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Síntesis
Las ciencias de la
educación en Francia es una
disciplina universitaria,
institucionalmente constituida en
1967. Sus desarrollos se han logrado
gracias a la política del Estado
Francés, quien ve en la educación la
fuente de la democracia, el lugar de
los sujetos y la oportunidad del
social desarrollo armónico. La
educación constituye el objeto de
dicha disciplina, se le estudia en
dos horizontes: como hecho y como
acto. Su historia comienza, creemos,
hacia 1950, época en la que el
sistema educativo se hace realmente
democrático y donde los principios
de laicidad, democracia y libertad
atraviesan las prácticas escolares.
Para ello, hubo necesidad de leer
las tres fuentes fundacionales: la
sociológica en la pluma de Emile
Durkheim; la psicológica en los
trabajos de Bain y la filosófica con
los aportes de Henry Marion o Alfred
Epinas. Estas tres fuentes
permitieron que tres intelectuales –Mialaret,
Debesse y Chateau-se dieran a la
tarea de crear un programa de
«pedagogía» que luego se
transformaría en ciencias de la
educación.
La importancia de
esta disciplina reside en que ella
es una morada para muchos
intelectuales interesados por el
estudio del hecho y el acto
educativo. Esto permitiría que
diversas disciplinas se fueran
integrando generando así su
identidad. A la par, la pedagogía y
la didáctica van surgiendo
progresivamente en su territorio.
Los sujetos de saber y de verdad nos
informan, entonces, de las formas
discursivas y las prácticas
escolares. La base de nuestro
trabajo tiene como punto de partida
la pregunta por el surgimiento de la
disciplina, sus discurso, prácticas
y sujetos que la habitan al mismo
tiempo que nos interesamos por
comprender el lugar que ocupan sus
dos conceptos más importantes. El
trabajo está atravesado,
teóricamente, por la comprensión y
acude a la hermenéutica para
configurar la magnitud de un
concepto. La manera de abordarlo no
reconoce la tradición positivista de
la investigación, escapa a ella para
imponer una originalidad. Por esto,
el estado del arte, la dimensión
teórica, los objetivos,
justificación, problemática se
entrecruzan a lo largo del texto. El
trabajo condensa el paso de la
palabra al concepto, descubre sus
problemas y acentúa la mirada en los
fenómenos que los cruzan. Su aporte
es importante para los estudios
sobre los paradigmas educativos en
Occidente y busca dar respuesta a la
génesis, desarrollo y consolidación
de las ciencias de la educación
francófonas.
INTRODUCCIÓN
Las Ciencias de la
Educación en Francia es una
disciplina universitaria
institucionalmente reconocida, por
decreto, el 2 de febrero de 1967. Su
surgimiento tiene lugar a partir de
la segunda mitad del siglo XX luego
de una historia de debates y
discusiones entre especialistas en
educación. Especialmente, la marcada
ausencia de un paradigma educativo
de referencia y las discusiones en
torno a la singularidad o pluralidad
de su objeto, al igual que las
prácticas educativas y los
desarrollos industriales,
económicos, sociales, políticos y
culturales que vivió la sociedad
francesa en este periodo permitieron
su creación. Los debates en esta
materia estaban atravesados por
posiciones intelectuales y
científicas en cuyo seno se
expresaban los intereses de poder de
quienes se reclamaban partidarios de
una «ciencia de la educación», de la
psicopedagogía o de las Ciencias de
la Educación en plural.
La primera dominó
durante casi un siglo; sus bases
teóricas se encontraban en la
psicología del desarrollo de la
inteligencia. Muchos psicólogos
consideraban que la única fuente de
explicación del hecho y del acto
educativo residía en los procesos de
la inteligencia, las formas de
aprendizaje y los efectos que
producían los métodos de enseñanza
en los sujetos. Esta corriente,
liderada por Alexander Bain, a
través de su célebre texto Education
as a Science, publicado en 1872 y
traducido por Gabriel Compayré en
1879 bajo el título «La ciencia de
la educación» imponía un orden y
respondía al modelo de escuela
existente. El debate, si se pudiera
nombrar, residía en la percepción
reiterada según la cual la educación
era un objeto de estudio sólo a
partir de los procesos de
aprendizaje, disciplinarización y
control de los sujetos.
La segunda, heredera
del desarrollo de la inteligencia,
estuvo fuertemente influenciada por
los aportes de un sector de la
filosofía. Esta influencia
encontraba su razón de ser en los
cursos que orientaban en algunas
universidades ciertos filósofos,
como Henrry Marion o Alfred Epinas.
El espacio institucional era la
cátedra de «pedagogía». El vínculo
entre filósofos y psicólogos dio
origen a la «psicopedagogía», campo
de formación sin objeto epistémico.
Su orientación se dirigía a formar
algunos profesores quienes en lo
sucesivo debían actuar en las
escuelas normales como sujetos de
orientación y de control.
La tercera
corriente se denomina Ciencias de la
Educación y su surgimiento, en
realidad, tiene sus primeros
intentos hacia 1950 luego del
interés que tuvieron los profesores
Maurice Debesse, Gaston Mialaret y
Jean Chateau de crear un diploma de
pedagogía, que luego se
transformaría en ciencias de la
educación. Esta corriente
contemporánea tiene lugar hacia la
década de los sesenta del siglo
anterior, gracias a la
interpretación sobre los trabajos de
la sociología durkheiniana, en
especial, los aportes sobre la
complejidad del hecho y del acto
educativo. De igual manera, se
identifican tres grandes momentos
fundacionales. La primera tiene
lugar con los cursos que se orientan
en la Sorbonne, Bordeaux y Caen
universidades estas donde
trabajaban los padres fundadores-
además de las universidades de Paris
X Nanterre, Paris VIII Vincennes,
Lyon, Toulouse et Grenoble. Una
segunda etapa aparece hacia 1981 con
la creación de Institutos y
Departamentos de la disciplina en
Aix, Marseille, Dijon, Lille, Nancy,
Rennes, Rouen, Strasbourg y el
tercer momento tiene lugar hacia
1990 con la apertura de programas
licenciatura y maestría en ciencias
de la educación en las universidades
de Saint-Etienne y Limoges. La
disciplina universitaria que
conocemos en la actualidad tiene
como base tres grandes campos del
conocimiento: psicología, filosofía
y sociología. A partir de estas tres
disciplinas, los padres fundadores
encontraron un terreno positivo para
impulsar los estudios en la
disciplina, crearon grupos e
impulsaron su cohesión. Es por ello,
que si bien ella aparece como plural
en su denominación no lo es en su
objeto. La multiplicidad de
disciplinas, interesadas todas ellas
por el estudio del hecho y del acto
educativo, constituye su
especificidad.
Desde su creación,
la disciplina ha ganado un
reconocimiento en el seno del
Consejo Nacional de Universidades (CNU),
ocupando la posición nº 70 de dicho
organismo. Su rápida expansión,
ligada al nombramiento y promoción
de un cuerpo profesoral que alcanza
la cifra de más de 500 académicos y
de un número creciente de
estudiantes la dejan ver como un
campo de referencia especial en el
que se cruzan la investigación, la
formación y la escritura sobre el
hecho y el acto educativo. Su
objeto, delimita una epistemología
alimentada por múltiples disciplinas
cuya característica es la
codisciplinariedad y la
multireferencialidad. Estas dos
características hacen de ella un
espacio universitario que atiende,
explica y comprende las diversas
problemáticas que circulan en el
campo escolar, la sociedad y la
cultura. Se podría decir, que las
Ciencias de la Educación es una
disciplina de la cultura y para la
cultura, gracias, precisamente, a
que ella está inserta en la política
educativa y en la promoción de un
cuerpo de saber necesario para los
intereses de la nación.
De igual forma, los
desarrollos contemporáneos en
investigación, producción y
comunicación de saberes le permiten
ser reconocida como un espacio
institucional portador de identidad.
Precisamente, su sello es de tal
altura que ningún estudio que busque
comprender su historia no puede
ignorar el lugar que ocupa en el
seno universitario. Como sello
institucional, ella es productora de
saber y para ello acoge la
diferencia y las diversas escuelas
de pensamiento que circulan en su
interior gracias a las disciplinas
que la integran. De esta manera, es
una disciplina plural y singular por
su objeto de estudio, aspecto único
en occidente. La unidad está dada
por las formas de cohesión que
impone el objeto de estudio. Así,
cuando la psicología de la educación
estudia el hecho y el acto educativo
lo hace siguiendo los métodos de
investigación propios de la
disciplina madre; cuando la
sociología de la educación estudia
el mismo objeto se apoya en la
racionalidad de sociología. Cada una
de las disciplinas lo hace de esta
manera lo cual no excluye una
comunicación en doble vía: a la vez
que le aportan al campo de la
educación lo hacen también al de la
disciplina madre. Por esto, las
Ciencias de la Educación se
comprenden como un espacio de
intercomunicación de saber.
Si bien es cierto
que el espacio institucional donde
se estudia el comportamiento
complejo del hecho y del acto
educativo son las ciencias de la
educación, es importante conocer qué
relación mantiene ella con la
didáctica y la pedagogía.
Especialmente, porque estos dos
conceptos constituyen un espacio al
interior de ella y juegan un papel
importante para su desarrollo y
consolidación. Si la didáctica
aparece como una disciplina
científica cuyo objeto es el estudio
de la génesis, circulación y
apropiación del saber y sus formas
de enseñanza y aprendizaje, es
importante conocer hasta dónde ella
le aporta y se nutre a la vez de las
ciencias de la Educación. De igual
modo, si la pedagogía es un concepto
a partir del cual los sujetos
reflexionan los discursos sobre la
educación, hasta dónde ella tiene un
lugar en el paradigma objeto de
nuestro estudio.
Pues bien, este es
el objeto que nos ocupa: Comprender
la configuración disciplinar de las
ciencias de la educación y conocer
el lugar que tienen tanto la
didáctica como la pedagogía en su
seno, los discursos que la
atraviesan y los sujetos que
participan en ella. Esta cuestión,
nos permite inferir que el
desarrollo de las ciencias de la
educación ha promovido la
emergencia, desarrollo e identidad
de la didáctica y de la pedagogía; a
la par, se nutre de los aportes de
éstas última gracias, precisamente,
a que en dichos conceptos se llevan
acabo desarrollos de investigación
de una gran envergadura. De otro
lado, consideramos que la
importancia de dichos conceptos
reside en el hecho de que en cada
uno se identifican objetos que las
otras ciencias no estudian. Por
ejemplo, la cuestión del saber y sus
formas de representación, está
vinculado con las prácticas de
enseñanza de las disciplinas
escolares. Mientras la didáctica se
pregunta por los métodos de
transmisión y de apropiación del
saber, la pedagogía se interesa por
las prácticas de educación, sus
finalidades y valores. Este doble
juego permite que las otras ciencias
se nutran del saber que ellas
producen. En este sentido, se puede
considerar que existe una doble
relación entre las disciplinas de
las ciencias de la educación, la
didáctica y la pedagogía. Dicha
relación es portadora de unidad e
imposibilita unos discursos de
contrapeso hacia las ciencias de la
educación. Este aspecto es de suma
importancia, pues permite ver cómo y
de qué manera, tanto la didáctica
como la pedagogía están atravesadas
por los discursos de las ciencias
humanas, tienen una especificidad
discursiva y se convierten en
pasarelas para la disciplina.
Comprender la
cuestión fundamental del presente
estudio se justifica por diversas
razones. En primer lugar, el estudio
de las ciencias de la educación es
importante para nuestra sociedad. A
través de su historia, consolidación
y desarrollo podemos comprender
mejor la diferencia existente entre
las ciencias de la educación de
corte norteamericano y las de corte
francófono. Aunque este aspecto no
constituye nuestro objetivo central,
podríamos decir que está inmerso en
nuestra iniciativa, pues permite
comprender nuestra historia
educativa, especialmente porque la
idea que circula en nuestro medio es
que las ciencias de la educación son
un conjunto de disciplinas sin
unidad. En segundo lugar, con este
estudio buscamos comprender cuáles
son los desarrollos que han tenido
la didáctica y la pedagogía. Este
aspecto es importante para nuestro
medio pues facilita la tarea de su
comprensión; es decir arroja algunas
pistas para que los estudiosos
puedan ver en cada una de ellas
cierta racionalidad, ciertas
técnicas y formas discursivas. Se
trata aquí de explicar cuál es el
objeto del que cada una de ellas se
ocupa, conocer su historia y hacer
visible sus discursos. En tercer
lugar, un estudio como el que nos
hemos impuesto realizar tiene por
fundamento comprender nuestra propia
historia. Esto es, buscamos
responder a la pregunta sobre
nuestra experiencia de formación, no
para decir cómo fue, sino qué objeto
de conocimiento aprehendimos. Si
decimos que una disciplina se
estudia para conocer su racionalidad
y las técnicas que ella impone, en
nuestro caso, buscamos comprender
tal racionalidad y tales técnicas lo
cual no excluye un retorno sobre
nuestra práctica y experiencia. Por
esto, el estudio que aquí
presentamos está atravesado por los
siguientes intereses. De un lado,
hacer un aporte para comprender el
desarrollo histórico en la
contemporaneidad de las ciencias de
la educación, la didáctica y la
pedagogía; de otro lado, plantear
algunas pistas para futuros
trabajos. Estos intereses toman
mayor fuerza cuando reflexionamos
nuestro propio deseo; se trata de
esclarecer un punto de vista sin
agotar otras entradas y medios para
su estudio. A la par, nos motiva
dicho estudio en la medida en que a
través de él hemos encontrado una
oportunidad para alcanzar una cierta
voz. Significa esto, que nuestra
temática es poco conocida en el
nuestra sociedad y que abordarla
contribuiría con las discusiones y
debates que circulan en nuestro
país. También, debemos reconocer que
desde dicha voz, podemos alcanzar un
cierto dominio discursivo y práctico
cuya capacidad nos brinda la
posibilidad de participar e incidir,
por la vía de la producción teórica,
en las transformaciones de la
realidad educativa de nuestra
sociedad.
En verdad, apuntamos
a crear un medio de difusión de los
desarrollos del objeto del presente
estudio, no para ampararnos en una
especie de poder, sino para crear
las condiciones discursivas que
permitan promover una apertura hacia
las otras culturas. Esto lo
consideramos gracias a nuestra
propia experiencia de formación.
Cuando se tiene la oportunidad de
salir y convivir en otra cultura, el
sujeto alcanza una mayor
universalidad y reduce su
etnocentrismo. Como toda forma de
defensa de los valores de la cultura
de los sujetos, el de la educación
es, consideramos, peligroso porque
encierra e impide que los individuos
puedan leer su propia historia a
partir de otros referentes. De igual
modo, leer la cultura del otro es
importante, pues es un medio
necesario para entender el lugar que
ocupamos en nuestra propia realidad.
Todo esto nos obligó a encarar una
metodología, debatir hasta dónde se
hacía necesario apropiarnos de una
«técnica» para desarrollar la
cuestión, asunto que no fue del todo
fácil porque nos interesaba más
comprender que demostrar.
Metodológicamente,
este estudio se realizó en los
siguientes términos. En primer
lugar, tuvimos necesidad de recurrir
a nuestra historia personal y
académica. Para ello fue necesario
efectuar una lectura en la distancia
sobre los diversos temas que
integraron nuestro proceso de
formación universitaria.
Específicamente nos detuvimos en la
«genealogía» de la disciplina y en
sus relaciones de proximidad y
distancia respecto de la pedagogía y
la didáctica. En segundo lugar, la
búsqueda de bibliografía, fuentes y
datos fueron apareciendo a lo largo
de nuestros años de formación.
Tomaron forma una vez nos vimos
confrontados a la pregunta que nos
formulamos y cuya génesis tiene
lugar una vez volvimos a nuestro
país. Allí, nos vimos interpelados
por la manera como se comprendían
las ciencias de la educación, los
escasos estudios sobre la temática y
la ausencia de una pregunta sobre
este paradigma. De hecho, hemos sido
concientes, junto a otros
investigadores, que las ciencias de
la educación, a través de la
literatura existente y la
circulación de algunos textos de
referencia, habían llegado al país
en la década de los sesenta.
Curiosamente, nadie se había
preguntado por la historia y
desarrollo de esta tradición del
pensamiento educativo occidental tan
presente en nuestro medio. Esta
evidencia se convirtió en el motor
de nuestras búsquedas y hasta el
presente podemos decir que hemos
tratado de preguntarnos por qué,
cómo y cuándo surgen las ciencias de
la educación. Cierto, dada la
amplitud de la temática tuvimos que
cerrar las fronteras y centrar
nuestra atención en los procesos de
surgimiento en el campo francés. Con
esta inquietud en nuestro espíritu,
hemos tratado de abordar la cuestión
y en diversos escenarios hemos
defendido nuestros puntos de vista.
Inclusive, hemos podido participar
activamente en múltiples escenarios
académicos en donde, gracias a la
generosidad de algunos colegas,
pudimos exponer algunos avances
sobre la materia. Así mismo,
reconocemos que aun quedan más
preguntas que respuestas, lo cual no
significa que hayamos renunciado a
proseguir, de otro modo y por otros
senderos, nuestra iniciativa y el
presente estudio lo confirma. La
lectura de los textos de referencia
nos obligó a efectuar un análisis
sobre nuestras vivencias. Significa
esto que no era suficiente con tener
los textos, se requería además
poderlos interpretar desde nuestra
propia experiencia. Por eso, el
camino, el modo y la perspectiva nos
llevaron a adoptar un modelo teórico
inmerso en el estudio.
