
humano, en la consecución de un bien
moral práctico y no abstracto. En
consecuencia, nos realizamos a sí
mismos, a medida que nos apropiamos
del mundo, e interactuamos con los
demás y nos definimos ante sí y ante
el otro acorde con nuestra
naturaleza pensada. En síntesis, el
ethos es la afirmación de la vida
que trasciende la finitud biológica
y se plasma como obra de arte, para
quien la asume y se alimenta tanto
de su mundo interno como externo en
el que se constituye. Ante todo,
porque sabemos comunicarnos como
experiencia ante el otro, haciéndolo
parte esencial de mi horizonte de
vida, al abrirnos y al proyectarnos,
para así apropiarnos e incorporar lo
propio y valioso de la cultura
humana.
La actitud ha de ser parte de la
naturaleza humana, es activa, es
fuerza ligada al talante, como
aquello que se siente y se piensa en
un estilo de vida propio,
determinado por los gustos, los
placeres, las formas de vestirse,
entre otros, acogida y determinada
por el espíritu de la época que se
vive. Aranguren (1994, p.217)
“Páthos y êthos, talante y carácter,
son, pues, conceptos correlativos.
Si páthos o talante es el modo de
enfrentarse, por naturaleza, con la
realidad, êthos o carácter es el
modo de enfrentarse, por hábito, con
esa misma realidad. Si el páthos es,
en definitiva, <<naturaleza>>
(entiéndase esta afirmación con
todas las reservas que supone lo
arriba dicho), el êthos es <<segunda
naturaleza>>, modo de ser no
emocionalmente dado, sino racional y
voluntariamente logrado”. La
importancia del talante para el
ethos radica en su fuerza, pues todo
ser parte de su condición de cómo
es, de su estado de ánimo que le
lleva a asumir una disposición
erótica, una actitud, o postura ante
lo que desea o falta en el logro de
su saber (gusto), para imprimir la
forma (estética) que busca en una
realidad definida.
Por lo tanto, el ethos determina la
capacidad de poder, de decidir, de
asumir posturas ante el contexto en
el cual nos desenvolvemos, ligado al
principio de libertad de cada quien,
en la consecución de un proyecto de
vida abierto. Esta libertad ética se
daría por la decisión, la
valoración, la opción, la intención,
transformadas en una praxis, en una
acción, ajustada en un mundo de
posibilidades, en estilos de vida
caracterizados por sus posturas
disensuales por quienes las asumen
ante la mirada del otro. Esta
libertad involucra conocerse y ser
dueño de sí mismo; modernamente ser
autónomos, no sólo en las formas de
pensar sino de actuar. En suma, nos
lleva a formular una ética nacida en
la naturaleza humana, proyectada al
mundo de manera sentida y razonada,
que se piensa a sí misma como
actitud filosófica. Es el hombre
cuyo ethos realiza por medio de un
hacer, en relación con una verdad
íntima, dirigida y confrontada
socialmente, entendida como una
moral vivida (ethica utens).
E. Ethos.
Mirar el pasado permite repensar el
presente, en especial lo que somos,
lo que significamos como seres
finitos en el universo. Este mirar
vuelve a lo básico, a lo obvio, que
con el tiempo se torna difuso,
atrapado en un mar de abstracciones,
cubriendo con un manto nebuloso
nuestra manera de ser, el ethos, la
morada, sitio único de libertad.
Juliana González El ethos, destino
del hombre (1997, p.10) “El sentido
de “habitar” o “morar” está
ciertamente entrañado en el ethos
humano: remite a la idea esencial de
“morada interior”. El ethos es
“lugar” humano de “seguridad”
existencial (autarquía). Aunque
también lo significativo es que se
trate de un lugar acostumbrado,
habitual, familiar. De ahí que ethos
signifique también costumbre, uso”.
