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Nelson Waitolo Licenciatura en Ciencias Salud Pública Zambia |
Lilliana Nakamba Licenciatura en Contabilidad Contabilidad Zambia |
|||
Una apreciación generalizada,
tanto desde
los tanques de pensamiento
internacionales como locales,
es que la política exterior de
los Estados Unidos de América
(EUA) está siendo manejada
–en el entendido que es competencia
exclusiva del Jefe del
Estado– por un personaje cuyos
conocimientos académicos
y prácticos en esta materia
contrastan casi diametralmente
con sus antecesores, y
que ha significado un quiebre
en la impronta kissingeriana1
que marcó el quehacer de la
política internacional de los
EUA desde finales de los años
60 del siglo pasado.
Dicho esto, hay que hacer
algunas aclaraciones necesarias
que permitan observar
el bosque sin que los árboles
obstaculicen. La política
exterior de los Estados Unidos
ha estado fundamentada,
desde sus inicios, por bases
doctrinales que, hasta la fecha,
siguen siendo los parámetros
en los cuales se mueven las
decisiones gubernamentales
de turno, a saber: la doctrina
Monroe (Narváez, Julio
2016); junto a mecanismo de
articulación que han venido
variando y sutilizándose –sin
que eso signifique que su
esencia: la fuerza, haya dejado
de ser una constante– como
se advierte en las transiciones
tácticas de la distensión, a la
contención y finalmente la
prevención.
Este ejercicio de sutileza en
la conceptualización táctica
del frente externo no implica
que los cambios suscitados en
la articulación de la política
exterior deban verse, en especial
a partir del 2001, como
cambalache estructural; los
atentados terroristas suscitados
en Nueva York y Washington
provocaron que ciertas
aristas, la securitista en especial,
se visibilicen de modo
más evidente, manteniéndose
el núcleo de la política exterior
estadounidense inalterada2.
El cambio que se observa
en la política exterior de los Estados Unidos de América
(EUA) se evidencia en la
formulación de justificaciones
y parámetros para dar forma
y coherencia normativa al
ejercicio y proyección de su
poder; poder que se articula
a través de acciones que en sí
mismas permanecen constantes,
aunque se advierte que la
tendencia militar y unilateral
existentes han aumentado
drásticamente –v.g. declaraciones
del Presidente Trump
sobre Venezuela (El Universo,
2017) o, Corea del Norte (Ruiz
Á., 2017)–.
Por ejemplo, tras los hechos
del 11-S, los EUA impulsaron
una coalición de lucha contra
el terrorismo, con la cual se
legitimó y se ejecutó acciones
militares, consolidando su
condición de potencia a nivel
mundial. Esta “Patente de Corso”,
que en definitiva apuntaló
su condición hegemónica,
no vino sin costo; significó
para los EUA ceder espacios
de acción a otras “…unidades
diferenciadas…” (Narváez
Rivadeneira, Ene.-Abr. 2008)
–socios estratégicos y actores
de reparto– como Rusia, que
obtuvo licencia en Chechenia;
China, otorgándole libertad de
acción en las regiones fronterizas
con los países musulmanes;
Pakistán e India, sobre
Cachemira; Turquía, para que
actúe en el sudeste kurdo y
Uzbekistán; entre otros.
La observación de estos
hechos nos permite colegir
que este ejercicio doctrinal y
su implementación táctica es
capaz de modificar la realidad
y crear instrumentos duraderos
aplicables a diferentes
contextos, como fue la contención
que definió el escenario
internacional en términos
que podríamos llamar “vietnamización”,
hasta llegar a la
prevención, que en término
popular se resume en “pegar
primero, preguntar después”.
Estos ejercicios de conceptualización
táctica, sin embargo,
responden a criterios pragmáticos
y altamente flexibles,
que en unos casos se articula
con prudencia y auto-restricción,
aceptando los límites
institucionales y hasta morales
de las sociedades sobre
las que se asientan o pretenden
influir y, en otros casos,
irrumpe de modo draconiano
aplicando de manera aplastante
no sólo la fuerza, sino
los valores cultural occidental,
que se puede resumir en el
eslogan: Made in USA.