En efecto, la
comprensión aparece como campo
central de los estudios
hermenéuticos. Esta alternativa nos
permitiría encarar, capítulo a
capítulo, nuestro objetivo al punto
en que hemos podido logar hilar los
hilos de la problemática. De igual
modo, la comprensión ha sido el
resultado de la pregunta que nos
formuláramos hace algunos años,
cuando nos preguntábamos qué eran
las ciencias de la educación. No se
trataba de dar una respuesta
técnica, por el contrario, nos
obligaba a indagar, a la vez, el
objeto de la pregunta y su técnica
para abordarla. Por eso, si decimos
que buscamos comprender es porque en
la comprensión hay ante todo un
esfuerzo en doble vía. De un lado,
cernir los elementos que componen la
cuestión, de otro lado, comprender
lo que supuestamente hemos
comprendido por la vía de nuestra
práctica y experiencia. Con esto,
creemos, nos hemos sumergido en el
debate entre las ciencias
nomológicas y ciencias del espíritu.
Aunque no se trata de hacer
manifiesta nuestra posición, pues no
constituye el objeto de este
trabajo, creemos que hemos
encontrado otro filón de estudio
extremadamente fértil para nuestros
intereses académicos. Comprender las
ciencias de la educación y los
conceptos que la integran, nos llevó
a renunciar a la metodología
tradicional de investigación.
Esta perspectiva
tiene su explicación. De un lado,
creemos que la investigación se
enriquece cuando la originalidad
aparece y se limita cuando el método
se impone como única fórmula de
conocimiento. De otro lado, las
pistas para el abordaje de la
problemática, especialmente sobre el
camino que establece la cuestión es
ya una forma de investigación que
impone originalidad, creatividad y
tenacidad. Por esto, cuando leíamos
reiteradamente nuestra cuestión
fuimos descubriendo una dimensión
importante para nuestro estudio. Se
trataba de la significación del
concepto. De la comprensión al
concepto encontramos una pasarela
que vincula dos modos de responder a
la pregunta. La comprensión apunta a
la totalidad, gracias precisamente
al ejercicio de la interpretación.
Los conceptos, por su parte,
permiten dicha totalidad y tal
interpretación. Por esto, creemos
que nuestro cometido encontró una
luz cuando, a través del tiempo,
pretendíamos estar abiertos a la
pregunta. En verdad, el método de
investigación limita los actos de
comprensión e interpretación, pues
impone, en muchos casos, una rigidez
al espíritu.
Así, entonces,
podemos decir que nuestro estudio
aborda una cuestión, tiene unos
conceptos, genera un mecanismo de
comprensión y produce un medio de
interpretación sobre un fenómeno
poco estudiado en nuestra sociedad.
Debemos advertir, sin embargo, que
la tradición en investigación, sus
prácticas y modos, nos impuso una
forma de superar la racionalidad
técnica que en ella impera. Por eso,
si se nos interroga sobre el estado
del arte, el marco teórico, el
problema, los objetivos, etcétera,
tenemos que decir que todo eso está
implícito en la trama del presente
texto y que para ello sólo basta con
leer, de manera ordenada o
desordenada, la información
expuesta. He aquí nuestra
originalidad, perspicacia y apertura
hacia una nueva forma de
preguntarse, responder y comprender
los fenómenos.
Finalmente, debemos
señalar que el presente trabajo
constituye una parte importante de
nuestra trayectoria académica. Su
importancia reside en que este
estudio se llevó acabo antes de que
nos inscribiéramos en el programa de
estudios para el cual ha sido
escrito. De otro modo, el problema,
su desarrollo y contenido anteceden
la experiencia de formación del
programa donde presentamos este
informe. Decir que existe un
antecedente regulado por múltiples
preguntas, diversos escritos y
variado mecanismos de comunicación
es afirmar que a un doctorado se
llega con un problema, una
experiencia, unos escritos y una
voz. El programa doctoral, es, por
su magnitud formativa, un medio de
darle forma al problema, la
experiencia, los escritos y la voz
que los acompaña. En segundo lugar,
este trabajo de investigación tiene
lugar en el marco de un programa de
estudios bastante particular donde
nuestra experiencia académica y
profesional ha sido reconocida. En
tercer lugar, se ha escrito para una
cultura educativa muy diferente a la
francesa; la norteamericana reconoce
las ciencias de la educación en una
dimensión pragmática y
tecnologicista cuya presencia no es
extraña en nuestro medio. Esta
vinculación no la hemos calculado,
sino que resulta del misterio que
encierra la experiencia y el deseo
por conocer más y mejor. Sólo hoy,
cuando hemos tendido necesidad de
presentar nuestra disertación, es
que nos damos cuenta del impacto que
tendrá en futuros estudios que sobre
la temática se realicen. Así,
creemos que una segunda experiencia
doctoral se cumple y por esto nos
hemos esforzado en decir que lo
escrito ya estaba pero que su fuerza
incubó la cuestión. Por todo, la
trama del texto, los capítulos,
epígrafes y bibliografía tienen una
voz: Dicha voz debe sugerir la
fuerza del texto y la lectura sobre
ella dar el último veredicto.
CAPÍTULO 1
PALABRA/CONCEPTO
[...] el tiempo se
transforma en tiempo humano en la
medida en que está articulado de
modo narrativo; al paso que, el
relato es significativo en tanto que
designa los rasgos de la experiencia
temporal*.
En este capítulo,
centramos nuestra atención en la
palabra. Esta iniciativa obedece a
la necesidad de establecer un punto
de partida para comprender lo que es
la Pedagogía y la Didáctica en tanto
palabra/concepto. Si bien es cierto,
la Lingüística nos permite efectuar
el análisis no es menos importante
el registro hermenéutico aquí
desarrollado. Precisamente, de la
mano de Paul Ricoeur y Hans-Georg
Gadamer encontramos elementos
valiosos para el propósito que nos
anima. Para el primero, la
comprensión es una actividad que
tiene lugar en la disputa entre
«verdad y explicación». «Tal debate
comienza en un simple análisis sobre
nuestra manera de pensar y de hablar
sobre las cosas, pero que, por el
movimiento del argumento, se dirige
a las cosas mismas
*Le temps devient
temps humain dans la mesure où il
est articulé de manière narrative;
en retour le récit est significatif
dans la mesure où il dessine les
traits de l’expérience temporelle,
Paul Ricoeur, Temps et Récit:
L’intrigue et le récit historique,
Paris, Points Essais, 1983.
que requieren
nuestras concepciones acerca de
ellas mismas»1. Para el segundo, «la
problemática de la comprensión,
objeto de múltiples debates
especialmente en todas las ciencias
que nos ofrecen una exacta
metodología de la verificación,
consiste en que sólo se da una mera
evidencia interna de la comprensión,
que aparece de pronto, por ejemplo,
cuando entiendo repentinamente una
unidad fraseológica, un enunciado de
alguien pronunciado en una
determinada situación; es decir,
cuando veo claro y percibo con qué
razón, dice el otro lo que dice, o
con qué sinrazón. Tales experiencias
de comprensión presuponen siempre
las dificultades del comprender, la
perturbación del consenso. El
esfuerzo de comprensión empieza así
cuando alguien encuentra algo que le
resulta extraño, provocador,
desorientador.»2. Pues bien, la
comprensión de las palabras
«pedagogía» y«didáctica» exige de
nosotros un retorno a su sentido
tácito, a sus funciones e indicios;
a su capacidad de comunicación y al
concepto que presupone su existir en
la lengua, en los textos y en los
discursos. También, creemos oportuno
iniciar desde ella porque un
concepto es primeramente una
palabra; «los sujetos de verdad» que
él encierra le dan movimiento a la
palabra; «los sujetos de saber» que
en él actúan lo potencian. Por todo,
fijaremos nuestra atención en la
complejidad de la palabra, en su
«verdad» y con esto estamos
proponiéndonos desarrollar el
siguiente postulado: La palabra es
«palabra» porque enuncia algo, la
pedagogía y la didáctica son
palabras que enuncian «algo» de la
educación. Su dimensión de conceptos
tiene lugar por el vínculo entre
«sujetos de verdad» y «sujetos de
saber». A los primeros los
reconocemos por los problemas que el
1 Ricoeur Paul. Del
texto a la acción, México, Fondo de
Cultura Económica, 2002,
p. 149.
2 Gadamer Hans-Georg,
Antología, Salamanca, Sígueme, 2001.
p. 100
concepto explica,
los segundos a quienes instalados en
el concepto promocionan un saber
para la educación.
Roland Barthes, en
un bello texto sobre el relato,
escribe que la Lingüística se
detiene en la frase, en tanto es la
última unidad de que cree tener
derecho a ocuparse. Si, en efecto,
la frase al ser un orden y no una
serie, no puede reducirse a la suma
de las palabras que la componen y
constituyen, por ello mismo, es una
unidad original; un enunciado, por
el contrario, no es más que la
sucesión de las frases que lo
componen3. En sus múltiples
dimensiones, la frase constituye
para los lingüistas un discurso y
cuando está articulada por una serie
infinita de frases, deviene el
objeto de estudio de lo que se ha
denominado, con certeza, Retórica o
Lingüística del Discurso. La frase,
como lo indica Martinet, es el menor
segmento que sea de modo perfecto o
integral, representativo del
discurso4. Así, ella contiene toda
la discursividad, la cultura y sus
formas. Toda frase se produce en el
marco de una cultura, de la lengua,
del texto y del discurso que ella
encierra y dirige. Al ser la frase
una unidad mínima de análisis,
revela la percepción que, sobre el
mundo y la cultura tienen los
sujetos. Una frase, por lo mismo, es
el arbitrario revelador de la
cultura, la forma cómo una comunidad
lingüística desarrolla, por medios
gráficos y fonéticos, unas formas de
inteligibilidad y de comunicación.
De una comunidad a otra se crean
unas diferencias comunicativas
específicas, pero, sobre todo, se
establecen, a rajatabla, unas
visiones propias sobre el mundo, y
unos modos de comunicar todo lo que,
en él, produce el ser humano. Por lo
tanto, una frase remite, en su
estructura, a la manera cómo las
comunidades lingüísticas se
posicionan en el mundo y lo que éste
significa para ellas. Por lo mismo,
la frase ofrece información sobre el
mundo de los individuos, sus
significados y sus atributos;
expresa el ser de la comunidad
lingüística. Ello es lo que
significa y el trascender de las
cosas, sus formas de referencia y
los símbolos a través de los cuales
puede ser enunciado con un nombre o
un atributo5.
Si
se trata de las palabras «Pedagogía»
o «Didáctica»; «Educación» o
«Formación» es evidente que por
integrar la totalidad de un «texto»6
indican un sentido, un enunciado. Su
estabilidad se entiende como el
conjunto de indicios que posibilitan
el relato, lo cual hace que la
palabra tenga un relativo nivel de
significación contextual; pues, una
palabra, aun dentro de las mismas
reglas lógicas que establece todo
sistema de lenguaje, se transforma o
escapa al rigor de la norma. Son los
contextos los que definen la
estabilidad de sus elementos en la
narración social. Esto es, decir
«paz» o «justicia» es un indicio de
guerra y una función de la voluntad
política general que, sobre los
presupuestos del acto de violencia,
pretende armonizar la convivencia.
Sólo cuando dichas palabras están
unidas a un contexto, adquieren un
valor supremo. Por sí sola la
preexistencia del término invalida
la función del sentido. Sólo hay
sentido en la comprensión, en el
ejercicio pleno de la interpretación
de los textos7. Así, el con La
lingüística clásica denomina
enunciado
6 Ricoeur Paul. Del
texto a la Acción, México, Fondo de
Cultura, Económica,
2002, p.127
Retenemos la noción de texto que
desarrolla este filósofo francés.
«Texto es todo
discurso fijado por la escritura»
7 Gadamer Hans-Georg,
Verdad y método, Salamanca, Sígueme,
2001. El
«sentido» constituye
en la Hermenéutica el objeto mismo
de la comprensión.
Consiste en ayudarle
al autor a decir lo que él mismo no
ve, no entiende. El
sentido está
fuertemente vinculado con la
tradición y el texto.
texto donde la
palabra actúa, es determinante en la
comunicación. Por lo tanto, una
palabra es indicio, sólo si, cuando
está presente, hace abstracción de
los atributos necesarios en la
interacción comunicativa. De este
modo, la frase es un gran relato8,
lo cual presupone la idea de
discurso, entendiendo por éste la
presentación ordenada de un conjunto
de frases distribuidas en un
auditorio universal. Aunque también
discurso se refiera a formas de
saber que una tradición produce a
través de las prácticas y las
instituciones9. Así, el texto es un
discurso por su forma, sus elementos
y sus sentidos. Pero también, un
texto es una producción histórica
que resume las formas de pensamiento
de una época. Todo lo que contiene
un texto informa de los modos de
pensamiento de los sujetos, sus
prácticas del decir y del hacer.
La Pedagogía como
relato tiene lugar en la historia a
partir de la narración de los hechos
y las situaciones escolares, las
políticas que las regulan, las
producciones antropológicas en tanto
expresiones culturales y sociales
que traducen el mundo vivido, las
prácticas escolares y sus diferentes
formas textuales, la organización
escritural tipo manuales escolares,
modos de disciplinamiento, normas,
decretos, doctrinas pedagógicas,
prácticas de la clase, modos de
enseñanza, etc. Todas ellas tienen
lugar en el espacio escolar, pero se
prolongan, de manera activa, en el
espacio público. El acontecimiento
de la Pedagogía como un relato es la
forma más clara como ésta puede ser
leída en su particularidad. La
Pedagogía, por ser más que unas
formas típicas de hacer, logra
despertar, en su historia, el gran
momento narrativo de las situaciones
educativas, sin olvidarse que su
capacidad argumentativa y narrativa
se teje desde el acontecer escolar.
Este acontecer, como se sabe, es la
fuente que une lo específico del
espacio escolar con lo amplio del
espacio público.
Desde la
perspectiva de Todorov, la narración
significa, de alguna manera,
discursividad en cuanto es una forma
del lenguaje10. Esta discursividad
se orienta por múltiples eventos,
por acontecimientos que se suceden
uno a uno en los escenarios de la
vida, y sobre los cuales los
momentos pedagógicos se convierten
en momentos literarios de singular
trascendencia. Cada situación de
aprendizaje, sea ésta la biografía
de un pedagogo, las penurias que
vive un Gianni11 en los
aprendizajes, los viajes de un
Alberto, las narraciones
costumbristas de la escuela en un
pueblo olvidado del África o de
Latinoamérica, las peripecias que
los docentes realizan para poder
lograr un espacio de invención en la
cotidianidad de lo escolar...,
deviene poesía tanto en el indulto
de la práctica como en el tiempo
para una literatura que relata,
cuenta y transforma la dura realidad
escolar. En este orden, la
Pedagogía como la Didáctica pueden
ser comprendidas como relatos,
porque en ellas pervive toda la
mirada y la voz de la historia de la
humanidad. Por lo mismo, se podría
enfatizar que la Pedagogía es un
relato porque da cuenta de las
formas de hacer con el otro, y los
instrumentos y las relaciones
complejas de la vida entre los
humanos. Esto se explicaría en la
literatura pedagógica de los
clásicos12. En cada relato
histórico, se
10 Todorov, Tzvetan
Las categorías del relato
literario. En “Análisis Estructural
del Relato”, México, Ediciones
Coyoacán, 1999. 11 Este personaje
ocupa un lugar central en la obra
del profesor Philippe Meirieu.
Véase,
L’école mode d’emploi: Des méthodes
actives à la pédagogie différenciée,
Paris, Esf, 1994.
12 Véase, por
ejemplo, Makarenko A., «Poema
pedagógico», Moscú, Editorial
Progreso, 1975. Como se sabe, este
pedagogo invirtió casi diez años en
escribir esta obra y dirigiéndose a
Gorki M., le decía, en una carta que
data de 1935, que
encuentra plasmada
la percepción que sus relatores
tenían sobre la persona y su mundo.
Así, Pestalozzi, Neill, Ferrière,
Makarenko, Montessori, etc., narran
en sus escritos las descripciones y
argumentos del pensamiento sobre lo
pedagógico: descripciones que
colindarían con lo irreal y que,
moviéndose entre lo verosímil e
inverosímil, logran madurar unos
puntos concretos de la realidad
escolar; argumentos en el sentido de
coger los hechos darles una forma de
literatura con sus personajes,
objetos, situaciones, sentidos y
comportamientos narrados con
maravilla en la estilística de la
historia. Se podría decir que en
cada obra de los clásicos de la
educación, la Pedagogía tiene un
personaje: Gertrudes, en Pestalozzi;
Gianni, en Meirieu; Burún en
Makarenko, y por haber nacido de la
realidad, la describen y permiten
pensarla. Además, cuando se
interviene en la realidad de lo
escolar, se busca que algo de las
situaciones educativas cambie. Sólo
en los actos de esperanza que nos
ofrece la Pedagogía, como lugar de
la lucha por lo justo, bello y digno
de la educación, se incuba el relato
con el único fin de encontrar el
mejor camino para legarle a la
humanidad un mundo mejor o, al decir
de Pestalozzi, propiciar, desde
ella, el mejor lugar para ésta.