El ethos es el sitio en el cual
somos nuestros propios jueces y
gobernantes, nos damos nuestras
leyes y dictamos las maneras de
comportarnos. Es decir,
kantianamente, somos nuestros
propios legisladores. Con el ethos,
asumido como morada le permitimos
entrar afectuosamente a la sala del
hogar al más allegado, le atendemos
hospitalariamente, con esmero,
dedicación y entrega cuando hablamos
de amistad y amor. De ahí el
profundo dolor cuando se sufre un
engaño o traición en una relación de
esta naturaleza, pues hemos
permitido dejar entrar al recinto de
la morada a aquel que consideramos
de nuestra entera confianza, con el
cual podemos compartir deseos,
maneras de pensar y de vivir en
común. Entendido así, el ethos se
vuelve el sitio más sagrado para el
ser – humano, al cual habitualmente
revisamos, preservamos y damos forma
en el transcurso de la vida,
generando un hábito, una
disposición, un modo de ser. Esto
nos permite dar consistencia a la
existencia, tal como lo señala
Juliana González; a mi modo de ver
reflejada en un estilo de vida
pulido y elaborado como estética de
la existencia. Esta disposición o
actitud es una toma de postura ante
sí mismo y ante el mundo, una manera
de posicionarnos y diferenciarnos
particularmente ante la mirada del
otro. Juliana González (1997, p.10)
“En tanto que disposición o actitud
es forma de estar ante el mundo,
ante los otros: forma de relación
(de ‘recibir’ y ‘dar’)”. La actitud
revela la condición de todo
ser-humano ante el otro, su modo o
su forma de ser, como lo argumenta
Aranguren en sus trabajos sobre
ética. Juliana González (1997, p.11)
“El ethos sin duda lleva la idea de
estabilidad, consistencia,
persistencia, fidelidad a sí mismo e
‘identidad’ temporal”. Permite
pensarse a sí mismo, crear nuevas
posibilidades de vida, en una
dinámica del obrar, evitando caer
prisionero en una especie de
conservadurismo de la conducta,
viendo la vida como obra de arte. Al
respecto dice Juliana González
(1997, p.11): “Consiste él mismo en
un perpetuo emerger desde sí mismo;
es ‘arte’ moral, y como todo arte,
obra de esfuerzo continuado,
‘disciplina’, perseverancia. Es una
‘practica’ cotidiana como la de
cualquier artista. Tiene la
‘naturalidad’ del arte auténtico”.
Todo esfuerzo ético se caracteriza
por destacarnos como los escultores
de nuestra existencia; para que la
obra al final quede mal, regular o
bien, depende de múltiples factores
tanto externos como internos,
especialmente en este último
aspecto. Al ser los escultores,
procuramos dejar ante los demás un
resultado que pueda ser valorado
altamente en el recuerdo o memoria
de los allegados o para el conjunto
de la humanidad. Procuramos perdurar
en el tiempo.
El ser que cuida de sí mismo vela
por lo humano, por la esencia del
ser-humano, de lo que él es en su
naturaleza ante el mundo, dando
razón de lo contemplado. No es
gratuita la reflexión de Platón
(1979), al decirnos que el hombre es
el único entre los animales que se
le puede llamar contemplador de lo
que ha visto y da razón de ello.
Análogamente Platón (1979): es aquel
que se explica a sí mismo al
contemplarse como realidad, al mirar
su morada, al examinarla, al
conocerla desde el alma, que se
detiene (permanencia) sobre la cosa
pensada. Pensar la cosa, lo humano,
es conocerse a sí mismo, al
contemplarse y al contemplar al otro
como espejo, manifiesta la esencia
de lo que el hombre es a través del
ethos como actitud, cuya capacidad
de disposición de orden filosófico,
demuestra su autenticidad mundana.
Para Juliana González (1997) implica
ir más allá de lo biológico, para
así asumir la tarea de pensar el
ser; en este caso el ser de lo
humano.
El ser-humano es devenir-siendo,
configurado en su biografía, en su
historia particular, proyectada y
articulada en la humanidad. Ante
todo el ser en lo humano es el
presente, la época, el sentimiento o
signo que le recorre y se
diagnostica a sí mismo, en el
sentido de pertenencia a dicho
momento, cargado con todas las
preguntas y complejidades que de él
se desprenden. Esto implica,
transformarse y transformar el
presente, en constante atención de
lo que puede vivir a partir de la
construcción de formas (estéticas),
fundamentales para presentarse ante
la mirada del otro de manera
particular. Es un presente que
constantemente se renueva a sí mismo
(autopoyético), se conserva en una
memoria pedagógica y cultiva sus
logros, no sólo en la ciencia y la
política, sino también en campos
como la libertad, la belleza, la
justicia, la verdad, la educación,
entre otras. De ahí que el
ser-humano no deje de ser un eterno
interpretante de su condición y del
presente, valorado con la mirada de
una actitud ética en la manera de
abrirse significativamente al mundo,
para ser reconocido en sus
intenciones. Esta disposición ética,
en esencia es, según Juliana
González, el daimón, la conciencia
interior, la voz que pronuncia el sí
o el no, en un estado de catharsis,
de purificación, de liberación de
prejuicios y de ignorancias, para
así poder ir al encuentro del otro,
al cual debemos respeto,
solidaridad, convivencia y disenso.