Para situar doctrinalmente
el análisis, es importante
entender que la tradición en
la política exterior estadounidense,
basa sus acciones
en un ejercicio simbiótico de
realismo político3 e idealismo
wilsoniano4 (Nye, 2004). Debemos
entonces entender los
objetivos de la política exterior
de los EUA, como el conjunto
de acciones con bases doctrinales
que le han permitido
mostrar eficacia a la hora de
relacionarse con el mundo,
en un contexto de realidades
complejas y cambiantes
(Tovar Ruiz, Sept., 2011).
A ese mundo, al cual contribuye
los EUA a su modificación,
la Administración Trump
ha decidido abordarlo distanciándose
no doctrinalmente,
sino más bien rompiendo los
paradigmas de esa entente
simbiótica mencionada supra,
y dejar que el pragmatismo se
vuelva no sólo consejera de
las acciones, sino rectora de
las gestiones, incluso, en la
definición gubernamental de
cómo alcanzar los objetivos de
la política exterior norteamericana
–que a mi criterio, no
han cambiado–.
Así, desde el pasado 20 de
enero del 2017, se ha podido
advertir que la gestión externa
se sostendrá en dos premisas:
“… (i) la seguridad –redimensionada
y re-articulada–; y,
vinculado o como consecuencia
de la primera, […y…] (ii)
la recomposición del orden
mundial; y en torno a estos
ejes, los ajustes de temas específicos
como el migratorio,
el comercial, el económico,
etc…” (Narváez Ricaurte, Ene.
2017, pág. 9).
En este ejercicio de hegemonía
y consolidación de su
poderío, la Administración
Trump ha articulado, desde el
primer día en la Casa Blanca, los parámetros estratégicos
de relacionamiento, como el
retiro del Acuerdo de París
sobre Cambio Climático; la
adopción de sanciones económicas
–decididas desde el
Senado y sancionadas por la
Oficina Oval– contra Rusia;
el cambio de la dinámica
diplomática con Cuba; la
intención de denuncia del
Acuerdo Nuclear con Irán; las
advertencias diplomáticas a
Pakistán; la amenaza a Venezuela
con una intervención
militar; o, la declaratoria de
confrontación militar a Corea
del Norte –aplaudida de
modo sutil por toda la comunidad
internacional– tras las
pruebas balísticas (Bomba H).
Este cambio táctico incluso,
tuvo ecos cuando los representantes
electos neoconservadores
de su partido, los
demócratas y los medios de
comunicación lo ovacionaron
cuando, durante el segundo
trimestre del año pasado, ordenó
la realización de maniobras
militares en Asia, y lanzó
cincuenta y nueve misiles
contra una base aérea en Siria
(Klare, 2017). En definitiva, se
puede sostener que el punto de
equilibrio de la política exterior
de Estados Unidos es resultado
de la sumatoria de las aversiones
republicanas –como son
su relación con Irán, Cuba o
Venezuela, que a menudo son
compartidas por los demócratas–,
y de las animosidades
demócratas –básicamente
contra Rusia y ahora Siria, que
encuentran su validación también
en una mayoría republicana
(Halimi, 2017).
En este punto, para evitar
errores conceptuales, hay
que recordar que Trump no
hizo campaña sobre temas
de política exterior (Narváez
Ricaurte, Ene. 2017); durante
su carrera hacia la Casa Blanca,
abordó el frente externo
sugiriendo líneas de conducta
que, tal y como fueron
formuladas, buscaban a través
de contradecir la estrategia y
táctica definida por el establishment
–militares, académicos,
expertos, etc.– de Washington,
capitalizar el apoyo de los
colegios electorales.
Algunas de sus declaraciones
de campaña se afincaron en
subordinar las consideraciones
geopolíticas a los intereses
económicos de Estados Unidos,
con lo que se afianzaba su
posición con aquellos adeptos
al criterio y eslogan político:
America First; que sostenía
la necesidad de cambio en el
timón de la política exterior,
con afirmaciones que señalaban
que la actuación de los
EUA ha sido “un desastre detrás
del otro […y ha…] costado
la vida a miles de ciudadanos
estadounidenses y billones de
dólares” (Ravsberg, 2016).
Huelga mencionar que en
los EUA, sus complejos equilibrios
de poder y las enormes
competencias que el Congreso
y los grupos de interés privado
detentan –por no hablar de
la injerencia de las diferentes
agencias federales– juegan
un papel importante en la
definición del quehacer internacional
de esta potencia, y
por tanto los cambios no son
a nivel estructural, sino en las
tácticas para alcanzar sus objetivos.