Estas narraciones
son utilizadas por los pedagogos
contemporáneos para armar las
propuestas pedagógicas, referirse al
hecho educativo, simular situaciones
de aprendizaje y propiciar nuevos
mecanismos de saber. La secuencia
del relato no termina en una u otra
propuesta; la contemporaneidad se
alimenta del pasado, para, luego,
generar mejores tramas y desenlaces
de lo pedagógico. Así, nos dice
Meirieu, «la Escuela es la
institución que hace del futuro su
principio. Y que, para sus
personajes continúan viviendo por
fuera de la obra. Para la Pedagogía
es un ejemplo de cómo ella se hace
literatura bajo el recurso del
relato.
preparar el futuro,
se otorga la misión de transmitir el
pasado. Está habitada por la
preocupación de encarnar el pasado
en el presente para hacer que exista
el futuro. Y por la voluntad de
proyectarse en el futuro para dar
sentido al pasado. Es una creación
de los hombres para dar cuerpo a la
continuidad del mundo»13. Sobre la
escuela, la literatura pedagógica
construye un «sujeto de verdad», lo
anima con sus anécdotas, le confiere
un estatuto viviente, lo descubre en
su decir y hacer. El ejercicio del
pedagogo consistirá en hacer hablar
a los «sujetos de verdad», en
descubrir en ellos una voz, un
lenguaje, una mirada. El pedagogo lo
puede todo, inclusive «hacer bailar
a los osos». Teje relatos sobre la
educación cuando ante sus ojos se
levantan hechos que reclaman de él
un análisis, una lectura, una
interpretación. El pedagogo lo es
por la manera como ve, mira, escucha
y comprende las cosas propias de la
educación. Por esto mismo la
literalidad del escrito produce
nuevas formas del relato14, pues los
hechos y las prácticas sociales,
políticas, culturales, llevan al
pedagogo a nuevas y más ricas formas
de comprender el acto educativo.
También, estas formas actuales de la
pedagogía no se incuban en la
enajenación eminente del pasado,
sino en la retención del hecho
épico. El pasado es fuente de saber
por los rastros que deja, por las
huellas de los hechos, porque
reactiva la memoria. «A la memoria
se vincula una ambición, una
pretensión, la de ser fiel al pasado
(…) para decirlo sin miramientos, no
tenemos nada mejor que la memoria
para significar que algo tuvo lugar,
sucedió, ocurrió antes de que
declaremos que nos acordamos de
ello»15.
13 Meirieu Philippe,
En la Escuela Hoy, Barcelona,
Octaedro, 2004, p. 36.
14 Este término está
muy explicado en los trabajos de
Greimas, A.J., en especial,
el texto sobre la
Teoría Semántica y la Mitología.
15 Ricouer Paul, La
Memoria, La historia, El olvido,
Barcelona, Trotta, 2003, pp.
40-41.
El acto y el hecho
educativo lo son por la conjugación
del tiempo presente, pasado y
futuro. El hecho se refiere a lo que
aconteció, algo que tuvo lugar y que
desencadena un decir. Hay hecho
cuando algo sucede, porque se han
producido algunos efectos sobre la
persona. El hecho educativo es un
tiempo de la educación, este se
refiere al pasado, a lo que ya
sucedió, al conjunto de acciones que
tuvieron lugar entre un sujeto
profesor, un sujeto alumno y unos
saberes. El acto, por su parte,
remite al presente de la acción, al
momento como se ejercen las
prácticas de saber inherentes a la
educación. El acto educativo puede
definirse como el conjunto de
actividades que tienen lugar en un
tiempo presente que actualiza el
saber generacional gracias al cual
el hecho educativo se impone como
una decisión tomada. Por ello, la
pedagogía relata el destiempo: una
forma abstracta de mediar las
fronteras entre la realidad y la
utopía, y las ligeras escaramuzas
de la palabra que profesan, como
singulares episodios, las aventuras
del aprender o del enseñar. Los
relatos pedagógicos se cargan, así,
de acontecimientos públicos; de
hechos que maduran, de modo
intencional, la mirada del pedagogo
y ratifican el desafío por el hacer
más y mejor en beneficio de un
nosotros. La pedagogía se refiere al
hecho y al acto educativo de manera
literaria, cuando se dedica a
reflexionar el tiempo presente y el
tiempo pasado a través del conjunto
de acciones y de los sujetos que las
determinan en su voluntad de saber.
Ella no los estudia como lo hace la
ciencia, las ve con un ojo de
relato, con una mirada de la
anécdota. Para el pedagogo, la
educación de un sujeto es un asunto
de poder, de resistencia, de deseo,
de huída, de silencio, de cansancio,
de gestos, de fuerza pero también de
saber. Si insistimos en estas
características y nos refugiamos en
el relato no es para decir que la
pedagogía no se alimenta de otras
fuentes, otras ciencias, otras
disciplinas, otras prácticas, sino
para resaltar que en ella lo que se
dice y se hace está vinculado con la
realidad del aula de clase, con la
práctica de la institución y con las
decisiones políticas que afectan a
los sujetos en su educación.
También, la pedagogía se remite a la
cultura y en ella encuentra su más
potente valor16.
La narración define
el tiempo del relato. Si se vuelve a
la República de los niños huérfanos
de Pestalozzi, o a los orfelinatos
de Korszac17, se vislumbra, con
claridad, la misma cuestión: ¿cómo
hacer para no abandonar al futuro de
la humanidad, sabiendo que dicho
futuro está encarnado en la
presencia activa de la infancia y la
juventud, dos momentos del ser
humano que no pueden desconocerse si
se busca construir un mundo mejor?
El tiempo de lo joven es el tiempo
de la posibilidad, la esperanza del
mejor hacer y del mejor vivir. Todo
el esfuerzo en pro de la
construcción de un mundo más vivible
alcanza su posibilidad cuando se
toma en serio el tiempo de lo joven,
tanto más cuanto que, sin él, la
sociedad entera terminaría por
desvanecerse en su propio intento.
El «educar» es un lugar donde el
tiempo desaparece y sólo queda la
sensación del mejor hacer, la
probabilidad de la mirada y la
certeza del esfuerzo por el otro,
implicando, así, mirar el pasado y
el futuro como dos preocupaciones
simultáneas que se entrecruzan para
generar la sensación de un mismo
esfuerzo
16 Duchs Lluís, La
educación y la crisis de la
modernidad, Barcelona, Paidós, 1997.
Este texto tiene el valor de
mostrarnos una antropología de la
transmisión y una visión cultural de
la pedagogía. Se destaca por
considerar la crisis de la
transmisión como un objeto de
reflexión de la educción,
especialmente de la Pedagogía
Cultural. 17 Los trabajos de
referencia sobre los aportes del
pensamiento pedagógico del médico
polaco Janusz Korczak, en particular
Le droit de l’enfant au respect,
Paris,
R. Laffont, 1979,
Comment aimer un enfant?, Paris, R.
Laffont, 1978.
Algunos elementos de
su obra los desarrollo en el
artículo, «Del respeto como
condición fundamental de la infancia
a su inclusión», Revista Educación y
Cultura, Bogotá, FECODE, 2005, nº
69, pp.14-19.
y el desvanecimiento
de los segmentos fijos del tiempo.
El ayer y el hoy pierden sus límites
cuando el hacer se incrusta, de
igual manera, en los esfuerzos por
el otro. Aun si ese otro es un
adulto que busca su acabamiento a
través de los aprendizajes, o si es
el niño a quien le «imponemos» una
educación para realizar, a través de
él, el proyecto de sociedad. En el
proyecto de sociedad,18 la Pedagogía
encuentra su mejor forma de
expresión; allí, los pedagogos crean
el relato con el cual se ilustran y
se piensan las mejores estrategias
para lograr cristalizarlo. De las
estrategias que la Pedagogía logra
inventar, se pueden citar, por
ejemplo, las situaciones de
aprendizaje, las relaciones
simbólicas de poder, los momentos
poéticos del encuentro entre los
humanos, la escritura de una
literatura que crea espacios donde
la voz del docente logra ser
expresada, un cuerpo ligero y
cierto, y una mirada que acaricia la
angustia y, sobre ella, construye el
momento pedagógico. Así, el hacer
pedagógico se relata bajo la forma
de la literatura y sus presupuestos
provienen del hacer, pues, haciendo
es como se aprende, y silenciando la
palabra es como se logra arrebatarle
al murmullo cotidiano la calma
deseada.
Aunque las
sociedades cambien y en algunas de
ellas se logren superar las
condiciones de desigualdad social,
el problema de la exclusión será,
siempre, una cuestión que los
pedagogos no podrán dejar de lado.
Como se sabe, en la gran mayoría de
nuestros países las condiciones
reales de existencia material se
asimilan, en tiempo y en espacio, a
las que por varios siglos
experimentó la Europa
industrializada. Por ejemplo, los
niños de la calle de nuestras
ciudades; el hambre
18 Este aspecto se
ilustra con suficiente amplitud
teórica, entre otros, en los
trabajos de Aron, R., “Les étapes de
la pensée sociologique”, Paris,
Gallimard, 1967.
que impera en los
colegios y en las escuelas públicas
de nuestros sistemas escolares; las
jornadas de explotación laboral a
las que están sometidos muchos niños
y niñas de nuestros países; la
soledad en la que terminan los niños
desplazados, víctimas de los
conflictos armados; el desarraigo de
la profesión docente, etcétera, nos
obligan a pensar en el desfase
existente entre la noción occidental
de tiempo y el tiempo real en el
que, nosotros, los latinoamericanos,
nos educamos. En nuestras zonas
geográficas, caracterizadas por las
desigualdades sociales y la penuria
material a ultranza, la noción de
tiempo pierde su significado
absoluto. Mientras las sociedades
más industrializadas han logrado en
algunos aspectos superar los
márgenes de exclusión escolar, en
nuestros países dichos márgenes
tienden a incrementarse. ¿Qué ha
cambiado? ¿Cuánto hemos avanzado?19.
Este tiempo, que no
es más que la realidad misma de las
cosas, se detiene, pues, en la era
de la globalización; lo que
determina el movimiento es la
capacidad para enfrentar el vértigo,
que ocasiona en los seres humanos,
la velocidad de la información, la
usura en los bienes de consumo y el
deleite que crea, sin asidero real,
el consumismo20. El saber, al igual
que
12 Aquí no tratamos
de discutir los argumentos
fundamentales de sociólogos como
Galeano E., para quien el problema
del desarrollo no debe ser abordado
desde la lógica de los países más
industrializados. No se trata de
seguir las etapas del "desarrollo".
Nuestra discusión se limita a
plantear la pregunta del por qué no
hemos logrado superar los problemas
graves de la cobertura y calidad de
la educación. Así mismo, por qué no
hemos logrado entender que el
problema del educar es un problema
de significación real de lo social.
Se sabe que el educar hace parte de
lo público, y que siendo esto,
entonces, toda la organización de la
justicia social debe ser vista como
una pregunta por el lugar de la
cultura. Si se entiende que la
cultura es la base de toda sociedad
justa, se sigue que el educar debe
ser el principio real de acceso a la
cultura nacional, pues, la cultura
es la que legitima el orden de la
igualdad y los principios de una
democracia fundada sobre la base del
ciudadano. 13 Véase, por ejemplo,
Lypovisky G., La era del vacío:
Ensayos sobre el
cualquier otra
mercancía, se deprecia, pierde su
valor real; incluso, genera tanto
miedo como para dejar de pensar, de
manera decidida, en el futuro. El
tiempo presente borra, también, toda
aspiración a la utopía y crea la
sensación de lo inmediato,
reduciendo todo esfuerzo colectivo a
las soluciones circunstanciales y
episódicas, sin que exista un
momento de la pausa para pensarnos
en situación. El presente nos enseña
que no es suficiente con saber, en
tanto que el saber, por sí mismo, no
funda la esperanza del mañana ni la
sensación del ahora; entonces,
debemos aprender a saber que podemos
dejar de saber a pesar de nosotros
mismos. En este principio, reside la
dicotomía del futuro y la esperanza
del mejor hacer. Aquella pérdida de
la razón se ve, con claridad
expresada en los límites
inexistentes del tiempo21. Mientras
las desigualdades sociales entre los
países son cada vez más visibles,
la lógica del mercado crea, en los
espíritus de los sujetos, la
sensación de la felicidad a través
del consumo, ocultando, en
perspectiva maquiavélica, el
desarraigo del sentido mismo de
felicidad. Si el saber, a pesar de
ser el capital más importante de la
era de las comunicaciones, se
deprecia, ello significa que los
sistemas complejos de transmisión de
saber, como las escuelas, los
colegios y los medios de información
masiva, deben ser permanentemente
revisados y actualizados para que no
pierdan su lugar en la «montaña rusa
del mercado»22. En este contexto, se
instala la primacía de lo privado y
se desvanece la importancia radical
de lo público, por cuanto las
organizaciones y estructuras
universitarias mejor dotadas entran
a competir con mejores equipamientos
en el mercado. En esta lógica del
individualismo
contemporáneo, Barcelona, Anagrama,
1986.
14 Fikielkraunt,
A., La défaite de la pensée, Paris,
Gallimard, 1987.
22 Saussois, Jean
Michel, «Une nouvelle économie du
savoir», en Savoir et
Compétences, Actes
du Forum, Paris, Editions Demos,
2000.
orden del saber
privado, no se trata, pues, de
pensar el saber, sino sus
estructuras de ofrecimiento,
llegándose a producir «la
mercadería» de los programas; la
racionalidad imperante es la del
ofrecimiento rápido y no la del
pensamiento que busca un tiempo y un
espacio para producir conocimiento
social, un lugar que exprese lo
público como relato de una política
nacional de gran aliento; los
Estados terminan por ceder sus
principios y mandatos, dejando el
espacio libre para que instituciones
de muy baja calidad puedan suplir lo
que ellos y sus representantes no
pudieron defender; el interés
privado, por lo mismo, se antepone
al interés colectivo, y el
conocimiento termina por engendrar
el doloroso abismo entre
privilegiados y marginados.
De esta suerte, el
saber deja de ser un bien público
para pasar a ser un bien privado.
Ello se expresa en la exigencia del
mercado y en los discursos de la
racionalidad política imperante.
Como se sabe, los sistemas escolares
son incompetentes para disminuir la
franja entre privilegiados del
sistema privado de educación y
excluidos del sistema público de
educación. Los «vagabundos» del
sistema son cada vez más numerosos,
los excluidos crecen
exponencialmente, incluidos aquellos
que se situaron en las franjas
efímeras de la «clase media». La
Pedagogía relata hoy «Los
Miserables» de Victor Hugo.
Lo anterior deja ver
que la palabra «Pedagogía» se
alimenta de hechos concretos.
Alejarla de estos y otros
acontecimientos es impedir que se
constituya en un concepto positivo,
alegre; es propiciar su
instrumentalización a tal punto que
la convierte en una palabra de
múltiples usos. Reducirla al
instrumento, es evitar que, ella, se
convierta en la exigencia del formar
y del educar. Ésta es, en efecto, la
diferencia entre el significado de
Pedagogía que impera en nuestro
medio y el significado de Pedagogía
que prevalece en la sociedad
francesa. Mientras en la nuestra,
ella ha sido reducida al
instrumento, en aquella es una
finalidad a través de la cual se
piensan otros conceptos como la
formación o el educar23. Dicha
discursividad, nos parece, es el
resultado de las condiciones
ideológicas del sistema imperante, y
la consecuencia del atreverse a
formular, desde el punto de vista
social, la pregunta por el otro.
Ello es, si educar es una cuestión
de socialización, entonces, la
Pedagogía, como relato, buscará
ilustrar los argumentos necesarios
para demostrar el por qué de la
socialización y los efectos de la
acción integradora24.
La misión del
pedagogo consistirá en hacer
visibles el decir y el hacer, la
práctica y sus discursos de la
educación. Toda la palabra
«Pedagogía» está alimentada por los
aportes prácticos que, a lo largo de
la historia, sus teóricos y
empíricos han forjado con el único
fin de darle identidad. Cada aporte
se convierte en un indicador;
permite verla como una narración.
Como se sabe, el relato es un género
literario con el cual se busca
hablar de hechos, situaciones,
momentos verosímiles o
inverosímiles. El relato, como lo
señala Paul Ricoeur, hace posible la
lectura del otro, una lectura que se
realiza sobre el plano de la
configuración y la refiguración,
movimiento que permite tratarlo a
través del círculo hermenéutico25.
El relato, en particular si se trata
de la Pedagogía, se ofrece como un
medio de lectura para el otro, ya
que a éste le permite, a la vez,
tomar
23 Véase el segundo
capítulo de mi libro, Didáctica,
Pedagogía y saber, Bogotá,
Editorial
Magisterio, 2005.
24 Véase, aquí, los
aportes de la escuela francesa de
Sociología de la Educación,
en especial, los
trabajos de Durru Bella, De Queiroz,
etc....
25 Ricoeur, Paul,
Temp et récit, Paris, Seuil, 3
tomes, 1983.
posesión de lo que
se dice, confrontarlo con su propia
experiencia e interrogar el punto de
vista de quien relata. El relato
transforma unos hechos escogidos al
azar en eventos que se articulan con
coherencia; aísla dichos hechos y
los organiza, resaltando lo que es
más importante, el momento en que
las cosas han acontecido y las
articulaciones que permiten
comprender el curso que ellas han
tomado26. El relato permite entrar,
con plenitud, en la realidad humana.
Un sujeto que retoma su vida, la
escribe y la comunica, permitiéndole
el paso a otro para que logre dotar
de significado el camino y
verbalizar, en silencio, sus
experiencias como producto de lo
que, con tanto acierto, Bruner
denomina «lo educativo en la
cultura»27. Esto, para la Pedagogía,
ha constituido el sentido unívoco de
la historia de su hacer. Por
consiguiente, ella, vista por fuera
de cualquier reducción técnica, es
el relato que da cuenta de las
reflexiones de un sujeto pedagogo
para ambientar el registro de lo
posible y dimensionar el hacer. El
pedagogo dice y hace, lo cual lo
obliga a reflexionar por el hecho de
estar inmerso en la relación entre
el saber y el estudiante. El
profesor es un pedagogo cuando
reflexiona la distancia que surge
entre el saber del estudiante, el
saber de las disciplinas escolares y
el saber de sí. Cuando se toma el
tiempo de fijar su mirada en dicha
relación porque muy seguramente los
indicios del otro le informan tanto
como un símbolo en la comunicación.