Lo que pretende el ethos es un
sujeto dueño de su realidad. De
hecho, se plantea con esta
pretensión romper con la dependencia
e instrumentalización hacia el
objeto, falso principio de libertad
y de calidad humana. Tal como lo
plantea Erich Fromm en Tener o Ser
(1998): el hombre moderno se
encuentra atrapado por una obsesiva
mirada y manipulación de tener
objetos, como si ello garantizara
plenamente la libertad y la
felicidad. Entre más nos entregamos
al objeto, más nos alejamos de sí
mismos, más conflictivos somos,
olvidándonos radicalmente de nuestra
condición de ser que para Fromm, en
una apreciación humanista, postula
vitalmente el principio de amor,
placer y comunión con los demás. No
quiere decir abstraernos de unas
realidades cargadas de profundas
insatisfacciones, desigualdades,
injusticias, en las que el ejercicio
del saber y del poder juega un papel
determinante en la vida de todos los
seres-humanos contemporáneos y
afectan sus condiciones de vida de
modo específico. En esta dirección,
conocerse a sí mismo significa
conocer al otro en una ética social,
en hombres que anhelan una
democracia y libertad, que asumen
responsable y hospitalariamente a
aquellos que lo merecen, en especial
los que están en condiciones de vida
desfavorable.
La ética se transforma en una forma
de vivir la existencia
reflexivamente, fundamentada en un
infatigable interrogar y
descubrimiento del interior de sí
mismo, reflejada en todos los
órdenes de nuestro hacer, ya sea
amoroso, doméstico, cultural,
profesional, político, económico,
social, en fin. Por lo tanto, es
algo infinito, muchas veces
indeterminado, llevándonos a
situaciones tan complejas de no
poder lograr dicha empresa de
conocernos y de conocer al otro, ni
siquiera después de la muerte.
Aristotélicamente, somos inacabados,
pero inmanentes, dinámicos, en
permanente movimiento en un
devenir-siendo. En esto radica la
definición de lo que es la
naturaleza del ethos, en el
conocimiento del carácter del alma
humana. Al respecto los filósofos
Leo Strauss y Joseph Cropsey
Historia de la filosofía política
(1996. p.14) dicen: “Parece ser que
la palabra griega que designa la
naturaleza (physis) significa,
básicamente, ‘crecimiento’ y, por
tanto, asimismo, aquello en que una
cosa se convierte al crecer, el
término del crecimiento, el carácter
que tiene una cosa cuando su
crecimiento está completo, cuando
puede hacer lo que sólo la cosa
plenamente desarrollada de la índole
en cuestión puede hacer o hace bien.
Cosas como zapatos o sillas no
‘crecen’ sino que son ‘hechas’: no
son de ‘naturaleza’ sino de ‘arte’.
Por otra parte, hay cosas que son
‘por naturaleza’ sin haber ‘crecido’
y hasta sin haber nacido de alguna
manera. Se dice que son ‘de
naturaleza’ porque no fueron hechas
y porque son ‘las cosas primeras’,
de las cuales o a través de las
cuales han surgido todas las otras
cosas naturales. Los átomos a los
que el filósofo Demócrito lo remite
todo son de naturaleza en este
último sentido”. El ethos lo que
hace es posibilitar la realización
del ser-humano en su condición de
existir, posesionándose en una vida
puesta en común, la cual nos
interesa como verdad. En otras
palabras, es una actitud de vida,
filosóficamente ligada al sentir y
al pensar existencial en una especie
de libertad moral. Juliana González
(1997, p.65) plantea: “Esta radical
conversión es, ciertamente, la
libertad moral. Por ella ocurre que
el hombre se libera también a lo
otro y a los otros de su propia
dependencia, de su necesidad y
posesividad, creando entonces, y
sólo entonces, nuevas formas de
relación basadas justamente en la
libertad”. Libertad moral, que ha de
permitir fluidez y transparencia en
diálogo con el otro, permite sentar
bases correctas para un mejor
convivir en medio del disenso
democrático, para un mundo que pone
a prueba dicho ethos. De nuevo
Juliana González (1997, p. 68) “En
el ethos encuentra el hombre
socrático, la seguridad existencial,
la fuerza, la firmeza que le faltan
originariamente en su propio ser,
por naturaleza inseguro, vulnerable,
‘infirme’, contingente y finito. El
ethos es, en efecto –como ya se veía
en Heráclito- ‘la morada’ del
hombre, su vida propia, su genuina
propiedad, la tierra firme en que
apoya su frágil y precaria
condición”. Finalmente, es aquí, en
este refugio natural, que el hombre
es autosuficiente.
F. Algunas consideraciones finales
Hacer de la “experiencia filosófica”
una práctica de vida, es la esencia
de todo aquel que desea vivir, no
sólo una filosofía espiritual sino
también saber vivirla acorde con
unos preceptos de orden ético.
