Más melenas moradas

1Una porra para el cabello morado! Tal vez una manera extraña de empezar un texto, pero el cabello morado necesita todo el apoyo posible. Esta exclamación surge de un intercambio reciente entre los directivos de algunas escuelas privadas en el que el tema fueron los códigos de vestimenta. Hubo un consenso de que aplicar mano dura en el cabello de colores era una buena política. ¿Mi opinión? Canalizando a John McEnroe: ¡No hablas en serio! Puede haber algunos códigos necesarios en el entorno escolar. La ropa ofensiva, reveladora o de marcas comerciales ciertamente debe restringirse. Como en cualquier caso en que se dicten reglas o políticas para niños, un adulto atento debe explicar fácilmente la racionalización de esas prohibiciones. Pero yo invitaría a cualquier lector a ofrecer una justificación para “aplicar mano dura” en algo tan irrelevante como la elección de color de pelo de un chico. Reforzar este tipo de reglas absurdas sólo puede tener estas consecuencias: el alumno se sentirá humillado, se volverá retraído y rebelde o, con cierta justificación, considerará al adulto tonto y rígido. Mientras que el color del cabello o su prohibición puede parecer un asunto insignificante, es sintomático de una cultura educativa que enfatiza el control y la conformidad, con frecuencia hasta llegar a la exclusión de casi todo lo demás. Mi presión sanguínea descendió gradualmente tras el pico del color de pelo, pero volvió a subir al leer un artículo sobre Inteligencia Emocional y Aprendizaje Socioemocional (ASE) en el New York Times. En él y en los comentarios que lo acompañaban, todo tipo de educadores, padres de familia, psicólogos e investigadores defendían el ASE en escuelas, con el argumento de que esos atributos pueden ser enseñados igual que la aritmética, y que los impulsivos y maleducados niños de EUA debían ser amansados. En un ejemplo particularmente espantoso, un maestro de kínder invitó a sus alumnos a traer sus problemas familiares a la clase. Luego hizo actuaciones de las respuestas que un niño debía dar a su madre, quien supuestamente le gritaba en su casa. El espacio es insuficiente para detallar cuántas cosas son incorrectas en ese ejercicio. Como con todas las cosas que tienen una semilla de verdad, nuestra cultura hambrienta de lucro encontrará la manera de transformarla en hectáreas de maíz. El artículo citaba la primera oleada de paquetes de programas para ASE: Second Step, Path y Ruler entre ellos. El programa Ruler tiene un “medidor de humor” con códigos de color para las emociones, llevando al niño, por ejemplo, a describirse como “¡Ahora estoy en el amarillo!”. El aprendizaje social y el emocional son partes importantes del desarrollo del niño. Sin duda es algo bueno que la llamada inteligencia emocional tenga un lugar en las inteligencias múltiples de Howard Gardner, lo que ayudó a liberar el dominio que las pruebas de IQ, lectura, escritura y matemáticas han tenido sobre nuestro cálculo de valía humana. Pero dale al establishment educativo un centímetro de conocimiento nuevo y ellos crearán un kilómetro de programas nuevos y rentables.

Ambos ejemplos son representativos del lugar privilegiado que la conformidad y el control tienen en nuestro trabajo con niños. Aun el Common Core impulsa la conformidad. Mientras que los estándares son sensatos o inocuos, las prácticas y pruebas que fluyen de ellos están diseñadas para recompensar sólo un tipo de pensamiento y expresión. “Muestra tu trabajo” es un mantra de mi infancia que aún me ronda. Por generaciones los maestros han estado mínimamente interesados en las maneras originales en que un alumno puede resolver un problema y máximamente entregados a asegurarse de que lo hizo tal y como el maestro lo indicó. Los estándares y evaluaciones de temas de humanidades están controlados de forma similar. Las respuestas de los estudiantes deben avenirse a las interpretaciones y juicios sobre el pasaje seleccionado de quien diseñó los exámenes. Mientras que el Common Core y sus agregados pueden ser marginalmente mejores que el No Child Left Behind, el intento por controlar a los estudiantes y premiar la conformidad es innegable.

En el proceso de admisión en mi escuela a veces pido a los papás que me digan las cualidades que más valoran en otras personas y desean que sean fomentadas en sus hijos. Sus respuestas siempre son similares e incluyen sentido del humor, imaginación, creatividad, originalidad, individualidad, compasión, pasión... puedes agregar las tuyas. ¿Por qué –pregunto entonces– enviarías a tu hijo a una escuela que no reconoce ni celebra las cosas que admiras y deseas? En las escuelas de hoy, públicas y privadas, no se fomenta estas cualidades; se les desdeña. Los niños deben ajustarse a la vestimenta y la conducta, marchando de clase en clase, obedeciendo órdenees como “la vista al frente”, y suprimiendo cada impulso de decir o hacer cualquier cosa que pudiera variar del guión. No me interesa ayudar a crear una generación homogénea de niños comunes, educados en el Common Core y que marchan por un régimen de controles y conformidad. Y ciertamente no tengo ganas de ver las emociones complejas y poderosas de los niños hundidas por un programa que acorrala los sentimientos auténticos en una forzada caja de “medidores de humor” y frases hechas. Amo a los niños poco comunes que tiñen su cabello de morado, hacen preguntas incómodas y resuelven problemas de maneras que yo nunca habría considerado. El mundo necesita más artistas, excéntricos, rebeldes y soñadores, no mas adultos corta-galletas que siguen todas las reglas sin usar su cerebro.