El sabe apreciar los gestos que
emite el estudiante, no para
complacerse de su falta de interés
por aprender, ni para esquivar su
compromiso moral y ético con él,
sino para advertir lo que realmente
se juega en el
26 Meirieu,
Philippe, «Praxis pédagogique et
pensée de la pédagogie», en Revue
Française de
Pédagogie, nº 120, Juillet-
Août-Septembre, 1997, p.32.
27 Véase el texto de
Bruner, Jerome, L'Education entrée
dans la culture, Paris,
Retz, 1996
encuentro entre los
dos. El buen pedagogo es aquel que
se detiene a ver las circunstancias,
los hechos, los actos, las
resistencias, los aciertos de un
estudiante en situación de
educación. Por todo, la palabra
«pedagogía» es un relato con sentido
porque nos informa del hecho y del
acto educativo en sus más minúsculas
expresiones. Es un concepto en la
medida en que recoge la realidad de
la educación en aquello que le es
específico entre sujeto, saber y
educación.
La palabra como
concepto
Desde la filosofía,
el concepto se asume como una región
de saber capaz de hacer visible los
componentes que se traen de la
realidad. «Todo concepto tiene
componentes y se define por
ellos»28. Pedagogía, supone
enseñaza, aprendizaje, sujeto,
poder, escuela, sistema, disciplina,
institución, proceso, etcétera; la
manera como están disponibles sus
componentes es lo que marca la
diferencia respecto de otros
conceptos. Ellos permiten refractar
la realidad y la explican. En la
primera condición, el concepto sirve
de terreno para una visión del mundo
o una parte de éste. En la segunda,
su función es explicar, crear una
discursividad que como fuerza
«articula, repite y crea
intersecciones»29. Por sus
componentes, el concepto tiene una
historia, lo cual no implica que sea
primero que otro. La posición en el
pensamiento responde a su capacidad
de explicación, a la manera como sus
componentes permiten situarnos en el
mundo. La historia del concepto es
zigzagueante, ocurre por ciclos, por
oposiciones y luchas. De ahí que en
un concepto «siempre hay porciones o
trozos de componentes de otros
conceptos que
28 Deleuze Gilles.
(1999), Qué es la filosofía,
Barcelona, Anagrama, p. 21. 29
Ibíd. p. 21.
respondían a otros o
suponían otros planos»30. Por
ejemplo, didáctica en la tradición
de las Ciencias de la Educación en
Francia es el resultado de las
luchas, disquisiciones y creencias
que fueron surgiendo cuando en la
educación de un sujeto «el valor
de…» y «la práctica de tal valor»31
se volvieron antagónicos. En efecto,
mientras la pedagogía está dirigida
a responder a la pregunta ¿por qué
se educa un sujeto?, la didáctica se
interroga ¿cómo? Estas dos funciones
del concepto son posibles gracias,
en primer lugar, a que ellos están
armados de unos componentes y en
segundo lugar, por la función que
cumplen en el universal. «El
concepto tiene un devenir que atañe
a unos conceptos que se sitúan en el
mismo plano»32; los conceptos se
revitalizan mutuamente, justifican
su presencia y provocan las
confrontaciones. Pero el concepto
puede modificarse debido al contacto
que mantiene con otros. Es por esto
mismo, que el concepto de pedagogía
y el de didáctica, son
co-existentes, lo cual supone una
vitalidad recíproca. «Cada concepto
remite a otros conceptos, no sólo en
su historia, sino en su devenir o en
sus conexiones actuales que a la vez
pueden ser tomados como conceptos
actuales. (…) y ellos se extienden
hasta el infinito y, como creados,
nunca se crean a partir de la
nada»33.
Otra característica
del concepto es que sus componentes
son inseparables. «Distintos,
heterogéneos y no obstante no
30 Ibíd. p. 23. 31
Zambrano Leal Armando Didáctica,
Pedagogía y Saber: una perspectiva
desde las Ciencias de la Educación,
Bogotá, Magisterio, 2005.
Particularmente en el primer
capítulo trazo los rasgos históricos
del concepto de didáctica y lo
opongo al de pedagogía sobre el cual
señalo una distancia a veces
irreconciliable. Como lo señala
Develay, la didáctica surge de la
pedagogía y hoy tiene dificultades
para aceptar cualquier vínculo. 32
Deleuze Gilles. Op. Cit. p. 24 33
Ibíd. p. 25
separables, tal es
el estatuto de los componentes del
concepto,
o lo que define su
consistencia, la
endoconsistencia»34. En efecto, la
fuerza del concepto reside en el
orden de sus componentes, el
equilibrio que ellos guardan dentro
de su región. Así, el concepto de
Otro tiene una fuerza inmanente
debido al equilibrio del «rostro»,
su significado en tal concepto. Otro
y Rostro son recíprocos en su
finalidad, impiden un apoderamiento
de otros elementos precisamente
porque están dirigidos a un problema
común: el sujeto. Para Lévinas esta
cualidad tiene lugar cuando le
asigna al «rostro» un valor de
distancia gracias, precisamente, al
adjetivo «prójimo». Este a la vez es
una distancia que se interpone en la
relación presente. Otro no es el
cercano, sino el más distante, el
prójimo35. Si, entonces, la cualidad
de los componentes del concepto es
la de fijar su límite, para él tal
finalidad consistirá en abrigarlos;
«es heterogénesis, es decir,
ordenación de sus componentes por
razones de proximidad»36.
Bien, el concepto
constituye la base esencial del
pensamiento y permite comprender la
realidad. La relación entre lenguaje
y comprensión exige definir el
pensamiento37. Su
34 Ibíd. p. 25 35
Levinas Emmanuel, La realidad y su
sombra. Libertad y mandato.
Trascendencia y altura, Madrid,
Minima Trotta, 2001, p. 117. «Otro
–Autrui- no es inicialmente el
semejante o el prójimo; sino cuando
es el muy lejano, cuando es el Otro,
cuando es aquel con quien,
inicialmente, no tengo nada en
común, cuando es una abstracción».
36 Deleuze Gilles, Op. Cit.
p. 26. 37 Del latín
Intellectus y del griego ...˜.,
intelecto se define como facultad
pensante que puede distinguirse del
...s.. como pensamiento propiamente
dicho. Ferrater Mora J., Diccionario
Filosófico, Barcelona, Ariel
Filosófica, 2001, pp. 1868-1872. El
intelecto es aquel conjunto de
operaciones cuya función es la de
permitir el conocimiento
–entendimiento-. El da cuenta de los
niveles de desarrollo operacional
que realiza el cerebro y gracias al
ejercicio del lenguaje, permite que
un sujeto pueda estar y comprender
el mundo y las cosas que lo rodean.
En el ámbito de la Psicología del
desarrollo de la inteligencia dichas
estudio corresponde,
particularmente tanto a la filosofía
como a la psicología, campos de
saber que han forjado sus bases
esenciales. Para aquella, el
pensamiento recubre cuatro
significados: «Cualquier actividad
mental o espiritual; la actividad
del entendimiento o de la razón en
cuanto es diferente de la de los
sentidos o la voluntad; la actividad
discursiva y, finalmente, la
actividad intuitiva»38. Estos cuatro
sentidos constituyen la base de las
definiciones que circulan en
diversas escuelas filosóficas. El
pensamiento es para la filosofía una
actividad suprema del buen entender,
la aprehensión correcta de las
condiciones de una cosa en tanto son
para el espíritu. Esta función es
posible gracias a la dimensión de
sus componentes; sin ellos no hay
concepto, pero con ellos es
imposible cualquier interpretación y
discurso de la realidad. El
pensamiento comienza allí donde los
conceptos emergen, cuando irrumpen y
abren la puerta para que la historia
no cese de tener lugar. «Cuando un
término o idea se carga de
connotaciones particulares se
convierte en concepto. (…) un
concepto, en definitiva, en la
medida que condensa una experiencia
histórica, articula redes semánticas
(la palabra «Estado», por ejemplo,
en tanto concepto, integra y
comprende un conjunto de nociones
diversas, como las de dominio,
territorio, legislación, judicatura,
administración, impuestos, etc.), lo
que le confiere un carácter
inevitablemente plurívoco»39. El
concepto explica, cuando tiene un
uso en la ciencia «pura», pero
comprende cuando sus componentes
resumen lo que vemos del mundo. Su
referencia al mundo y al tiempo
constituye su más importante
función. Con él
facultades se
conocen como operaciones
intelectuales –pensamiento- 38
Abbagnano Nicola Diccionario de
filosofía, México, Fondo de Cultura
Económica, 1997, 39 Kosseleck
Reinhart los estratos del tiempo:
estudios sobre historia, Buenos
Aires, Paidós, I.C.E/U.A.B, 2001,
p.15.
comprendemos una
época, unos discursos, unos modos de
pensamiento; él nos permite tener
acceso a unas creencias y maneras de
ser; unas prácticas y formas de
poder que se tejen en los tiempos de
la historia humana. «En un concepto
se encuentran siempre consolidados
los sentidos correspondientes a
épocas y circunstancias de
enunciación diversas, los que se
ponen en juego en cada uno de sus
usos efectivos»40. Así, entonces, el
tiempo del concepto está en la
tradición, la define, nos dice cómo
es, cuáles son sus formas de
pensamiento, qué debates y luchas,
que problemas y discursos promueve.
Un concepto es una totalidad por
explorar, pues a través de él vemos
formas singulares de la tradición.
En toda tradición hay modos, normas,
una moral, prácticas, discursos del
decir y del hacer. En general, ella
delimita lo que una sociedad y sus
sujetos piensan, creen y hacen.
Todo concepto es
portador de complejas y diversas
significaciones que obedece, en el
caso de las comunidades científicas,
a su uso y aplicación. Dependiendo
de la disciplina, los usos y
metalenguajes que generan los actos
de comunicación y transmisión de
saberes, ocasionan dispersión
semántica. Por ejemplo, el concepto
«estructuras emergentes» se refiere
a unos sistemas que tienen la
asombrosa capacidad, de pasar con
espontaneidad, de un estado de
dispersión a un estado de
organización. Este fenómeno se
encuentra en campos distintos,
regulando, así, los predicados de
las teorías como el caos, la
autoorganización y la información41.
Dicho concepto se utilizará, en
algunos casos, para explicar ciertos
fenómenos; en otros, para
argumentar, desde la Gramática, los
hilos del
40 Ibíd. p. 15
41 Weinberg Achille,
«Les enjeux de l'ordre et du
désordre», Sciences humaines,
nº 47, février,
1995, pp.16-19.
discurso o las bases
de las teorías. Esta operación de
representación y significación de
los conceptos permite que las
disciplinas puedan, algunas veces,
negociar, de modo simbólico, con
disciplinas vecinas. La operación de
diálogo entre disciplinas pasa por
los linderos de los conceptos, que
son, apenas, excusas para argumentar
una postura, una creencia, una ley o
una teoría. Por ello, los conceptos
se utilizan de acuerdo con los
intereses fenomenológicos de las
disciplinas. Entre la Teoría de la
Complejidad y la Cibernética se
recurre al concepto «estructuras
emergentes» para señalar y ambientar
algunos fenómenos comunes; lugares
donde las dos disciplinas se tocan y
producen legitimaciones compartidas,
aunque, en el fondo de la
argumentación, existan miradas
distintas.
Por lo mismo, un
concepto puede generar diversas
representaciones, expresar múltiples
ecos, señalar distintos mensajes,
ocasionar variadas situaciones,
pues, como se sabe desde la
Lingüística, los conceptos son
polisémicos. Vale decir, los
conceptos de Pedagogía y de
Didáctica tienen distintas
representaciones dependiendo del
contexto y de la contextualidad de
los centros de interés de las
comunidades académicas. Es el
objeto, en alguna medida, el que
determina la textualidad del
concepto, y esto no puede ser
comprendido sólo como una alegoría
al positivismo, sino como una
realidad dispar. Pero tal
textualidad se puede entender del
mismo modo en que se pudiera
entender el objeto. Por ejemplo, la
Didáctica es utilizada como objeto
[de saber] que explica las
situaciones de representación que
todo individuo mantiene frente a los
saberes. La representación se puede
convertir en el objeto mismo de la
Didáctica y confundirse, de manera
extraña, en un doble objeto: aquél
que se propicia en los intereses
normativos de la disciplina, es
decir, el que la describe como
propio y legítimo de ella, y el que
se deriva de la acción hermenéutica
a través de los lenguajes aplicados
en los contextos. Es lógico pensar,
en efecto, que la textualidad del
concepto constituye su punto de
arbitrariedad. Así, las formas
simbólicas de todo concepto se
elaboran en los arbitrarios
textuales, y la semiótica de éstos
se convierte en los discursos, en un
punto de análisis y de referencia
para toda construcción de
significados y predicados. Por ello,
decir que un concepto es la
representación mental de la palabra,
como tal es un lenguaje sobre el
cual discurren conformaciones
representativas distintas que logran
narrarse, con pausa, en los
imaginarios colectivos, es afirmar
que ella se produce en un contexto.
Luego, la textualidad de todo
concepto deviene el punto
indivisible, el lugar común y el
vínculo real entre la palabra y su
consecuente representación mental.
Como se conoce, la palabra, según
la corriente ortodoxa de la
Lingüística, se define como unidades
semánticas conformadas por otras
unidades semánticas mínimas42,
unidades que, en definitiva,
legitiman la arbitrariedad misma de
la lengua.
Entre concepto y
palabra se produce una acción que
establece lo indivisible de ellas,
cual es manifestar, de manera
conjunta y correlativa, los sentidos
que se producen bajo formas de
lenguajes complejos43.
Esta forma
indivisible se
42 Martinet A.,
Eléments de linguistique générale,
Paris, Armand Colin, 1980.
Cabe anotar que,
mucho antes que este autor, Luria
afirmaba que sería un error
considerar que por sí misma la
palabra pudiera ser considerada una
partícula básica del lenguaje
conectada sólo por un simple nexo
convencional (asociación) entre el
sonido arbitrario y una determinada
forma de representación. Esta forma
de abordar la representación de la
palabra tuvo su expresión en
lingüistas como Sausure. Pero los
nuevos y modernos enfoques le abren
múltiples posibilidades a la palabra
y su relación compleja en la lengua
y el lenguaje. 43 Véase, aquí, por
ejemplo, los aportes de Cassirer,
E., Essais sur l'homme,
refiere al cómo
opera, tanto en la una como en la
otra, el sentido. En la palabra, el
sentido es múltiple; de ahí, la
Pragmática. En el concepto, es
múltiple el significado cuando, en
el caso de las comunidades
científicas, por ejemplo, no ha
logrado estabilidad conceptual.
Cualquiera de las dos se rige por la
producción del sentido, la gramática
y textualidad en las cuales cada una
de ellas se utiliza. Esto no es
indivisible, más bien, ofrece un
lugar para señalar el sentido como
lo único que no varía en su
producción permanente. Lo que no
varía es el sentido en que la
representación se produce; la
definición, en cambio, provoca la
alteración del orden; de ahí que una
definición sea una puerta de entrada
a un gran patio donde existen otras
puertas que han sido dispuestas
alrededor de una plazoleta semántica
y que se bifurcan desde su
interioridad hacia otras múltiples
direcciones.
La palabra, al ser
la unidad básica del lenguaje y del
pensamiento, recubre una doble
representación. Por un lado, se
encuentra la forma unívoca de
representar el objeto que ella
designa, y por otra, un modo
universal de representación, en
cuanto ella nombra el sentido
genérico del objeto que describe
o al que ella se
dirige como habla. El primero
se refiere a un campo de acción
intelectual precisa, y el segundo, a
uno complejo, lugar donde se
universaliza la acción y el
contenido propio del dato que la
palabra contiene. Así, Luria
escribía que toda palabra presenta
un doble componente. Una
catalogación
Paris,
Gallimard, 1975, sobre los lenguajes
complejos, en especial, los
lenguajes proposicionales y
lenguajes emotivos, tipos de
lenguaje que nos diferencian, de
modo rotundo, de las especies
animales no racionales. El primero
pertenece con exclusividad al ser
humano, mientras que el segundo se
encuentra tanto en los animales como
en las personas. El lenguaje
proposicional se caracteriza por
aumentar las capacidades simbólicas
a través de significados textuales y
extratextuales, referidas éstas a
capacidades simbólico-discursivas.
objetiva
o función concesiva en cuanto
designa cierto y determinado objeto
preciso, y un significado que
adquiere el objeto en función de la
representación universal que el
sujeto le opone más allá de su
mínima simbolización44.
Una
palabra es la expresión y
designación directa de un objeto o
de una cosa (catalogación objetiva).
Por ejemplo, una mesa, un pájaro,
una casa, son palabras que se
refieren a dichos objetos,
ubicándolos en la lengua y
dispuestos a ser usados en el
lenguaje como medio de comunicación.