Considero altamente sospechosa una
filosofía hiper especializada,
técnica, rayando en un discurso
científico en sus relaciones con los
diversos campos del conocimiento
contemporáneo; a no ser que lo que
ella pretenda sea un diálogo, una
reflexión que afectan el
comportamiento no sólo del hombre
sino de comunidades o de sociedades.
En este sentido no concibo una
filosofía atrapada en el juego de un
conocimiento de carácter científico.
El trabajo del filósofo y de la
filosofía es mucho más modesto.
La labor del filósofo en la vida,
ante todo, busca una ética sencilla
y sin mayor complicación; es decir,
amparada en la tranquilidad
espiritual, en el conocimiento de sí
mismo, lo cual exige un compromiso
para con los demás. Es así como se
formula un modo de vida particular
de quien lo asume desde un estilo,
aceptado en algunas ocasiones por
otros interesados por esta forma de
vida; la cual va a determinar
nuestro discurso y acción
cotidianos.
En consonancia, quien asume una
actitud filosófica como un modo de
vida, es aquel que indaga por su
condición de ser, que lucha por
conocer, no sólo su realidad sino el
mundo a través de una postura ética.
Es así que philo, es una disposición
que provoca un interés, un placer,
una razón de vivir, en la
consagración a una actividad
específica, tal como lo señala
Pierre Hadot. ¿Qué es la filosofía
antigua? (2000). En síntesis, hay un
afán por el saber, ligado
ontológicamente a la clásica
pregunta: ¿Quién soy?
La actitud filosófica se encuentra
unida al mismo nacimiento de la
filosofía, la cual es un amor al
saber, al conocer, a la indagación,
a la adquisión de experiencia. Es un
interés por el conocimiento de sí
mismo. En esta dirección, aquel que
se proponga cultivar esta
disposición, puede perfectamente
lograr un forma de vida acorde con
el saber de orden filosófico. La
actitud filosófica vendría a ser el
cultivo esmerado y complejo de sí
mismo, en un saber-hacer el bien;
manifestado en los diversos
discursos filosóficos, ejemplificado
en la figura de Sócrates. Es así que
la actitud filosófica se contiene en
el ethos de aquel interesado por
esta postura ante el mundo; esto
implica un saber-pensar, en la
búsqueda de sentido de las acciones
humanas.
La filosofía asumida en un estilo de
vida se encuentra ligada a un cierto
discurso que la caracteriza en su
singularidad en el hacer del
filósofo. Discurso que pretende la
interrogación, la indagación por lo
que se sabe y por lo que se hace. Es
decir, de aquel que ha hecho el
ejercicio de conocerse, de cuidarse,
de dominarse y de gobernarse a sí
mismo, sin ningún a priori que le
impida ser lo que tiene que ser a
partir de sí mismo; en su propia
invención, en su libertad, por medio
de un saber-hacer. Por lo tanto, al
descubrirse esta condición de vida
surge el cuestionamiento de
cualquier situación limitante de la
existencia; invitando a tomar
conciencia de sí, en una manera de
ser particular. Saber – vivir a la
luz del examen permanente de sí
mismo, precisa de la elaboración de
una actitud filosófica, en la
procura de pensar los asuntos más
inmediatos y complejos en que nos
desenvolvemos a través de su saber
especial: la filosofía; en el que la
educación y el diálogo van a jugar
una papel clave en la transformación
de sí mismo por medio de una ascesis
ética, la cual se da como
experiencia de orden filosófico, en
la conversión y afirmación de sí
mismo en una vida terrenal.
La filosofía es una elección
existencial, sin decir que es una
opción existencialista, la cual se
convierte en una terapia para quien
la asume en lo que sería una
filosofía vivida, regulada por una
postura ética. Ante todo el papel de
la filosofía y del filósofo ante la
humanidad se constituyen en
mediadores, terciados por una
actitud filosófica, tal como lo
vemos en Kant con su principio de
autonomía y su imperativo
categórico, reflejado en su estilo
de vida, Kierkegaard en su radical
modo de vida individual signado en
una existencia desgarrada ante el
mundo, Husserl con la idea del
filósofo funcionario de la
humanidad, Sartre con su proyecto de
vida liberador, Lévinas quien asume
la responsabilidad del otro al
cruzarse en mi horizonte de vida,
Habermas entregado y convencido del
diálogo entre actores ilustrados y
Foucault quien replantea las formas
de vivir frente al saber y al poder
en el afán de una libertad de sí
mismo. En síntesis, quienes se
ocupan así de la filosofía la llevan
en un estilo de vida reflejada en la
postura del filósofo.
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