Esta idea, es claramente
definida por Kennan, quien
advierte que el líder político
no hace lo que quiere, sino lo
que puede, siendo este tipo
de limitaciones una cuestión
esencial si se quiere entender
el desarrollo y la aplicación
real de la doctrina externa de
los EUA (Kennan, 2011).
Septiembre, 2017
1 Nombre que adquiere el conjunto de lineamientos y prácticas políticas ideados
por Henry Kissinger, político norteamericano de origen judío-alemán que
impuso su impronta en la política internacional de los Estados Unidos, a más
de influenciar directamente sobre la conducta de otras Naciones. Fue Secretario
de Estado durante los mandatos presidenciales de Richard Nixon (1969-1974) y
Gerald Ford (1974-1977), y jugó un papel trascendente en la política exterior de
Estados Unidos (Kissinger, 2011). Se le imputa el desarrollo de los preceptos de
distensión y contención como ejes de relacionamiento externo; lineamientos vigentes
hasta los atentados del 11 de septiembre del 2001 (11-S), cuando se permuta
por una visión aún más securitista: la prevención.
2 La política de los EUA es
imperial y busca la hegemonía, por tanto sus objetivos se asientan en el dominio
del concierto internacional y la consolidación del control estratégico a escala
planetaria (Narváez R., 2005).
3 Como elemento exógeno y entendido como articulador …en función del poder,
razón por la cual entiende también las relaciones internacionales como una
constante lucha entre los Estados por hacer prevalecer sus respectivos intereses
nacionales…” (Valdés Phillips, 1987, pág. 13). 4 Como patrón endógeno en su doble
dimensión: (i) hacer el mundo seguro para la democracia; y, (ii) aprovechar el
multilateralismo, el derecho internacional y el sistema internacional y sus instituciones
para supeditar el comportamiento de los Estados (McLean, 1996).
Luis Narváez
Ricaurte es
egresado de
AIU con un
PhD en Ciencias
Políticas.
También
tiene una
Maestría en
Relaciones Internacionales, y un Doctorado
en Jurisprudencia. Es abogado,
con Licenciatura en Ciencias Públicas
y Sociales, además de ser Diplomático
de carrera desde noviembre de1997.
REFERENCIAS. El Universo. (12 de 08 de 2017). Trump no descarta
operación en Venezuela; ONU pedirá cita. Mundo, pág. 4. | Halimi,
S. (2017). Donald Trump, abrumado por el partido antirruso. Le Monde
diplomatique español, N°263. | Kennan, G. (2011). An American Life.
Nueva York: The Penguin Press. | Kissinger, H. (2011). White House
Years: The First Volume of his classic Memoirs. Nueva York: Simon &
Schuster Paperbacks. | Klare, M. (2017). La transformación de Donald
Trump en jefe guerrero. Le Monde diplomatique en español, 1, 8 y 9.
| McLean, I. (1996). Oxford: Concise Dictionary of Politics. New York:
Oxford University Press. | Narváez R., L. (2005). Unidad, solidaridad,
alianza, integración y cooperación: ideales progresistas. AFESE N°62,
14-15. | Narváez Ricaurte, L. (Ene. 2017). Donald Trump presidente: implicaciones
internacionales e incidencia para América Latina. Campus
Mundi #38, 8-9. | Narváez Rivadeneira, L. (Ene.-Abr. 2008). Coyuntura
Ecuador-Colombia. AFESE N°47, 30. | Narváez, L. (Julio 2016). La
Doctrina Monreo: corolario para América Latina. Campus Mundi #32,
8. | Nye, J. (2004). Soft Power: The Means to Success in World Politics.
Nueva York: Public Affairs. | Ravsberg, F. (04 de Julio de 2016). Historia,
desmemoria, rencor y perdón. Obtenido de Havana Times: http://havana564.
rssing.com/chan-52244911/all_p66.html | Ruiz Á., G. (13 de
08 de 2017). Guam, ¿objetivo opretexto de Corea de/Norte? El Comercio,
pág. 9. | Tovar Ruiz, J. (Sept., 2011). Cuatro momentos de la doctrina en
política exterior estadounidense: ¿Entre la teoría y la práctica? Revista
CIDOB D’afers Internacionals, Nº 95, 165-187. | Valdés Phillips, P.
(1987). Manual de política mundial contemporánea. Santiago de Chile:
Andrés Bello.
En Atlantic Intenational University tenemos
2 bibliotecas. Ambas se acceden a través
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en la sección del estudiante. La página que
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