El sentido directo de la palabra es
el mismo género del objeto, lo cual
presupone una linealidad absoluta
sobre sus cualidades particulares
[indicios]. Estas unidades mínimas
pasan a ser conceptos cuando sobre
ellas discurre una voluntad
discursiva y reflexiva en el sujeto
hablante. Tales unidades mínimas
manifiestan su universalidad a
través de uno o varios significados,
los cuales tienen la capacidad de
trascender la forma estable de la
palabra y, que más allá de lo
propiamente descrito, posibilitan la
representación múltiple de
eventos45. Toda comunicación
constituye un gran eje de
reciprocidad y de alteridad. Así,
tanto la una como la otra forman el
conjunto de la posibilidad
intercomunicativa y, en
consecuencia, la trama del encuentro
complejo entre los humanos. El acto
de habla se expresa, de modo
simbólico, en la puesta en escena de
una voluntad que, buscando la
referencia a un mundo complejo, se
44
Luria, A.R., Lenguaje y Pensamiento,
Barcelona, Editorial Fontanella,
1980, pp. 25-30. 45 Por ejemplo,
Vygotsky Lev S., desarrolla, con
extensión, este aspecto en su texto
Pensamiento y Lenguaje. El paso del
lenguaje interior al lenguaje
exterior está mediado por la
capacidad de complejizar, desde una
palabra, múltiples situaciones,
refiriéndolas a objetos similares,
análogos, opuestos, y unificando
por esta vía, la totalidad de un
mundo de habla y de referencia
simbólica. Vygostky Lev S.,
Pensamiento y Lenguaje: Teoría del
desarrollo cultural de las funciones
psíquicas, Buenos Aires, Editorial
La Playade, 1983.
apoya en
la palabra para, desde ella,
manifestar un interés humano
unívoco, genérico y, en principio,
estable. Dicho interés está dotado
de una doble instrumentalización.
Por un lado, la búsqueda de
herramientas comunicativas que
generen estabilidad en la
comprensión y argumentación. De otra
parte, la utilización recurrente de
dichos instrumentos en función de la
conservación de la imagen primera o
grafía46.
Tal
conservación de la grafía busca
fundar el sentido incluido de una
comunidad de comunicación posible.
Una comunicación donde la
trascendencia se hace explícita en
la grafía del objeto hablante. El
discurso posible entre sujetos de
habla lo funda una ética de
liberación y una ética del
discurso.47 Pero tal liberación no
se refiere sólo a la expresión
ideológica que se le pudiera, por su
propia condición lingüística,
aparentar, sino, más bien alude a la
capacidad que tiene el sujeto de
liberar algo de sí mismo, es decir,
de comunicar, pues, en la
comunicación se libera lo retenido,
se le da paso al desahogo necesario
de las ideas y representaciones, las
cuales maduran, por lo general, en
los intersticios de la soledad. Este
acto de liberación o de
despojamiento encuentra un lugar
común denominado discursividad;
entendido éste como un acto que no
puede ser fundado de cualquier
forma. Esto es, que la discursividad
presupone unas reglas mínimas de
acción y unas reglas máximas de
reflexión. Decir o no decir obedece
a un impulso ético, en cuyo acto se
promulga el origen del habla y
46 Desde
la Lingüística, teóricos como
Saussure F., Troubetzkoy, N.,
Gillaume, Hjelmselv, l., Jakobson,
R., Prieto, L., han legado las bases
conceptuales para poder comprender
la dimensionalidad y complejidad del
signo, significante en la armadura
de la palabra como unidad básica de
la lengua y de la comunicación. 47
Véase Appel, K. Otto, Intentions,
conventions, and references to
things: dimensions of understanding
meaning in hermeneutics and in
analytic philosophy of language, en
Meaning and understanding, Parret,
H., Bouveresse, J., (comp.) 79-111,
Berlín, W. De Gruyter. 1981.
se
promueve el silencio del decir y del
escuchar. Entre el decir y el
escuchar se encuentra la razón del
discurso objetivo de la otredad,
porque el habla que dice y escucha
funda su acción en la propia ética
del reconocimiento del otro. No
escuchar y decir inclina la balanza
sobre uno de sus extremos, pero
decir y escuchar es intentar poner
la balanza sobre su punto medio,
intento de todo equilibrio,
reciprocidad del otro sobre la base
del uno.48
Más allá
de la racionalidad del acto de
habla49, la connotación de la
comunicación se ubica en un doble
plano. Social, en cuanto el sujeto
actúa en función del lugar que ocupa
en la pirámide social, y
psicológica, si dicho sujeto expresa
sus formas prácticas de
representación concomitante con el
medio en donde éste se desenvuelve.
De ahí que la comunicación
constituya una forma manifiesta de
todo aquello que la motiva en cada
sujeto. Por ejemplo, la búsqueda de
igualdad de entendimiento entre
conceptos se produce en el interior
de los actos de habla y argumentos
implícitos que los sujetos, en la
interacción comunicativa, producen
con el único fin de establecer
acuerdos absolutos50. Esta es, de
alguna manera, la finalidad del
habla y sus actos, en cuyos eventos
de comunicación se resuelve la
progenitura de un decir sin
48 Véase
mi libro La mirada del sujeto
educable: la Pedagogía y la cuestión
del otro, Santiago de Cali, Nueva
Biblioteca Pedagógica, 2001. En este
texto no se habla directamente de la
eticidad en el lenguaje y en los
actos de habla, pero se infiere que,
sin dicha reciprocidad, la otredad
no puede llegar a ser. 49 Véase los
desarrollos de Austin, J. L., Quand
dire, c’est faire, Paris, 1970;
Malinowski, B., The problem of
Meaining in Primitive Languages,
Londres, 1935. 50 Habermas, Junger,
Teoría de la acción comunicativa,
Barcelona, Taurus, 1985. Los aportes
de la teoría habermasiana en el
campo de la Lingüística y de la
Pedagogía son sorprendentes. No sólo
porque este filósofo del lenguaje
busque la explicación a los actos
del habla entre sujetos de
comunicación, sino porque permite
referir un análisis mucho más
complejo entre conceptos y
comunidades científicas.
exclusión. Dichos acuerdos muchas
veces se estabilizan en una
reciprocidad genérica, producto de
los objetos discutibles. Este acto
complejo de la estabilidad
conceptual y comunicativa tiene su
punto de expresión entre individuos
dotados de habla y posicionados en
una ética de la misma. Aunque la
negación del acuerdo se produce en
los intercambios racionalizados del
poder, un reconocimiento anticipado
de éste potencia la posibilidad de
liberación, cuya máxima expresión es
el reconocimiento del otro.
Si esto
sucede entre individualidades o
entre sujetos de habla, en cambio no
ocurre entre comunidades
científicas, pues, en ellas los
acuerdos pasan por coordenadas de
poder. Este poder se teje en las
representaciones silenciosas del
apreciar o en la objetivización del
sentido puro de lo que se cree,
desde la experiencia, comprendido,
como la naturaleza de los hechos51 .
Esto último puede explicarse con la
Pedagogía y la Didáctica. Los grupos
científicos apoyados por líneas
precisas de investigación logran,
por lo general, luego de duros
debates y forcejeos, estabilizar las
representaciones y generar unos
códigos que compensan la
comunicación y hacen más claro la
construcción de proyectos comunes52,
podrían ser denominados como una
identidad científica. En el sentido
contrario, la ausencia de discusión
y comunicación sin renuncia
51
Haberma Junger, Facticidad. Es
importante resaltar la dura batalla
que mantienen las ciencias duras con
las ciencias humano-sociales. Aun
entre cada una de ellas, los poderes
fundan la posibilidad de habla y es
en la destrucción de dicho poder
como el conocimiento adviene bajo
las formas de «verdad». 52 Véase,
Avanzini Guy, «Les déboires de la
notion de pédagogie» en Revue
française de Pédagogie, Nº 120,
Juillet, Août, Septembre, 1997, pp.
17-23. Este texto es fundamental
para una comprensión del sentido
específico de la Pedagogía y de la
Didáctica. La diferencia semántica
de estos dos términos obedece, en
especial, a los debates y teorías
que surgen en los acuerdos
científicos al interior de los
grupos de ciencia.
conduce
a los lugares del ahogo y de la
«clandestinidad científica». Es,
pues, esto último, lo que se podría
entender por no-verdad en la
ciencia, y verdad en los saberes
comunes. En estos últimos, los
sujetos no se preguntan por la
génesis de ellos, mucho menos por su
historicidad; sólo se adoptan como
relatos ciertos y verdades
absolutas, adopción que, como bien
se conoce, acontece, en especial, en
el espacio escolar.
La
identidad del concepto
Si bien
un concepto es la identidad de un
paradigma, ¿en qué condiciones ella
es posible? En primer lugar, todo
concepto tiene un mecanismo de
acción. Lo que dice el concepto es
lo que, él, permite hacer en la
práctica. Así, cuando se habla de
«enseñar», se está indicando la
actividad de transmitir el saber
entre las generaciones. Así mismo,
«aprender», remite a las condiciones
de apropiación de los saberes y sus
dimensiones en la cultura, la
ciencia y la técnica. El concepto es
la acción generalizada, el infinito
y el sendero de las prácticas, de
los actos, de las motivaciones,
todas unidas por un acto unívoco.
Esto es, la enseñanza como el lugar
de la ejecución del mensaje a través
de las formas diversas que ella
procura en su quehacer práctico. Por
ejemplo, la enseñanza de la lengua
primera, o de las matemáticas
sugiere la presencia de
instrumentos-tipo53. Un
instrumento-tipo es el mensaje que
se
53 Los
aportes de la sociolingüística para
las Ciencias de la Educación han
sido en estos últimos años muy
importantes. Citamos, apenas, uno de
ellos; se trata de los trabajos que
nos ofrece la profesora Bautier,
Elizabeth, en particular su libro:
Pratiques langagières, pratiques
sociales: De la sociolinguistique à
la sociologie du langage, Paris,
L'Harmattan, 1995. Este texto nos
ilustra cómo los instrumentos-tipo
en el aprendizaje y la enseñanza de
la lengua se procuran en la
interacción comunicativa, para lo
cual los aportes decisivos del
capital lingüístico del docente es
importante, así como la presencia de
los instrumentos lingüísticos del
alumno. La interacción comunicativa
es clara en este texto, sobre todo
porque
incorpora en la trama del enseñar,
verbigracia, el saber del profesor
es un instrumento tipo, el cual
difiere de un docente a otro. El
instrumento -tipo, en este orden,
hace referencia al saber de la
disciplina donde está instalado el
docente y el cual le permite
efectuar la enseñanza. De igual
modo, serían los instrumentos
metodológicos como el pizarrón, la
tiza, el libro, la experiencia del
alumno, su participación, la tarea y
el objetivo.
Así, el
instrumento-tipo constituye un
mecanismo que permite dejar el sello
de lo que es. Todo instrumento
utilizado o aplicado en la acción de
la enseñanza, constituye el primer
límite del concepto. El segundo se
refiere a la capacidad que se tiene
para reflexionar más allá del
instrumento-tipo, la acción ejercida
a favor de otro o de alguien
concreto (estudiante). La reflexión
tiene como objeto la separación del
término o de la palabra y en ella
encuentra su significado. Un
significado que se procura en la
historia misma del concepto. Es
decir, la reflexión busca
estabilizar la fuente misma del
concepto en su doble misión: lo que
éste es y el hecho mismo. Lo primero
significa que el concepto se
diferencia de la manera como es
utilizado en otra cultura
pedagógica; lo segundo, lo que el
concepto, en su universalidad y
complejidad, se refiere. Veamos, la
Pedagogía alude al hecho educativo,
pero, a la vez, a lo que el mismo
concepto es respecto a otras
regiones pedagógicas54. El concepto
es, entonces, la posibilidad que
éste tiene para ser comprendido y
abordado en su magnitud. El lugar de
la exterioridad del concepto hace
alusión a la
ilustra
la polifonía oculta del paradigma de
las Ciencias de la Educación. 54
Perrenoud Philippe, Pédagogie
Différenciée, Paris, ESf, 2000. El
concepto de «pedagogía diferenciada»
remite a la lucha contra las
diferencias y la esfuerzo porque el
nivel aumente. Aquí, el concepto de
pedagogía encuentra en la
«desigualdad» y en la «diferencia»
un terreno firme para comprender el
hecho y el acto educativo.
capacidad que el mismo concepto
tiene para dejarse abordar como
objeto, en cuanto, él, es y en
cuanto, él, hace, lo que los
escolásticos denominaban causa
necessitatis y causa pulchritudinis.
La primera designa, con
simultaneidad, que la acción es
indispensable y que ella está
inscrita dentro de una lógica de las
cosas sobre las cuales el sujeto no
está impedido, pero convive en ella;
y la segunda se encontraría del lado
de la convicción sobre la belleza de
las cosas, su legitimidad. En cuanto
el concepto es, por su historia, por
su trayectoria, sus balbuceos, sus
tartamudeos, su definitiva
estabilización. Esto configura su
objeto primero. Su objeto secundario
acontece en la capacidad que tiene
el concepto de ser abordado como
lugar del hacer. El hacer alude a la
manera como sus componentes
participan de lo concreto, en su
caligrafía y sintaxis práctica. Vale
decir, en todo aquello en que se
expresa su practicidad.
La
posibilidad del concepto se hace
evidente, explota en la lectura,
acontece en la referencia implícita
del acto de análisis, madura en la
mirada que los sujetos tienen sobre
la historia de éste. Una palabra es
su propia historia y, al mismo
tiempo, la puerta de la historia. El
asunto histórico de la palabra es su
propia historia; es por ello, como,
de modo implícito, lo señala Khum55,
refiriéndose a las palabras, que en
la historia de ellas se encuentra la
forma concreta de la historia,
historia bajo el sentido del
pensamiento de los seres humanos,
sus acciones, sus preocupaciones, o
sólo sus intenciones de mundo. En el
mismo sentido, Bachelard traduce lo
anterior con la noción de la
esponja56, y en este contexto, una
palabra cuando «exprime»,
55 Khum
T., La estructura de las
revoluciones científicas, México,
fondo de Cultura Económica, 1996. 56
Bachelard Gaston, La formation de
l’esprit scientifique, Contribution
à une psychanalyse de la
connaissance, Paris, Vrin, 1993.
en su
núcleo está contenida la historia,
la voz de las cosas, el grito de las
intenciones, la jornada infinita de
la referencia sobre el mundo. Una
palabra, pues, es el mundo en su
totalidad y dicha totalidad se
balancea a manera de péndulo, sobre
el cual gravita el sentido y se
forja la identidad sin sospecha.
Como lo veremos más adelante, el
concepto remite a la totalidad del
pensamiento en la tradición. De ahí
que la hermenéutica oriente sus
esfuerzos a la comprensión de los
textos en la tradición y, por esta
vía, de cuenta de los conceptos.
Palabras/pensamiento
La
palabra, en suma, es el indicio de
un «algo» que tiene lugar en la
frase, el discurso, la narración, el
texto. Desde el pensamiento, ella
organiza el mundo, lo vuelve una
realidad y hace que germine, a
través de ella, el sentido del
sentido. La verdad de la palabra
también nos recuerda que ella se
tiene así misma. «Es la palabra la
que se sostiene, ya sea que uno esté
en el uso de la palabra, ya sea que
salga fiador como alguien que ha
dicho algo o como alguien que le ha
tomado la palabra a otro»57, ella es
verdad para sí. Cada palabra
despliega un mundo, en tal mundo
habitamos por el uso que hacemos de
ella. La palabra es verdad por sí
misma, independientemente de si la
usamos correctamente. El uso es una
forma de verdad. La ley, el decreto,
la norma, son verdad relativa en el
uso, y cada una remite a una verdad
para sí. Lo que una ley enuncia
deviene realidad cuando se aplica;
es verdadera en su uso. La palabra
porta unas huellas, el signo al que
se refería Peirce. « Defino Signo
como cualquier cosa que es así
determinada por
57
Gadamer Hans-Georg, Arte y verdad de
la palabra, Barcelona, Paidós, 1998,
p. 16
alguna
otra cosa, llamada su objeto, y que
así determina un efecto sobre una
persona, a cuyo efecto llamo
interpretante, siendo este último de
este modo determinado por el
primero»58. La palabra está
compuesta por signos que a través
del diálogo se despliegan frente a
nosotros. Cuando evocamos, con su
sonido, el mundo que ellas encierran
nos ubicamos en las
representaciones. La palabra es un
medio de representación que alcanza
su punto de realidad en el diálogo.
En este, ella se despliega, se abre
en lo que es y en lo que dice; su
sonido nos permite llevar la
comunicación por un camino común. Al
ser la palabra la fuerza del mirar y
del decir, le permite al individuo
entrar y salir del mundo. Este doble
movimiento se observa a lo largo de
los presupuestos del estructuralismo
lingüístico, filosofía del lenguaje,
hermenéutica.59 Por ejemplo, el
método utilizado por Vygotsky se
centraba en descomponer el
pensamiento verbal en unidades y en
el significado de las palabras60.
Según él, este último es una unidad
imposible de seguir descomponiendo
pues representa la forma más
elemental de la unión entre
pensamiento y palabra. Ahora bien,
la base del pensamiento está en las
unidades de sentido, en el vínculo
con la palabra y por esto mismo,
problemas como el de la
«comprensión» se vuelven importantes
para la hermenéutica. Una palabra
remite al pensamiento, pero es
objeto de estudio por el mundo que
encierra y que reclama de nosotros
su comprensión. Los actos del
«comprender» remiten a formas de
pensamiento que desde muy temprano
la filosofía supo introducir61.
Comprender es un proceso cognitivo y
al mismo
58
Peirce Sanders Charles, Semiotics
and significs, Indiana, Bloomintong,
University Press, 1977, p. 81
59
Schneuwl y Bronckart J. P., y al,
en Vygostky, aujourd'hui,
Neuchâtel,
Delachaux & Niestlé, 1985.
60
Vygotsky L.S., Pensamiento y
Lenguaje, Barcelona, Paidós, 1986,
p. 198.
61 En
verdad, la comprensión aparece
central en la discusión sobre la
realidad y
tiempo
lingüístico; es una forma de
pensamiento y a la vez una palabra.
El vínculo entre comprender como
pensamiento y como palabra reside en
el conjunto de signos que despliega.
La comprensión tiene lugar por el
lenguaje y se refiere al hombre y su
vínculo con aquel.
La
palabra es colectiva porque une a
los individuos en el diálogo común.
Cierto, en ella, cada uno encuentra
el mundo, sus cosas, sus poderes y
lo transmite al otro y dicho
transmitir nos informa sobre la
manera de pensar, de decir, de
actuar. La palabra es al pensamiento
como el habla al lenguaje y en ella
hay un universo por descubrir. La
palabra escrita nos informa sobre el
pensamiento de los sujetos, la
hablada los expone en su
pensamiento. La palabra vincula a
los sujetos en el texto, la
tradición, el pensamiento. Hay una
palabra del tiempo y una de la
individualidad. Las dos constituyen
la tradición del pensamiento,
devienen texto. Por eso, la palabra
y el pensamiento expresan el decir y
el hacer de los sujetos en la
tradición. Así, pues, «la palabra no
es sólo la palabra individual, el
singular de «las» palabras que,
unidas, forman el discurso. (…) «La
palabra» tiene significado colectivo
e implica una relación social. La
palabra que se le dice a uno,
también la palabra que le es
concedida a uno, que alguien diga
refiriéndose a una promesa: «es la
palabra», todo ello no se refiere
solamente a la palabra individual, e
incluso cuando sólo
la
verdad. En oposición a la
explicación, ella constituye una
forma del estar en el mundo; el
lenguaje en su terreno más preciado.
La reflexión sobre la «comprensión»
tiene, en la filosofía, a Dilthey
como el precursor. Dilthey Wilhelm,
Teoría de las concepciones del
mundo, Barcelona, Altaza, 1995, p.
96 « se trata aquí de la relación
del pensamiento lógico con la vida,
la comprensión y la experiencia
interna. Surge la cuestión de en qué
medida puede comprenderse
lógicamente lo vivido. Y se repite
la misma cuestión al hacerse objeto
de investigación la comprensión de
la vida psíquica ajena, el entender
en la hermenéutica»
se trata
de una única palabra afirmativa, de
un sí, dice más, infinitamente más
de lo que uno podría «creer»62.
La
verdad de la pedagogía consiste en
que esta palabra se tiene a sí
misma, no requiere de otras palabras
para su sostenimiento; su firmeza
está en la historia, en su devenir;
en su sentido objetivo. La palabra
«pedagogía» relata las prácticas y
discursos sobre la educación,
aunque, en ocasiones, pueda, al
decir de Meirieu, alcanzar la
dimensión de epopeya. Esto, con
claridad, se ve expresado en la
literatura sobre lo escolar; en
algunas obras clásicas sobre el
análisis de las situaciones
pedagógicas63. En todo, la Pedagogía
aparece como la porta voz de las
situaciones escolares y al mismo
tiempo ella es una palabra que la
integra. Se vuelve realidad cuando
los hechos así lo dicen: en el
castigo y sus formas, en las
prácticas del decir y del hacer de
los profesores; en los textos
normativos; en los saberes
disciplinares y sus formas de poder;
etcétera. Su evidente sentido de
palabra se encuentra en lo que ella
es y dice; en su verdad. «Son las
palabras las que, en últimas, le
permiten a toda acción de lenguaje
devenir como realidad y objeto de
estudio, pues, de manera
equivalente, podrían asimilarse a
unidades de funcionamiento»64.
Pedagogía y
62
Gadamer Hans-Georg, Op. Cit. p. 15.
63 Es evidente el papel que han
jugado en la discursividad de lo
pedagógico algunas obras clásicas de
la literatura. Por ejemplo, la
«Carta Robada», de Allan Poe Edgar,
fundamenta en algunos aspectos el
signo de la búsqueda y la necesaria
investigación de los hechos.
Numerosos son los textos de la
literatura que alimentan, algunas
veces, a manera de epopeya; otras,
de forma directa, como la obra de
Alvaro Mutis, el significado oculto
de las palabras formación,
investigación, educación, pedagogía,
valor, etc. La Pedagogía, como se
puede observar en el capítulo sobre
este concepto, ha apoyado, en gran
medida, su discursividad literaria a
partir del mismo hecho literario.
Ésta, quizás, pudiera ser su
salvación, salvación que bien
pudiera entenderse como la
escapatoria de la reducción técnica.
64 Bremond, Claude, «El mensaje
narrativo», en La Semiología, Buenos
Aires, Editorial el Tiempo, 1970.
Igualmente, Greimas, A.J.,
Semantique streucturale,
Didáctica permiten que podamos
comprender la naturaleza de las
Ciencias de la Educación, el
pensamiento educativo y las
prácticas escolares. También, a
través de ellas podemos ver, cifrar,
delimitar, el sujeto de verdad y los
sujetos de saber propios a ellas.
Pero antes de venir sobre el
territorio de las ciencias de la
Educación, es necesario mirar el
sentido de la palabra. Esto, porque
una palabra guarda uno o varios
sentidos y ello se convierte en
objeto de estudio para campos de
saber como el de la Hermenéutica.
Larousse, 1966.
CAPITULO
2
DETRÁS
DE LA PALABRA/CONCEPTO
[...]
todo lenguaje ordinario, con la
ontología que viene escrita en su
gramática, abre a la comunidad de
lenguaje un horizonte de
interpretaciones posibles*
Si la
palabra se sostiene por su carácter
de verdad y si ella toma cuerpo en
el mundo al que se dirige, creemos
necesario explorar su «sentido». En
efecto, la palabra nos abre al
pensamiento, nos vincula con la
tradición y nos informa sobre los
textos que en ella tienen lugar. Por
este motivo, en esta parte
intentaremos explorar el sentido
para comprender mejor los dos
conceptos que nos ocupan.
Particularmente, en los trabajos de
Deleuze y Ricoeur observamos una
sólida argumentación sobre el
sentido. También, los trabajos de
Habermas contribuyen con nuestra
iniciativa. Especialmente, porque la
«comprensión» de los conceptos
encierra un «algo» que no es
evidente a los ojos del estudioso.
Descubrir, develar, hacer evidente
el sentido de la palabra, del
concepto se convierte quizá en el
objeto mismo de la tarea
hermenéutica. Como «arte de la
interpretación», la hermenéutica
ontológica de Martín Heidegger o de
Hans-Georg Gadamer, constituye una
forma de explorar los textos, el
lenguaje, la historicidad, la
tradición y las formas de situar la
comprensión. El «ser ahí»,
*
Habermas, J., Textos y Contextos,
Barcelona, Ariel / filosofía, p. 67
esto que
somos antes que nada, como
comprensión define unas formas de
hablar, escribir, interpretar y por
consiguiente razonar65.Como
comprensión, el «ser ahí» exige, por
la vía de la palabra y sus
lenguajes, develar el «sentido», ya
que en él se expresa todo el
despliegue de verdad que la palabra,
el concepto encierran en la
tradición y el texto. El pensamiento
de una tradición produce un sentido,
varios sentidos, múltiples sentidos
y a ello debemos apuntar si queremos
comprender las palabras, los
conceptos, los terrenos donde
circulan.
Pues
bien, desde la encrucijada
semanticohistórica y epistemológica
a la que fueron sometidas las
cuestiones fundamentales de
posibilidad de las ciencias
nomológicas y hermenéutico-críticas
y la producción de sentido
[predicados] en el marco de una
epistemología analítica y de la
hermenéutica filosófica como
pragmática universal66, se
produjeron, de manera abierta, dos
cuestiones fundamentales: las del
sentido último del saber y sus
condiciones de posibilidad, y las de
la pertinencia nominativa de una
ciencia El efecto simbólico que una
tal encrucijada produjo sobre el
sentido, rebasó los marcos formales
de la sensación en el terreno de un
metalenguaje a la manera
objetivo-lógica sobre lo real. Así,
entonces, el sentido, como lugar de
lenguaje y posibilidad primera de la
percepción, emergió en el marco de
una discusión histórico-crítica
sobre los límites prácticos de
existencia y justificación de la
ciencia. El existir [imbricación] en
el marco del erkenntniss se reducía
no sólo a la preexistencia de una
normatividad lingüística supra,
sino, también,
65
Sánchez Benítez Roberto,
Hermenéutica y Comprensión, Ciencia
Nicolaita, Nº
40,
2005, p. 6.
66
Habermas, J., Logique des sciences
sociales et autres essais. Paris,
Puf,
Philosophie aujourd'hui, 1985
a la
validez del dato como signo de lo
real.
El
símbolo de lo real y la
justificación metafísica de su
lenguaje, ordenados, de modo
arbitrario, por los preceptos del
acontecer en el dato, hacían
presumir la justificación dominante
del sentido de veracidad sobre lo
expuesto en las demostraciones del
acto de realidad y no en la
presunción del acontecimiento
interpretativo de todo acto de
lenguaje. Richard
F.
Bernstein señalaba, «la
incompatibilidad de una negación del
dato lingüístico con la supremacía
del dato puro numérico»67. Desde
esta perspectiva, ello suponía la
posibilidad de reorganizar el
andamiaje de lo científico sobre la
tesis de que, si bien es cierto que
las ciencias nomológicas lograron
dominar el ámbito del saber, a
través del lenguaje positivista,
ciencias, como la Sociología, no
podían acontecer en su trascendencia
de saber disciplinario como una
disciplina «dura», ya que
traducirían el sentido de realidad a
través de datos con coherencia
organizados mediante herramientas
metodológicas como la Estadística;
esto porque, ellas, eran, ante todo,
formas de lenguaje social fundadas
en la praxis de los actos de habla,
símbolos y relatos expresivos. Esta
lectura en doble sentido, el de la
existencia instrumental que
justifica la realidad misma de la
ciencia y los medios que ella
elabora para leer los objetos
posibles sobre los cuales actúa,
presupone [“a priori”] la
preexistencia del sentido de
validez del saber científico. Pero,
como todo saber, ello obedece a una
trama simbólica compleja, tejido que
no puede disolverse sólo en el plano
de las coordenadas del saber «in
situ», sino en el instante inmediato
en que dicho saber acontece como
forma simbólica. Este sentido
constituye el principio de veracidad
de una ciencia y el valor
67
Bernstein, Richard F., The
restructuring of social and
political theory, New York, 1976
activo
de su propia condición, es decir, de
su interés en tanto lugar de saber.
El saber se expone, entonces, al
juicio de una doble condición: el de
la primacía sobre su historicidad de
un modelo de ciencia particular, y
los símbolos que refractan el saber.
El marco
legal de validez de una ciencia
constituyó, entonces, el principal
esfuerzo de clarificación, toda vez
que las prácticas
histórico-culturales con capacidad
de significación trascendental
abrían el espectro de auto validez
de las ciencias nomológicas e
histórico-hermenéuticas68. La
encrucijada toma sentido en los
duros debates entre (¿algunos?)los
más importantes representantes
filósofos de las dos grandes
escuelas (Viena y Francfort) Popper
y Adorno, Carnap y Horkeimer,69
abriendo una brecha para que
posteriores trabajos prosiguieran
con la argumentación histórica sobre
las complejidades ulteriores del
sentido en la ciencia, y sus
posibilidades de autodeterminación.
Si bien es cierto que la
epistemología analítica ofrecía un
amplio espacio para resolver
cualquier duda sobre la posibilidad
y justificación epistemológica de
las ciencias nomológicas, el
planteamiento de la insuficiencia
analítica y el desbordamiento de una
pragmática universal en los términos
de actos de lenguaje, introdujeron
la solvencia de interpretación,
reedificación que, a la manera
gadameriana, posibilitaría una
hermenéutica ontológica contraria a
los presupuestos tácitos de la
epistemología analítica.
68
Habermas J., Op. cit. p. 8.
69
Popper, K., / Adorno, Th. W., La
querelle allemande des sciences
sociales,
Bruxelles, Ed. Complexe, 1979,
Adorno Th. W. (1966) Dialectique
négative,
Frankfort. Trad. Payot, 1978.
La
alternativa planteada por Horkheimer
con su “teoría tradicional” y
“teoría crítica” y, luego, ampliada
en «l'éclipse de la raison»70
permitiría ver hasta dónde la
sospecha del significado rebasa los
postulados de veracidad propios del
positivismo. La cuestión de una
teoría crítica se hace necesaria, ya
que toda filosofía social no debe
sólo limitarse al estudio de las
relaciones de una producción teórica
con los «datos sociológicos de la
situación»: ella debe, ante todo,
ser crítica en tanto posibilidad de
saber, pues, ello le permite inducir
la reflexión sobre las condiciones
de su propia emergencia.
Si bien
la razón argumentativa sobre la
validez a priori o no de una
ciencia, emanaba ante todo de los
preceptos lógicos de las ciencias
nomológicas, en particular, de los
enunciados gramaticales específicos
del sentido de la recherche en el
ámbito racional, y en la tendencia
real de lo buscado como argumento
específico del lenguaje de la
ciencia; la noción epistemológica de
la misma actividad de búsqueda se
referirá a una metodología general
de las ciencias empíricas o a una
hermenéutica general de las ciencias
humanas y sociales71. En esta doble
vía, los trabajos de K R. Popper y
Gadamer iluminan el camino y abren
la perspectiva para prolongar, junto
a un Habermas o al último
Wittgenstein, la pregunta
trascendental por el ser del saber
en las ciencias
critico-hermenéuticas;
permitiéndoles a pensadores como
Appel, profundizar en la
construcción de una hermenéutica
universal y crítica72. Esta
gramática es extendida a la esfera
de la autocomprensión; la
epistemología analítica y la
hermenéutica trascendental se
70
Horkheimer, M., Théorie
traditionnelle et théorie critique,
Paris, Gallimard,
1974.
71
Habermas, J., Op. cit. p. 10.
72 Apel,
K. O., Transformation der
philosophie, Bd. 1, Frankfurt,
Surkamp, 1976.
encuentran, entonces, apoyadas por
un mismo objeto, el cual se refiere
a la identidad en los términos de un
saber que justifica el principio del
sentido de la acción instrumental
(Véase, por ejemplo, los aportes en
la “Teoría de la acción
comunicativa”, “Verdad e Interés”,
“Pragmática Universal”).
A pesar
de lo anterior, se encuentra que la
causalidad entre la naturaleza
epistémica de las ciencias
analíticas y las
histórico-reflexivas es un asunto
que exigió la construcción de un
«carrefour»” semántico único. Esto,
porque la simbología de las primeras
es, se sabe, contraria a las
segundas, lo cual hace suponer que
las dos se mueven en planos
distintos desde el punto de vista
gramatical. Las ciencias de la
naturaleza se diferencian de las
sociales por el hecho de que sus
respectivos objetos tienen una
simbología específica, y en este
caso, por ejemplo, el campo de la
Sociología no obedece a un modelo de
observación, sino de comunicación.
«El sociólogo encuentra sus actos de
validez implicados en los actos, las
instituciones y los actos de habla
sobre los cuales está constituida la
vida social; él tiene que vérselas
con unas estructuras significativas
que no puede comprender sin
reconstruir la intención y el sujeto
como un ser posicionado en dicha
intención; de ahí que la relación
entre el investigador y su objeto
sea virtualmente simétrica»73;
aunque la distinción de la
naturaleza objetal y los grados de
interés de acción de las ciencias se
presumen desde campos simbólicos. Al
decir de Cassirer, ello pareciera
deberse a que, tanto las unas como
las otras, se nutren de simbologías
específicas74, lo cual no quiere
decir que en las primeras no
preexista una trama gráfica de
símbolos y que, por el contrario, en
las segundas, su acontecer esté
cargado de simbología
73
(Rickert, 1960)
74
Casirer, E., Philosophie des formes
symboliques, T.1, Paris, Ed. Minuit,
1972.
como
fundamento específico del para-sí.
«El conocimiento verdadero puede ser
posible sólo en las condiciones de
trascendencia de una representación
simbólica»75.
La
validez del sentido, entendido como
una prolongación oculta del
lenguaje, a no decir por una
racionalidad no expuesta en la
paráfrasis del sentido mismo,
evidencia la significación de lo
real y dejan por fuera la cuestión
de veracidad como exclusividad de
las ciencias lógicoexplicativas.
Los trabajos sobre el lenguaje
permiten visualizar el lugar del
sentido como objeto específico que
las luchas posibilitan en el acto
del conocer. El derrocamiento de la
hegemonía nomológica posibilita el
armazón del sentido como una forma
clara de la interpretación sobre el
dato y sobre la ciencia que lo
estudia; de ahí que el saber se
entienda como un lugar donde se
administra la semiótica del
conocimiento disciplinar. Tal
semiótica surge en la puesta en
práctica de los instrumentos propios
a cada ciencia con los cuales se
potencia el sentido de explicación.
Este se ejerce en los lugares
propios del saber, es decir, desde
el propio saber, lugar donde
acontecen los signos y símbolos del
conocimiento. Por eso, el saber
puede verse como una disposición de
lo que una época puede decir (sus
enunciados) y ver (sus
evidencias)76. También, el saber
remite a las prácticas y discursos
que tienen lugar en una sociedad.
Desde la perspectiva de la ciencia,
el saber se objetiva como práctica,
modo, discurso y función. Saber,
para la ciencia, «es aquel conjunto
de elementos, formados de manera
regular por una práctica discursiva
y que son indispensables para la
constitución de una ciencia, aunque
75
Habermas J., Op. Cit. p. 15 76
Deleuze Gilles, Entrevista, Le
Monde, 5 de juin, 1985, p. 13.
no estén
destinados necesariamente a
constituirla»77. De cualquier modo,
el saber de la ciencia es una
reflexión sobre su hacer, sobre la
forma como ella produce
conocimiento. Por eso, el saber
reflexivo es un discurso sobre el
hacer, una lectura sobre las
prácticas. El científico reflexiona
lo que hace, allí crea saber. La
ciencia en su conjunto crea
conocimiento, la forma de hacerlo,
la manera como es explicado por los
sujetos, es un saber.
De otro
lado, la perspectiva que nos plantea
las cuestiones trascendentales de la
simbología, consiste en esclarecer
si la magnitud de verdad que una
ciencia, nomológica o no, puede
detentar en sus actos de
interpretación el señalamiento del
sentido en la configuración de otros
campos de saber (educación,
cibernética, Pedagogía,
virtualismo). Es la cuestión del
sentido la que nos interesa plantear
aquí, entendido que todo sentido
opera como una “nooesis”,
acoplamiento entre certeza operativa
de la ciencia en la cual se cierne
el sentido o, por lo menos, se
pretende su selección y la veracidad
interpretativa del mismo. En todo,
el «sentido» tiene lugar en la
ciencia por el dominio del método a
cuyo lugar se centran las disputas
entre «explicar» y «comprender». La
actividad de la ciencia es portadora
de sentido, inclusive político. El
saber y la verdad contribuyen a
reforzar este sentimiento, pues hay
sentido según se trate de la
«explicación» o de la
«comprensión»78. La ciencia como
campo de poder crea un sentido de su
actividad, lo que resulta de ella
adquiere otro.
77
Beillerot Jacky y allí, Saber y
relación con el saber, Buenos Aires,
Paidós, 1998,
p. 22.
78 Deutsch David, La estructura de
la realidad, Barcelona, Anagrama,
1999. «La realidad aparece como un
sentido en la ciencia cuando
aplicando las leyes generales de una
teoría impone un modo de
explicación. La explicación
constituye el contenido fundamental
de las teorías», p. 15.
Cuando
la ciencia investiga, crea una
teoría y produce un sentido para la
vida; cuando los aplica crea otro.
Por eso, la técnica que se deriva de
las teorías generales tiene su alta
cuota de sentido e imprime en los
sujetos un modo de ser; para los
sujetos científicos representa un
modo de vida, una moral, una
práctica cotidiana necesaria para la
actividad de investigación. Por eso,
la disciplina es un modo y un
sentido que los sujetos asumen pues
les otorga el carácter de
científicos. La actividad que ellos
realizan es, de alguna manera, una
práctica por imitar. El ejercicio de
la ciencia consiste más en una forma
de moral, algo dado, unas prácticas
que se autorregulan y permanecen
fijas; unas maneras de actuar y de
«ver» que en todo se asimilan a un
orden sucesivo de obediencia. El
ritual de la ciencia impone un modo
de actuar y de «decir» y a ellos se
obedece sin interrogar sus
consecuencias. Por esto, la ciencia
en su totalidad activa, es
«ideológica» porque promueve en los
sujetos un sentimiento de fidelidad
y de pertenencia a sus valores,
reglas y juegos de poder. «Es
disciplina lo que debemos ejercer
hora tras hora en el esfuerzo lleno
de engaños de la investigación,
tanto en el laboratorio como ante la
mesa de trabajo; es disciplina lo
que necesitamos los investigadores
contra nosotros mismos y contra las
opiniones que nos inducen a ser
suspicaces, y para resistir la
tentación de la publicidad, que
querría dar a conocer nuestros
conocimientos como el último grito
de la sabiduría; es disciplina lo
que necesitamos los investigadores
para no perder de vista las
fronteras de lo que sabemos y lo que
al final precisamos para permanecer
fieles a la propia historia de
Occidente, que con la insaciable
necesidad de saber qué la distingue
desde sus inicios aceptó en seguida
la responsabilidad de defender
siempre al ser humano en las
capacidades cada vez más poderosas
de la humanidad»79.
En todo,
la ciencia en su generalidad crea un
«sentido» y genera otros. Su
práctica se orienta por las formas
de ser, de actuar, de creer y de
verdad. Los modos son el
laboratorio, el rigor y la moral que
le acompaña. El método, es el medio
para lograr el dominio sobre la
realidad, pero también la manera de
quedar supeditado a ella. Por todo,
la racionalidad de la ciencia
contribuye a crear un sentido de la
actividad. Las palabras y los
conceptos que circulan en su seno,
refuerzan tal objetivo. Allí, los
conceptos adquieren sentido según su
uso objetivo, su aplicación.
Podríamos decir que el sentido de la
palabra, de los conceptos, los
encontramos en el uso. Cuando las
Ciencias de la Educación explican
las prácticas escolares, el hecho y
el acto educativo, recurre a unos
conceptos. Ellos están cargados de
sentido según el registro de la
investigación. También, tienen una
orientación de acuerdo con los
problemas que busca resolver. Y por
último, el sentido de los conceptos
que circulan en este paradigma
obedece a los discursos que allí
tienen lugar. Por esto mismo, es
importante saber que el sentido de
la palabra, del concepto, anida el
mundo que ellos muestran. Su
comprensión es un trabajo de
investigación, pero también de
observación. Mirar cómo aparecen los
conceptos en su seno, qué discursos
promueven, qué prácticas orientan,
exige comprender su sentido.
Aproximación desde el sentido
Bien se
sabe que la cuestión real de los
símbolos se
79
Gadamer Hans-Georg, La herencia de
Europa, Barcelona, Península, 1990,
p.
99.
entrecruza en la propedeútica del
sentido. Sólo el sentido acontece en
la virtud del fenómeno o en lo que
Husserl denomina “monde vécu”80 . La
trascendencia de los datos
propuestos bajo formas de simbología
es importante en la reinterpretación
del dato mismo. La comunicación
trascendente, en este caso, asume el
“repulsoir” de lo acaecido. Así, una
ciencia se enfrenta tanto a su
condición de “organon” como a su
semanticidad orgánica en el orden de
una normatividad que se hace
explícita. Un sentido es una
intercomunicación que acontece a la
vez, sin precaución alguna, en la
idea y en la proyección sensible que
dicha idea nos procura. La gramática
del acontecer del sentido se ubica,
en efecto, en la expansión de la
sensación, cuya expresión está dada,
en particular, por la simbología.
Esta es la forma como Albercht
Welner denomina "le tournant
lingüistique"81 . El sentido que una
ciencia ofrece del dato es la
proporcionalidad de su carácter.
Mientras las ciencias nomológicas se
apoyan con fuerza en explicaciones
positivas y lógicas, las
criticohermenéuticas se relacionan
en los campos semánticos.
Es en la
reflexión sobre las posibilidades
del lenguaje como la ciencia existe
en sus versiones históricas. La
reflexión potente sobre el
significado de un dato, sea éste una
ínter comprensión universal de un
hecho o la desarticulación pausada
de sus presupuestos lingüísticos,
nos inducen a pensar en la
reificación del sentido mismo. Tan
sólo el sentido se alcanza como
postulado válido de manera
universal, cuando, por lo menos
algunos de sus atributos son
compartidos por una
80
Husserl, Edmund, «Die Krisis der
europälschen wissenschaften und die
trazendentale phänomenologie», Ges.
Werke, Bd.VI, Den Hang, 1954. 81
Welner, Albercht, «Le tournant
linguistique de la théorie
critique», In U. Jaeggi y A.
Honneth, Francfort, 1977.
comunidad. El juego lingüístico de
los términos que integran un
concepto, se abre en la prospectiva
en que dicho elemento participa de
una trama simbólica universal. Esta
se expresa, si fuera el caso, por
canales aceptados de modo
arbitrario, por la epistemología
analítica o hermenéutica
intercomprensiva. El sentido, así
mismo, es, ante todo, un postulado
que se reifica en la concatenación
de los hechos. Si bien es cierto que
en las ciencias experimentales los
comportamientos del acontecer de
saber logran ser posibilidad gracias
al entrecruzamiento de
variables-tipo, en las ciencias
humano-sociales el acontecer del
saber está más orientado por la
simbología de las categorías. El
acto de habla que con claridad lo
expresa, de modo dominante, la
Lingüística, adquiere su
variabilidad en los interlocutorios
de dicho acto. El es claro por la
intencionalidad y no sólo por la
“vericondicionalidad”82, pues, el
acto presupone la potencialidad del
mismo acto. Caso contrario, el acto
de experimentación que el científico
realiza sobre un objeto presupone
una condicionalidad táctica,
alejando la espontaneidad y la
explosión de posibles otros-actos.
El orden de la exposición de los
hechos, radiografía comunicativa
entre sujeto-objeto, se cierra en la
normatividad del orden gradual del
experimento, en sus coordenadas de
anticipación, y en sus eventos
progresivos hasta llegar al lugar de
la identidad de un objeto que
[quiérase o no, ya está
identificado] se explica por fuera
de toda reconstrucción. Mientras
esto sucede en estos campos
lógico-gramaticales, en los
reconstructivos de la gramática se
abre el objeto, pues éste no llega
dado de antemano.
En el
primer caso, la reinterpretación
sobre los efectos
82
Barthes, Roland, «Introducción al
Análisis Estructural de los
Relatos», en Análisis Estructural
del Relato, México, Ediciones
Coyoacán, Diálogo Literatura, 1999.
que una
condición hipotético-deductiva
ejerza sobre los signos que el dato
revele, presuponen una normatividad
sobre la lectura anticipada del
hecho. Esto es, que existiría una
gramática general para pensar los
datos en el contexto de una
epistemología analítica, mientras
que, en el comportamiento social,
los datos expresados como lenguaje
no están imbricados en marcos
normativos preestablecidos, lo cual
supone que la reificación del objeto
es, de hecho, un “continuum”. Así,
la posibilidad de lo social no está
determinada sino en la simetría
gramatical y en los espacios donde
la reificación del sentido es
operatoria del sentido último del
dato, determinado en su nooesis por
una gramática que se reconstruye a
sí misma desde el dato mismo y no
desde su establecimiento como dato.
El
sentido, entonces, se refiere, aquí,
a unas formas lingüísticas ocultas,
las cuales se destejen, con pausa,
una vez el acto es identificado.
Este fenómeno que, en términos de
Ricoeur, se entiende como la
condición principal del fenómeno
bajo la forma de significado83,
implica la génesis progresiva de la
ciencia y la autorregulación de los
sentidos propios del lenguaje que se
crean en el acto de explicación.
Así, la perspectiva explicativa es
posible tanto desde los atributos
lógicos de toda epistemología
analítica como en la actividad
ampliada del signo lingüístico. Ello
explica que de una ciencia formal se
pueden derivar consecuencias
explicativas del orden lingüístico:
por ejemplo, el campo de la
educación [quizás, porque es el
lugar donde más se producen estos
hechos] debido a que el sentido se
relaciona, de modo directo, con el
significado, y éstos se estudian, no
desde la educación como una ciencia,
de manera formal, constituida, sino
como un objeto
83
Ricoeur, P., Le conflict de
l'intérprétation, Paris, Seuil,
1970.
de saber
que, de forma amplia, es estudiado
por otras ciencias, inclusive las
nomológicas. Esto hace que se
produzca la relación entre
significado y signo del hecho.
El
sentido en la ciencia
Dicha
relación es compleja, residiendo, en
particular, en la interposición de
los eventos que se suceden al
interior de los instrumentos de
interpretación que cada ciencia
organiza. Así, si se trata del
experimento, la gramática de la
ciencia se expresa como un todo
autosuficiente. Es su poder de
operatividad en el sentido de una
gramática compleja y técnica, el que
se revela bajo el símbolo de ciencia
determinada. Si se trata de una
lectura de términos en una
segmentación de tiempo, por ejemplo,
el estudio de un concepto, la
gramatología empleada será, en
algunos casos, la posibilidad
reveladora de la misma ciencia. En
este caso la racionalidad oculta de
las ciencias humano-sociales se
evidencia y señala el objeto como
dato. El doble carácter significa
que la estructura de la ciencia se
produce porque ésta delimita un
campo de observación y un campo de
gramatología congénita a su
especificidad como ciencia84. Los
datos determinan, entonces, la
sustancialidad de la ciencia, y los
objetos gramaticales que ella emplea
revelan el carácter de asimilación.
Lo
anterior toma sentido en la pregunta
por los objetos en aquellos campos
en los cuales no existe un consenso
marcado por las voces de las
comunidades científicas85. Si nos
referimos a la Pedagogía, es cierto
que ella puede representar un
término que se imbrica en algunos
aparatosos sistemas de
84
Nagel, E., The structure of science,
Londres, 1961.
85
Ladrière, J., El reto de la
racionalidad, Barcelona,, Unesco,
Sígueme, 1977.
interpretación. Pero si el concepto
Pedagogía se analiza como un sistema
complejo, un lugar donde detrás de
la palabra/concepto existe una carga
histórica y una gramática reveladora
de sentido. Es el sentido, en el
doble lenguaje de instrumento y
forma, el que nos revela la pista
para considerar hasta dónde un
término se convierte en un campo de
investigación y, de allí, pasa a ser
una ciencia establecida. Es claro
que ello supone la estructuración de
sus componentes internos. Por
ejemplo, si el concepto Pedagogía se
deriva de una tradición epistémica,
liberada en alguno de sus
componentes, ella podrá ser
entendida en sus rasgos históricos
del pensamiento como una ciencia.
Pero ello exige penetrar su sentido,
y a éste se llega pasando por cada
uno de los sujetos de verdad y de
saber, organizándolos en regiones de
historia, superponiéndolos unos a
otros; observando y comprendiendo la
periferia del concepto y su
enunciado en la tradición y en los
textos.
Sentido
como identificación
La
ciencia se construye contra su
propia condición; un concepto, en
cambio, es una representación
mental86 pero también es una
construcción histórica en las
tradiciones del pensamiento. La
naturaleza de la ciencia es, de
manera compleja, construida en los
avances del deseo por el conocer. Un
concepto, en cambio, es el lugar de
la voz que expresa el conocimiento
que una ciencia alcanza a través de
sus gramáticas. La Pedagogía podría
significar, en algunas regiones
geográficas, ciencia, discurso o
práctica.
86
Vigostky, L.S., Pensamiento y
Lenguaje, Buenos Aires, Editorial
La Pléyade, 1983.
La
confusión en la terminología o, más
bien, la ausencia de una maduración
en la representación del sentido
provoca las limitaciones de los
términos. Mientras una ciencia esté
imbricada en su objeto y en su
identidad gramatical, ella resistirá
a la erosión del tiempo, pero si una
«ciencia» [nombrada así] apenas
expresa algunos rasgos de
positivización, ello no es
suficiente argumento para que sea
denominada ciencia (nomológica o
hermenéutico-crítica). Se necesita
que ella produzca un saber y genere
un conocimiento. Además, que
explique aquellos fenómenos y hechos
que, a la luz de la simple
observación, con dificultad se
podrían explicar. Aparte de todo
esto, se sabe que una ciencia
necesita construir una gramatología
específica, distinta por tanto a las
otras ciencias. Esta discursividad
es la identidad final de la ciencia.
No basta que una ciencia tenga
definido, en forma completa, su
objeto, sino que, además, pueda
hablar sobre su propia condición87.
De esta manera, la gramática que se
sustrae a la propia condición de la
disciplina, deja por fuera la
validez de la misma. Sólo es válida
la ciencia en cuestión cuando la
gramática ejerce la fuerza de
repulsoir en sí y una posibilidad
constante de discutir sobre su
objeto y devenir. Es la capacidad
que una ciencia tiene de
historiografiarse a sí misma, la que
determina hasta dónde ella es una
disciplina con madurez. Es claro que
esta historiografía de las ciencias
sobre su propio objeto no se refiere
a un balance sobre su devenir, sino
a la permanente búsqueda por hacer
sólido el objeto y su propio
lenguaje. Si bien la ciencia es
portadora de sentido, su quehacer,
sus prácticas y discursos lo
provocan. ¿Cómo aparece éste en el
registro de la palabra y del
concepto? ¿Por qué para algunos, la
Pedagogía es una ciencia y para
otros no?;
87
Charlot, B., «Les sciences de
l'éducation: essai d'épistémologie»
en “Les sciences de l'éducation: un
enjeu, un défi”, Paris, Esf, 1994.
y en
cambio, la Didáctica se observa como
una disciplina que estudia el saber
de las disciplinas de enseñanza; ¿a
qué obedece esta posición y por qué?
Estos interrogantes, creemos,
continúan los debates propiciados en
el seno de algunas escuelas de
pensamiento y agenciados por los
grupos de investigación. Por la
profundidad de los debates en las
Ciencias de la Educación se
encuentran posiciones encontradas,
en muchos casos irreconciliables. En
el capítulo siguiente nos
detendremos a ver esta situación,
describiendo algunos de los
argumentos más fuertes. Por el
momento, creemos necesario observar
en la relación palabra, concepto y
sentido la estructura y la
diferencia obligada. Los debates en
el campo francés prosiguen su curso
y no cesan de tener lugar.
Palabra,
concepto y sentido
Pues,
bien, Deleuze nos enseña que «el
sentido nunca está solamente en uno
de los términos de una dualidad que
opone las cosas y las proposiciones,
los sustantivos y los verbos, las
designaciones y las expresiones, ya
que es también la frontera, el filo
o la articulación de la diferencia
entre los dos, porque dispone de una
impenetrabilidad que le es propia y
que debe desarrollarse en sí mismo
una serie de paradojas
interiores»88. En efecto, el sentido
no opera por la imbricación de
parejas de palabras, sino que en
ellas está presente. Estas paradojas
son la regresión, desdoblamiento o
reiteración, la de neutralidad y el
absurdo89. «El sentido es como la
esfera en la que estoy instalado
para operar las designaciones
posibles e incluso para pensar sus
condiciones»90. Como nunca estamos
en el sentido
88
Deleuze Gilles, La lógica del
sentido, Barcelona, Paidos, 1989, p.
50.
89 Ibíd.
p. 50-56.
90 Ibíd.
p. 50.
de la
palabra, sino cuando necesitamos
volver a ella para aclarar algún
aspecto, su uso, su evidencia,
entonces entramos en la «regresión»,
en una especie de ida y vuelta. Para
ello nos es necesario siempre volver
con otra palabra, con otro concepto,
con otro término. Cada vez que
realizamos este ejercicio, vamos
descubriendo mejor el sentido de la
primera palabra. De la misma forma
como opera la traducción de un
texto, y cuyo logro del sentido
tiene lugar cuando traemos a nuestra
lengua una palabra ajena, diferente,
compuesta por un mundo marcadamente
distinto. La traducción consiste,
precisamente, en encontrar el
sentido de las palabras, los
conceptos a través de un ir y venir
entre la lengua del texto y la
lengua que acoge. Para traducir no
es suficiente con dominar
gramaticalmente la estructura de la
lengua del otro, es necesario saber
que en ella existe un universo de
situaciones que reafirman la palabra
en la lengua. Tampoco es suficiente
con tener un conocimiento de la
estructura de la frase, menos aún de
los giros de los verbos y mucho
menos con el estímulo de las
preposiciones. Se requiere además
habitar en la lengua del otro. Ello
implica conocer las expresiones que
la explican.
En toda
lengua escrita y oral, hay unos
giros que la palabra por sí misma
esconde. Una especie de «gesto», un
decir sutil que reactiva la forma de
estar en el mundo de los sujetos.
Traducir, es, si se quiere, ir al
«gesto» de la palabra, saber a dónde
apunta cuando es utilizada. En la
totalidad del texto hay siempre un
mundo que habita detrás de la
palabra. Traducir un concepto exige
escudriñar el conjunto de problemas
que traduce, develar el sujeto de
verdad que afirma y los sujetos de
saber que hablan. La pedagogía y la
didáctica se caracterizan,
precisamente, porque son portadoras
de problemas, sujetos de verdad y
sujetos de saber. Reconocerlos,
identificarlos en su especificidad
nos conduce al sentido. Se traduce
el sentido del concepto cuando
estamos en posición de una cierta
experiencia vinculante. No se puede
ver el sentido de un concepto sino
cuando en él encontramos nuestra
propia experiencia. ¿Qué experiencia
nos afecta, cómo y por qué? Allí,
donde la experiencia se asume como
saber, práctica, lo vivido, el
concepto guarda un sentido especial,
contrario, diferente a su sentido
ligero. Experiencia, nos recuerda
Larrosa, es un concepto que ha
perdido su capacidad de habla. La
ciencia le ha arrebatado su
verdadero sentido. En oposición, le
ha impuesto aquel de la experticia,
de crítica, de experimento. En
verdad, «la experiencia hay que
separarla de experimento, quitarle
todo dogmatismo, separarla
claramente de la práctica, que se
convierta en un fetiche, hacer de
ella una palabra difícil de utilizar
para evitar que todo se convierta en
experiencia, que cualquier cosa sea
experiencia, evitar que la palabra
experiencia quede completamente
neutralizada y desactivada»91. La
experiencia de la traducción
consiste más en la ruptura y
confrontación que hemos vivido en la
palabra del otro, en la lengua que
lo acoge, en la tradición de su
mundo. Traducir es seguir el trazo
de la palabra que nos dice, nos
habla, nos remite a nuestro propio
mundo. Un concepto se traduce mejor
cuando hemos habitado el lenguaje
donde actúa. El supone un tiempo, un
lugar, una experiencia. En la
experiencia, el lugar y el tiempo
está el verdadero sentido de lo que
traducimos, porque nos obliga, a
buscar la «tragedia» que nos impone
su estar en el lugar, en la
separación del tiempo y en la
búsqueda del sentido. «La captación
profunda de lo trágico,
probablemente, tenga que partir no
tanto del arte cuanto de la
historia. Se ha de suponer que lo
trágico no es
91
Larrosa Jorge, «La Experiencia y sus
lenguajes», Conferencia, serie
encuentros y seminarios, Sf.St.
menos un
límite del reino del arte que de la
historia. El tiempo histórico
transforma algunos puntos
determinados y sobresalientes de su
transcurso en un tiempo trágico,
sobre todo en las acciones de los
grandes hombres»92. Pues bien, la
traducción del concepto se comporta
como una lucha que mantenemos entre
nuestro lenguaje y el lenguaje del
otro. Ella es una actuación entre el
ir y el venir. Vamos a la lengua del
otro y volvemos a la nuestra, pero
vamos a aquella como visitantes
cuando la hemos habitado.
La
reiteración, por su parte, busca
ponerle límite a la regresión, al
conjunto de posibilidades que hay
cuando entramos en la interpretación
del sentido. Nos dice Deleuze que
ello se logra «fijando la
proposición, inmovilizándola justo
el tiempo para extraer su
sentido»93. Esto tiene que ver con
la separación de la negación y de la
afirmación. Respecto al verbo y a la
proposición que lo acompaña, la
dirección que este logra establecer
indica o una negación o una
afirmación. Así, como cuando decimos
«Los hombres son mortales, Dios es
inmortal» el sentido lo logramos si
aislamos el interrogante « ¿Todos?»
«¿Qué es inmortal?» « ¡Dios no es un
hombre!». En el interrogante se
anida el sentido, lo que quiere
enunciar la palabra. Ella crea en
nuestro cerebro una dirección
posible, nunca firme. Su firmeza
estaría dada por la agilidad para
encontrar algunos signos, una
huella, un trozo de realidad que
conjugada con la nuestra nos
permitiría hablar de manera
convincente. Porque el texto está
repleto de signos, huellas,
registros imperceptibles, es que la
interpretación toma sentido. En
efecto, interpretar es ir al texto
para encontrar lo simbólico,
92
Benjamín Walter, La metafísica de la
juventud, I. C. E., Universidad
Autónoma
de
Barcelona, Barcelona, Paidós, 1993,
p. 179.
93
Deleuze Gilles, Op. Cit. p. 52.
y
mediante dicho trabajo le
descubrimos su sentido indirecto94.
El texto o el discurso reclaman de
nosotros una interpretación, su
totalidad es un espacio abierto a
múltiples interpretaciones, pero
ella se cierra cuando tenemos la
creatividad para ver lo que otros no
ven. En todo, «las dos paradojas
forman los términos de una
alternativa: o una u otra. La
primera nos fuerza a conjugar el más
alto poder y la más alta impotencia,
la segunda nos impone una tarea
análoga, que habrá que cumplir más
tarde: conjugar la esterilidad del
sentido respecto de la proposición
de la que se extrae, con su potencia
de génesis en cuanto a las
dimensiones de la proposición»95.
La
paradoja del absurdo o de los
objetos imposibles se refiere a la
manera como las proposiciones que
designan objetos contradictorios
tienen también un sentido. Son
absurdas pero guardan un sentido96.
El sentido del absurdo se aplica, en
su contradicción a los seres reales
y posibles, jamás a los imposibles.
«Los imposibles son
extraexististentes»97. Por ejemplo,
«la pedagogía es un arte de la
enseñanza y la didáctica su ciencia»
nos informa un sentido que es
necesario descodificar en su
contradicción. De un lado, la
pedagogía es un arte y ella propicia
un sentido de enseñanza, guarda como
registro el interés por los
aprendizajes. Y si esto es
verdadero, por qué la didáctica
aparece como su ciencia, es que la
otra no es suficiente por su propia
capacidad para crear los
instrumentos de inteligibilidad de
la transmisión del saber. Este
registro contradictorio mantiene un
sentido en la cultura pedagógica
francesa. Como lo veremos más
adelante, la
94
Todorov Tsvetan, Simbolismo e
interpretación, Caracas, Monte de
Avila, 1991,
p. 19.
95
Deluze Gilles, Op. Cit. p. 53.
96 Ibíd.
p. 56.
97 Ibíd.
p. 56.
escisión
de ellas, su separación tiene más
que ver con los discursos y
prácticas sobre el enseñar y el
aprender. Al primero corresponde un
orden de la «norma», entendida como
un discurso sobre los valores que
circulan en la relación entre
sujetos; la segunda se dirige a la
práctica de dichos valores en el
aula de clase. No hay didáctica del
espacio público, sólo pedagogía y
esto porque ella se dirige a crear
las condiciones de una armonía entre
los sujetos, pero la segunda
propicia una relación con el saber
cuyo lugar es el aula de clase.
En las
palabras hay sentido cuado están
vinculadas al ser propio de ellas.
Pedagogía tiene su propio ser: la
norma, el valor, la fuerza que
vincula a los sujetos en la
narración del acto de educar. «El
sentido de una acción sólo llega a
nosotros después de que el agente ha
dejado de actuar»98. Sobre la acción
podemos construir un relato que nos
remite, por la distancia, a lo que
hemos vivido, sentido,
experimentado. Toda acción es
creadora de historia. El sentido es
historia de lo que vivimos,
experimentamos y gozamos. En todo
sufrimiento, en toda experiencia
negativa, hay sentido porque
reafirma nuestro ser. Así mismo, la
palabra es portadora de sentido por
su historia, por su lugar y por la
experiencia que vive en el seno del
lenguaje. La distancia de la palabra
es la que marca su sentido. Jamás en
la proximidad, en el tiempo presente
ella nos informa de algo. Es
necesario tomar distancia, tener un
tiempo para que ella se silencie y
volver sobre ella mucho después para
que se vuelva acción. En la
actividad nos inmovilizamos, sólo
cundo el tiempo transcurre es que el
sentido aflora. El concepto guarda
su sentido porque vemos los
problemas, los sujetos de verdad
sobre los que se afirma. El
desciframiento de
98
Bárcena Fernando y Joan-Carles
Mèlich, La educación como
acontecimiento ético: Natalidad,
narración y hospitalidad; Barcelona,
Paidós, 2000, p. 91.
tales
sujetos de verdad corresponde
fielmente al sentido. Sujeto de
verdad es cada una de las
dimensiones de la realidad que el
concepto recoge en su seno y que
señalan un límite, una frontera una
superficie. Aprender es sujeto de
verdad para la didáctica, mientras
que el valor de la educación lo es
para la pedagogía.
¿Dónde
está el sentido del concepto?, allí
donde los sujetos de verdad nos
informan sobre algo que marca un
límite respecto a otro concepto. Nos
dice Deleuze que «nunca
encontraremos el sentido de algo
sino sabemos cuál es la fuerza que
se apropia de la cosa, que la
explota, que se apodera de ella o se
expresa en ella»99. En cada una de
ellas el sentido toma forma, cuerpo,
valor. Un concepto no tiene un solo
y único sentido, hay varios
sentidos, múltiples sentidos. Así
como hay diversos significados de
una palabra, hay varios sentidos en
un concepto. Por esto mismo,
recogiendo las paradojas del sentido
comprendemos mejor por qué Deleuze
nos dice que esta es una noción
compleja: «siempre hay una
pluralidad de sentidos, una
constelación, un conjunto de
sucesiones, pero también de
coexistencias, que hace de la
interpretación un arte. «Cualquier
subyugación, cualquier dominación
equivale a una nueva
interpretación»100. Así, decimos que
los conceptos son portadores de un
sentido universal para la sociedad
que los afirma en su
territorialidad. Es irregular para
el pensamiento que los interpreta.
En todo, el concepto mantiene
diversas voces, y ello porque los
sujetos de saber leen a los sujetos
de verdad. De otro modo, cuando el
investigador en ciencias de la
educación se dedica a estudiar el
registro de los aprendizajes, los
textos escolares, las prácticas de
aprendizaje, los modos de
99
Deleuze Gilles, Nietzsche y la
filosofía, Barcelona, Anagrama,
2000, p. 10. 100 Ibíd. p. 11.
la
enseñanza, los conceptos de la
didáctica, las técnicas del
aprendizaje, es decir, los sujetos
de verdad, se asume como un sujeto
de saber para el conjunto de las
ciencias de la educación y para la
didáctica. Sus lecturas serán
variadas según la experiencia vivida
y el campo de actuación. También,
será diferente si el sujeto de
verdad remite a uno u otro problema.
En todo, el sentido del concepto
corresponde a la experiencia del
sujeto de saber, al investigador
para quien un sujeto de verdad
guarda un sentido en la trama de la
realidad. Este ejercicio nos lleva a
la pregunta por el sentido del
sentido. ¿Tiene algún sentido
estudiar el «sentido»?
El
sentido del sentido
En
efecto, el sentido es objeto de
estudio de las ciencias de la
interpretación. Dicho estudio está
dirigido a comprender el sentido de
los textos en la tradición. Gadamer
nos dice que «nadie interpretaría a
Euclides atendiendo la vida, al
estudio y a las costumbres del
autor, y esto valdría también para
el espíritu de la Biblia en las
cosas morales. Sólo porque en las
narraciones de la Biblia aparecen
cosas inconcebibles, su comprensión
depende de que logremos elucidar el
sentido del autor a partir del
conjunto de su obra»101. En efecto,
el sentido de los textos se presume
como un objeto de comprensión. ¿Qué
comprendemos de lo que leemos,
vivimos, experimentamos? Sino es
acaso el sentido del «sentido». La
vida y obra de un autor, su
discurso, su pensamiento, su
literatura y, en total, la obra que
él haya producido, merece nuestra
atención siempre y cuando ella nos
afecte. La comprensión comienza allí
donde nos disponemos a no quedar
indiferentes con todo aquello que
nos afecta, que nos atraviesa y
transforma nuestras
101
Gadamer Hans-Georg, Verdad y Método,
Op. Cit. p. 234
percepciones y modos como vivimos en
este mundo. En verdad, el sentido
guarda un «sentido» para la
hermenéutica, pero también para
nosotros. De la misma forma como la
educación de un sujeto es factor de
contemplación en quien la lleva
acabo y en quien la recibe. A los
dos los afecta y en tal situación
surge un sentido. La educación como
actividad, como acontecimiento, como
narratividad entre los humanos
guarda un sentido para la cultura,
para la sociedad y para los sujetos.
Como estructura de poder, ella se
erige en sistema. «Su comprensión
tiene que ver con situaciones
circulares, con situaciones que en
sí mismas remiten a sí misma»102.
Por eso, la comprensión tiene que
ver más con el sentido que ella
encara a la vista del estudioso, de
su experiencia, de su existir.
También, remite a la cuestión de
sentido para la sociedad. Por todo,
nos parece oportuno dedicar un
momento para pensar si, en efecto,
existe algún modo de ver en aquello
que guarda sentido para una
tradición, los textos que ella
produce y los discursos que
evidencia, tiene un vínculo estrecho
con el «sentido».
En
efecto, decimos que una frase tiene
sentido cuando está orientada sobre
un plano de información. La palabra
informa y crea una orientación
precisa. Corresponde al estudioso,
al sujeto que escucha y habla en el
diálogo comprender el sentido. Este
se comprende, como ya lo hemos
advertido más arriba, en el
ejercicio de descodificación del
enunciado. Lo que la palabra enuncia
es su verdadero sentido. Del mismo
modo, el concepto enuncia una
tradición, unos problemas, unos
sujetos de verdad. Pone en evidencia
las posiciones de los sujetos de
saber. Así, cuando estudiamos los
desarrollos de cada uno de los
problemas que son propios a la
102
Luhman Niklas, teoría de la sociedad
y pedagogía, Barcelona, Paidós,
1996,
p. 93
didáctica estamos tratando de
efectuar una operación de
desciframiento. El sentido aparece
cuando los sujetos de saber logran
articular cada uno de los predicados
que interponen los sujetos de verdad.
Volver sobre lo que dicen y afirman
los sujetos de saber constituye la
mejor prueba de un sentido reiterado;
de un sentido del sentido. En verdad,
la investigación se fortalece por el
conjunto de secuencias que la
inspiran, por los desenlaces
consecutivos que no dejan de tener
lugar. Así mismo, el sentido de las
explicaciones conduce a otros
sentidos, remiten a diversos
procedimientos que complementan lo
que el sentido primero informa. Un
texto guarda un sentido para la
tradición, su estudio crea otro y la
explicación de éste produce otro. En
todo, el sentido del «sentido» puede
entenderse como una operación
infinita, la base de la
investigación comprensiva y el auge
de las mejores explicaciones. A la
palabra llegamos por múltiples
caminos, por sucesiones y por
retiradas. De la misma forma, la
comprensión de las ciencias de la
educación y de sus conceptos de
didáctica y pedagogía nos obliga a
ser vigilantes para comprender los
primeros sentidos, aquellos que
tienen lugar por el ejercicio de la
investigación histórica,
hermenéutica y genealógica. El
escritor comienza siempre por una
especie de biografía de su
experiencia, luego recurre a una
extrapolación de ciertas dimensiones
y por último recurre a la
comprensión de lo que dice, escribe
y práctica. En todo, el sentido del
»sentido» encuentra su mejor
explicación en la tarea comprensiva.
Cuando el sujeto tiene necesidad de
descifrar los infinitos vínculos que
lo unen con los textos, las
tradiciones, sus experiencias. Por
ello, hay sentido de algo cuando él
mismo es un objeto que nos interesa.
Esto es evidente en la pregunta de
la hermenéutica: ¿qué sentido tiene
estudiar el sentido de un texto?
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